TANIA DE ILDEFONSO OCAMPOS/AURORA

Aterricé en el Aeropuerto Ben-Gurión de Tel Aviv el 11 de Septiembre de 2010 corroída por el idealismo: defendiendo el derecho de autodeterminación del pueblo palestino y la partición del territorio según las fronteras de 1967, criticando la retaliación desproporcionada de las Fuerzas de Defensa Israelíes a las acciones terroristas de los militantes de Gaza y rechazando fervientemente tanto la ocupación israelí como las políticas de asentamientos judíos en Cisjordania. A finales de Febrero de 2011 sonó la alarma roja en Beer Sheva, Israel, ciudad en la que estudiaba Historia y Políticas del Estado de Israel en la Universidad Ben-Gurión del Negev y experimenté por primera vez la angustia que sufre la población israelí.

Impotencia y desigualdad

Aproveché la coyuntura posterior al ataque terrorista de la Jihad Islámica para debatir sobre el conflicto Árabe-Israelí con mis amistades israelíes, en su mayoría estudiantes universitarios que realizaron sus respectivos servicios militares durante la Segunda Guerra del Líbano (2006). Me sorprendió negativamente su escaso conocimiento de la narrativa histórica y la consiguiente incongruencia de sus argumentaciones, y a ellos mi postura ideológica firme que calificaron de “izquierda”. Efectivamente, mi posición es crítica para con las políticas colonialistas del Estado de Israel, no anti-Israel, y favorable a la autodeterminación del pueblo palestino. Si bien, hasta la fecha no había conocido una disposición ideológica contraria a la mía ni había vivido en primera persona un ataque perpetrado por células terroristas de Gaza contra objetivos israelíes civiles. Hasta la fecha no había afirmado que los ataques terroristas contra la población israelí precisamente deslegitiman la causa palestina e imposibilitan un acuerdo de paz. A continuación, experimenté por segunda vez la angustia que sufre la población israelí: la angustia de la impotencia.

La semana siguiente visité con mi pareja el número 16 del boulevard Rotchschild en Tel Aviv, donde el 14 de Mayo de 1948, una vez finalizado el Mandato Británico en virtud del Plan de Partición de Palestina (1947) de la Organización de las Naciones Unidas, el Primer Ministro David Ben-Gurión pronunció la Declaración de Independencia del Estado de Israel. Horas después David Ben-Gurión apuntó en su diario personal: “A las cuatro de la tarde la independencia judía ha sido proclamada y el Estado de Israel establecido. Su destino está en manos de las fuerzas armadas”. Desde entonces, querido David, el Estado de Israel ha dependido de las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF), compuestas en su mayoría por jóvenes judíos. Éstos, a diferencia de los estudiantes de las yeshivot, cumplen con sus responsabilidades militares como ciudadanos del Estado de Israel, contribuyen tanto a la defensa y seguridad del país como al desarrollo económico del mismo con su ejercicio militar, académico y profesional, así como a la manutención de la comunidad ultra ortodoxa. La misma representa el 10% de la población israelí, constituye un sector inactivo de la sociedad -no contribuye al crecimiento, excepto al demográfico-, y además goza de una desproporcionada representación en el Parlamento israelí. Allí, en aquella modesta habitación donde David Ben-Gurión declaró la independencia del Estado de Israel, bajo el retrato de Theodor Herzl, experimenté por tercera vez la angustia que sufre la población israelí: la angustia de la desigualdad.

Parcialidad informativa, inestabilidad y miedo

Meses después, comprobé que los medios de comunicación internacionales no informan correctamente al respecto de la actualidad en el Estado de Israel y los Territorios Palestinos, siendo la versión de los hechos exportada generalmente distorsionada.

El 18 de Agosto de 2011, militantes palestinos asesinaron a siete israelíes e hirieron a otros treinta en un triple atentado perpetrado al Sur de Israel. A continuación las Fuerzas Aéreas Israelíes bombardearon la ciudad de Rafah, Gaza, y Ahmad Yousef, consejero del Primer Ministro gazatí Ismail Haniyeh, declaró: “Hamás no está detrás de este ataque. Pero lo alabamos puesto que el blanco han sido soldados israelíes”. Los medios de comunicación internacionales informaron meramente: “Israel bombardea Gaza”, y experimenté por cuarta vez la angustia que sufre la población israelí: la angustia de la parcialidad informativa.

Dada la consiguiente escalada de violencia, los estudiantes internacionales de la Universidad Ben-Gurión del Negev fueron trasladados al kibbutz Sde Boker, si bien yo decidí permanecer en Beer Sheva. A las cinco y media de la madrugada sonó la primera alarma roja. Mi vecino Jason, un americano judío de padres iraníes, me esperaba en la escalera. En esta ocasión, vestido. Nos limitamos, como venía siendo habitual, a bajar en silencio al tercer piso, éste protegido por paredes de hormigón. Un minuto y diez segundos más tarde el sistema Cúpula de Hierro interceptó el primer misil Grad lanzado por la Jihad Islámica desde Gaza. Me despedí de Jason hasta la siguiente alarma y regresé a mi dormitorio para consultar los últimos partes informativos de Ynet. Una hora y media más tarde, Jason y yo volvimos a vernos en las escaleras, encuentro cortesía de la Jihad Islámica.

Mientras tiritaba experimenté por quinta vez la angustia que sufre la población israelí: la angustia de la inestabilidad.

Si bien, mi momento más angustioso sucedió cuando me hallaba buscando cuatro shekelim y diez argorot en mi monedero de lentejuelas para pagar al conductor del autobús de la línea que comunica la Avenida Ben-Gurión y Gimmel, Beer Sheva. La segunda alarma roja de la noche interrumpió mis labores de búsqueda. El conductor del autobús, un ashkenazi de cincuenta años, y yo, la única pasajera, abandonamos el vehículo en la carretera y corrimos hacia unos inmuebles cercanos. Las puertas de acceso al mismo estaban cerradas y procedimos a agacharnos y cubrirnos el cuerpo. Empecé a tiritar. La arena estaba muy fría. Así debían sentirse los habitantes de Sderot, pensé, y experimenté de nuevo la angustia que sufre la población israelí: la angustia producida por el miedo.

Al día de hoy continúo defendiendo el derecho de autodeterminación del pueblo palestino y la partición del territorio según las fronteras de 1967, y rechazando fervientemente tanto la ocupación israelí como las políticas de asentamientos judíos en Cisjordania.

Si bien ya no critico la retaliación desproporcionada de las Fuerzas de Defensa Israelíes a las acciones terroristas de los militantes de Gaza, las apoyo en favor de la continuidad del Estado de Israel; al día de hoy soy idealista, pero conociendo la verdadera realidad que sufre diariamente la población israelí, la misma que hoy celebra su 64 cumpleaños. Feliz Yom Haatzmaut, Estado de Israel.