GILDA SALEM SZKLO

Para mí es fácil ser judía. Pasa por muchas variantes, entre las cuales está el hecho de ser mujer, hija de inmigrantes judíos sefaraditas, y madre al mismo tiempo. Pasa por la experiencia de la culpa, la sumisión, la opresión y la dificultad de relacionarse.

No soy escritora; soy apenas una lectora apasionada de temas sobre mis orígenes, con los que creo relatos. Mi identidad se conformó en la tensión entre imaginación, entre un presente – mi situación como mujer brasileña, madre de tres hijos y profesora universitaria – y un pasado, el de mis parientes, que me llega oblicuamente, cubierto de lagunas y que yo llené con mi fantasía. Son relatos que no me contaron y que yo imaginé. Se tiende un puente entre una tradición que recibo por cuentagotas, de a poco y a medida que alcanzo la madurez, y mi formación burguesa como hija de un comerciante sefaradita que tuvo éxito en la tierra que lo acogió y desembarcó en los años veinte en el puerto de Santos, huyendo del servicio militar en Turquía.

Mis padres nacieron en Esmirna y emigraron jóvenes al Brasil. Se conocieron en Río de Janeiro, se casaron en esa ciudad, tuvieron cuatro hijos, y allí vivieron la mayor parte de sus días. Sé muy poco de la historia de uno y de otro, lo que lamento hoy más que antes.

Hablaban poco acerca de sus vidas, a pesar de mis preguntas constantes. Pero los relatos que no llegué a oír los creaba desde pequeña en la soledad de mis lecturas, en el silencio de mis padres que se expresaban por gestos, en las miradas de nostalgia, en el placer manifiesto por ciertos manjares o festividades religiosas, en el amor a la música, señales de afecto que registraban nuestra complicidad más allá de lo cotidiano.

Mi experiencia con el judaísmo comienza en el contexto de una familia de judíos orientales, rodeada de misterios, adivinaciones, cuestionamientos, opresiones y culpas, de deseos de conocer y entender la historia de ese pueblo que a través de lo sagrado y lo profano, el misticismo y el materialismo, la ironía y la tragedia, traza su curso de milenios, generación tras generación.

Me interesa referir ese proceso de aproximación y concientización en torno a mis raíces judías por medio de la palabra escrita. Lo que me condujo a una investigación de esta naturaleza fue el hecho de no haber tenido formación religiosa alguna: mi judaísmo pasó siempre por una visión utópica del pasado, negando muchas veces lo orígenes por temor a la diferencia, por miedo a no ser aceptada.

Recuerdo que una ocasión, cuando mi marido fue secuestrado y encarcelado en Brasilia por motivos políticos, mi suegra, que provenía de un shtetl, (villorrio judío de Europa Oriental) de una aldea de Polonia, dijo al contestar al encargado del interrogatorio, que ella era responsable por la prisión de su hijo, porque le había enseñado a ser justo, a luchar por los oprimidos y a no permitir la desigualdad. Por lo tanto, era ella quien debía estar en su lugar. Recuerdo este momento con emoción, a pesar de las penosas circunstancias que lo rodearon.

El sentido de mi judaísmo se da en esta lucha incesante contra el despotismo, en esta solidaridad con los oprimidos a la que se refería mi suegra, esta fuerza mesiánica que vuelve a traer la imagen gloriosa del pasado, transformada en algo actual y mío, como un llamamiento que no se puede desoír impunemente.

A pesar de la tentativa de escapar del judaísmo por mi desconocimiento e impulsada por el temor a la diferencia y a la exclusión, por la culpa persecutoria, marcada por largos siglos de dispersión y hasta por mi propia estructura social de formación burguesa, creo que siempre estuvo presente en mí un sutil sentimiento de judaísmo cautivado por la idea del combate, la imagen de los antepasados esclavizados, mas no despojada del rayo de la esperanza mesiánica.

“En los archivos de la memoria”: El imaginario judío en la literatura de América Latina
Grupo Editorial Shalom, Buenos Aires, 1990