LEON OPALIN PARA ENLACE JUDÍO

El Trabajo Arduo: Un Camino hacia la Prosperidad

Los tíos de Sari ya eran una de las familias más ricas de la comunidad judía en México al inicio de los sesentas. Con ellos trabajé casi un año en su cadena de tiendas de ropa. El trabajo era pesado y de gran responsabilidad; no obstante, aprendí mucho, sobre todo de Isaac, el hijo mayor, quien no tuvo un buen rendimiento escolar, empero, resultó ser un genio para los negocios y las finanzas, y fue él quien con su actitud audaz e innovadora, sembró las semillas de la expansión de la que llegó a ser la cadena de ropa de hombre al menudeo más importante de México.

Isaac tiene una gran personalidad y un carácter fuerte, ingredientes básicos para el éxito empresarial. Era un vendedor nato; recuerdo que una noche, cuando todavía él realizaba personalmente el corte de caja, entró un cliente al establecimiento ubicado en la Torre Latinoamericana para preguntar por un sweater; el empleado que lo atendió, apresurado por terminar su trabajo, lo buscó rápidamente y no encontró el que él quería y se lo dijo. El cliente se disponía a marcharse, cuando Isaac se dio cuenta de lo que pasaba, entonces le ofreció otro tipo de sweater y además lo convenció de que adquiriera otras prendas; fue una verdadera lección de ventas, que nunca te enseñan en las universidades.

Isaac era calculador y frio; en este sentido, viene a mi mente cuando el Sr. Natan, el padre de Sari, estaba en su lecho de enfermo, sobreviviendo del asalto del que fue objeto, discutía con él la liquidación del negocio de este último en la calle de Circunvalación, en la Merced. Isaac le expresaba al Sr. Natan que él sólo adquiriría para su cadena de tiendas la mercancía que fuera apropiada. Realmente es difícil de entender que una persona no tenga la sensibilidad elemental para tratar este tipo de asuntos en una situación tan delicada.

Mi horario de trabajo en la tienda de los tíos era de nueve de la mañana a siete de la tarde, incluyendo los sábados. Tenía una hora para comer; la comida generalmente la hacía en mi casa en la que mi madre me la tenía puntualmente preparada. En una hora iba, comía y regresaba en taxi a trabajar; nunca llegué tarde a mis labores. En ocasiones comía en restaurantes pequeños de la zona aledaña a la tienda. Cuando me “enfiestaba” comía en el Sanborns Madero, el de la Casa de los Azulejos, que en aquella época servían alimentos de muy buena calidad. Disfrutaba especialmente de sus enchiladas suizas o de los camarones en salsa rusa.

Las tiendas de los tíos fueron un importante vehículo para integrar al personal que venía de la provincia a la cultura “chilanga” de la ciudad de México. En particular, y en contra de la opinión de Isaac, contraté varias personas de Yucatán; fue una muy buena selección; los “mayitas” eran gente trabajadora, inteligente, disciplinada, limpia y “con mucha hambre”, factor que los impulsaba a superarse. Tengo en mente a tres de ellos que escalaron puestos directivos cuando la cadena se expandió por toda la República.

Uno de ellos pagó caro el precio de su éxito, ya que con un buen ingreso, durante unas vacaciones, practicaba buceo en su natal Yucatán; cuando desafortunadamente tuvo un accidente que le costo la vida. Asimismo, otro empleado “chilango”, proveniente de una familia de escasos recursos, llegó a tener la responsabilidad de todos los aparadores de las tiendas; casualmente, uno de sus hijos fue mi alumno en la Universidad Anáhuac del Sur, un gran logro que ingresara a esa Universidad alguien cuyo padre, “venia de abajo”.

Sin embargo, la tristeza me invadió profundamente cuando me enteré que ese joven fue secuestrado y asesinado. Es lamentable que la violencia extrema ya sea parte de la vida diaria que vivimos en México en las últimas dos décadas, situación para la que no se vislumbra una solución en el futuro inmediato, y aún es posible que se observe un mayor deterioro ante la compleja crisis social, económica, política y de valores que se registra en el país.

En las tiendas de los tíos, orientadas a captar el mercado de jóvenes de bajos ingresos, se podía palpar la pobreza en la que vivían una gran parte de ellos. Era común que en los fines de semana, cuando los trabajadores percibían su “raya”, vinieran a “renovar” el único atuendo que tenían y traían puesto. Se llevaban el nuevo vestuario, y el antiguo, lo desechaban por el deterioro que había sufrido. El nicho de los pobres, por su magnitud, ha sido muy codiciado por las empresas, especialmente hoy día, cuando a través de la tecnología, les es más rentable atenderlo.