LEONARDO COHEN DESDE TEL AVIV PARA ENLACE JUDÍO

Han pasado un par de semanas desde que la coalición que gobierna Israel se amplió significativamente hasta contar con 94 diputados. La maniobra política que encabezaron los dos líderes de los partidos mayoritarios –Mofaz y Netanyahu– se consumó después de que aparentemente se había concertado una fecha para elecciones anticipadas. Mofaz había dicho antes que Netanyahu era un mentiroso y que nunca se uniría a su gobierno, y acusó incluso a otros políticos de estar pactando con Netanyahu en el momento en que él mismo estaba negociando su entrada. Al igual que Ehud Barak tres años atrás, cuando decía que serviría al pueblo desde la oposición y a la vez negociaba con la coalición a espaldas de su propio partido y del público general, Mofaz tramitaba su nombramiento como ministro mientras hacía como que jugaba a las elecciones. En efecto, puede decirse que las maniobras de Netanyahu, Barak y Mofaz oscilan de lo cínico a lo grotesco, cuando se sabe que los últimos dos gozan de casi nulo respaldo público y no hacen otra cosa mas que calentar sus sillas ministeriales, como adictos que son al poder.

La política es la política, nos dicen. Se trata de “pragmatismo” del “arte de lo posible”. Y en parte es verdad. Yo también creo que para hacer política se requiere pragmatismo, pero también un mínimo de integridad y credibilidad, no sólo por razones de carácter moral, sino también porque la credibilidad es una herramienta muy valiosa en el ejercicio del poder. Israel es un país que vive en permanente riesgo de confrontaciones bélicas. Su ejército no está compuesto por mercenarios sino por la gente común. El ejército israelí es un ejército popular y los políticos prometen que llamarán a sus ciudadanos a defender la patria, sólo cuando no haya alternativa. Frente al deterioro más profundo que ha tenido la credibilidad de nuestros políticos, no de todos, pero si de aquellos que están al frente del país en este momento –Netanyahu, Mofaz, Barak- ¿podemos acaso confiar en que cuando nos digan que no había alternativa, efectivamente no había alternativa? Cuando se dirigen a nosotros en cuestiones que aparentemente son de vida o muerte ¿podemos confiar en ellos? ¿sabemos si acaso nos dicen la verdad?

El día 13 de mayo la diputada del Likud, Miri Réguev propuso una ley cuyo contenido esencial era la aplicación de las leyes israelíes en las colonias judías de los territorios ocupados de la Cisjordania. En otras palabras, Reguev proponía la anexión de las colonias de la Margen Occidental al Estado de Israel. Y uno podría suponer que se trataba de una propuesta que tendría que haber respaldado un gobierno de derechas, que ha pregonado siempre el derecho del pueblo judío sobre toda la tierra de Israel, desde el Jordán hasta el Mediterráneo. Pero no, el gobierno se opuso, rechazó la idea y dio la orden a la coalición de no apoyar la iniciativa de ley. ¿Debería pues sorprendernos que Netanyahu, Liberman y Eli Yishai le retiren su apoyo a quienes proyectan validar la ley israelí en partes importantes de los territorios que ellos mismos perciben como parte indiscutible de la patria? La respuesta es sí y no. Sí debería de sorprendernos, porque contradice toda la retórica a través de la cual estos políticos se han presentado como gendarmes del interés nacional, alcanzando gracias a ello, el poder. Pero por otro lado no hay aquí cosa extraña alguna. El gobierno sabe de las consecuencias que esa medida acarrearía para Israel en la arena internacional y no está dispuesto a correr el riesgo de ser categóricamente condenado por el mundo y llegar incluso a ser sancionado. Mejor es, por tanto, seguir exacerbando los ánimos, enfatizar la retórica de que la tierra nos pertenece sólo a nosotros, que no hay con quien hablar ni con quien negociar, y seguir responsabilizando a la izquierda israelí de todos los males y fracasos que aquejan a la sociedad.
Hace unos días me encontré con una joven alumna en la universidad. Le pregunté si había ido a escuchar a Yair Lapid que había hablado unos días antes en la universidad de Tel Aviv, y me contestó muy firmemente que no cree en los políticos israelíes. Para mí ese comentario fue un síntoma de alarma. Ese tipo de percepciones no están muy alejadas de lo que estos políticos provocan y así es como se van deteriorando y desgastando los sistemas democráticos, poco a poco, gradualmente, hasta que un día de repente despertamos y sentimos asco hacia todos aquellos que, en el nombre de la política práctica, pueden hacer todo, absolutamente todo, siempre y cuando no sea delictivo. Incluso a veces, a punto de delinquir, el propio gobierno y el parlamento han buscado la manera de cambiar las reglas del juego para adecuarlas a la necesidad de arrollar la voluntad de la minoría, cuando ésta constituye un obstáculo en la ambición por el control total del Estado y la sociedad.

Recientemente el ministro de industria y comercio de Sudáfrica tomó la decisión de señalar los productos que proceden de las colonias de los territorios ocupados como si no fuesen israelíes para así poder someterlos a boicot. En los términos en los que está la situación actual, creo que la medida es adecuada y positiva en varios sentidos. Primero, porque distingue entre Israel y los territorios ocupados como dos entidades separadas; segundo, porque tal medida resulta apropiada para lidiar con una situación de apartheid en los territorios que de facto se sostiene ya por 45 años; y tercero, porque de preservarse y endurecerse tal medida, se obligará a nuestros políticos a quitarse la máscara y decir de manera franca cuál es el proyecto de Estado en el nombre del cual nos piden a los ciudadanos que entreguemos a nuestros hijos para que sean sus soldados.