LEÓN OPALIN PARA ENLACE JUDÍO

Un Empresario en Cierne

Las ventas en la cadena de tiendas de ropa en donde era encargado de una de ellas, iban “viento en popa”, ello era resultado de una buena selección de los productos que se ofrecían y un precio atractivo para los consumidores; era estimulante trabajar en un ámbito en el que se percibía el éxito, incluso en la temporada de fin de año, en víspera del día de Navidad y de Año Nuevo, se tenían que cerrar las puertas de la tienda para poder atender a los clientes que ya estaban dentro de ella; posteriormente se abrían para recibir otra oleada de ávidos compradores. Esta operación se repetía varias veces en esos días, cuando la gente disponía de un excedente en sus ingresos derivado del aguinaldo.

En este contexto, el 31 de diciembre de 1959, amanecí con un resfriado y temperatura alta; no tenía deseos de ir a trabajar, sin embargo, mi madre me pidió que lo hiciera porque era un día importante de ventas y los dueños se enojarían si no asistía a trabajar, además ese día, al final de la jornada se acostumbraba que las empresas entregaran el aguinaldo. Así que me tome unas aspirinas y con todos los malestares propios de una gripe, pasé un intenso día de trabajo que concluyó a las diez de la noche. Solo dispuse de 20 minutos para comer rápidamente en Sanborns de los Azulejos.

A las once de la noche pasé por Sari, mi novia, y con algunos amigos judíos (las amistades se circunscribían al ámbito de la comunidad) celebramos la llegada del Año Nuevo en el mirador de la carretera México- Cuernavaca, que en esos días era un lugar seguro, aun a las doce de la noche. Con gran algarabía y un intenso frio, nos felicitamos a la luz de la luna que se podía apreciar nítidamente en un México que no padecía contaminación ambiental, y menos, en los bosques de la carretera. Comimos sándwiches y tomamos refrescos; los jóvenes de aquellos tiempos no acostumbrábamos consumir bebidas alcohólicas.

El 31 de diciembre no recibí el aguinaldo, pensé que me lo darían el día de Reyes (6 de enero). Tampoco lo obtuve en esa fecha; no obstante que no había completado un año de trabajo en la empresa, sentí que era merecedor de recibir un bono por buen desempeño. A partir de este hecho fue que decidí cambiar de rumbo y empezar a trabajar por mi cuenta.

Previamente, durante mis visitas a casa de Sari, su padre, el Sr. Natan, me comentaba que algún día podríamos asociarnos para fabricar ropa. De manera que, “rápido y veloz”, le caí de sopetón a su tienda en las calles de Circunvalación y le dije que estaba disponible, que bajo su dirección, empezáramos a hacer negocios; se sorprendió, por que sin aviso previo estaba ahí. La generosidad del Sr. Natan le brotaba por los poros y de inmediato me acogió bajo su tutela; él sabía que yo era el único apoyo económico de mi familia: mi madre y mi hermana menor que estudiaba preparatoria en el Colegio Yavne. Iniciamos una aventura conjunta, aunque el Sr. Natan ya había empezado a fabricar pantalones de hombre en pequeña escala que se cortaban en el tapanco de su tienda y se daban a maquilar a terceros.

Al poco tiempo rentamos un piso en un edificio ubicado a media cuadra de la tienda del Sr. Natan. La Sr. Regina, la madre de Sari, traía diariamente la comida a su esposo y después se quedaba a trabajar con él. Desde el primer día en mi nuevo trabajo fui convidado a compartir los alimentos con ellos; además de que la comida era muy sabrosa, básicamente de tipo judía, fue el marco para integrarme a esa familia a quien toda mi vida estaré agradecido por el apoyo y el cariño que me brindaron.

El Sr. Natan no fue un patrón o un socio mayor, fue un padre amoroso que me aconsejaba. Al poco tiempo, tomé las riendas del pequeño negocio de fabricación de ropa; trabajé con ahínco y con muchos deseos de progresar. El negocio iba bien y a los pocos meses el Sr. Natan me compró un vehículo nuevo, un Renault Dophine. El primer día que tuve el coche lo estacione a varias cuadras de mi domicilio, le pedí a mi madre que fuera conmigo para que me ayudara a realizar una gestión; sin embargo, la sorprendí con el coche, ella no podía creer que era de mi propiedad.

Todas las mañanas pasaba a recoger a la Sra. Regina a su domicilio en la calle Ámsterdam en la Colonia Condesa. El trayecto al trabajo lo disfrutaba conversando con ella y creo que también ella lo hacia, siempre esbozaba una sonrisa en sus labios.

Pasando las seis de la tarde la llevaba de regreso a su casa, donde tenía la oportunidad de convivir con Sari, además era convidado permanente para la cena. El Sr. Natan permanecía hasta las 8:30 o 9:00 de la noche trabajando en la tienda. El mayor volumen de ventas lo realizaba después de las seis de la tarde, cuando los almacenes de mayor tamaño cerraban sus puertas; esa larga jornada era de lunes a sábado, e incluso algunos domingos trabajaba medio día. Los días que no abría la tienda iba al Centro Deportivo Israelita a jugar ajedrez; ganó varios trofeos en esta disciplina. Él y su esposa iban al Centro Deportivo en camión y regresaban en camión. Los trayectos eran relativamente breves porque no había mucho tránsito. Cuando adquirí el Renault, yo los recogía en el Centro Deportivo y después íbamos a comer. Qué más podía pedir a la vida después de convivir con esa maravillosa familia.

En las festividades judías de Pesaj y Rosh Hashanah y en Yom Kippur fui invitado a las celebraciones en la casa del Sr. Natan, a las que también asistía una pareja de amigos de su pueblo natal de Polonia. El ritual no era muy ortodoxo, el ambiente agradable y el banquete se servía opíparamente.