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EL teniente coronel de las SS nazis Adolf Eichmann fue juzgado en Jerusalén tras una rocambolesca acción de los servicios de inteligencia israelíes. Lo fue hasta el punto de que el Mossad sacó al criminal de guerra de Argentina -país donde estaba huido bajo el seudónimo de Ricard Klement- sin que el Gobierno de Arturo Frondizi tuviera conocimiento de la operación.

El 31 de mayo se cumplieron 50 años de la ejecución del compañero de la cúpula de Hitler y Himmler tras un proceso judicial en el que estuvo presente el religioso abertzale nacido en Azpeitia Iñaki Azpiazu (1910-1986). Como periodista, remitió artículos para diferentes medios de comunicación de Euskadi y otros países, y al mismo tiempo, informó al Gobierno Vasco de Leizaola de todo lo que ocurría en Tierra Santa a través de su amigo, el vicelehendakari Joseba Rezola, con quien intercambió correspondencia en euskera.

Transcurrían los años 1961 y 1962. En una epístola a Leizaola, Rezola le informaba de que el 31 de enero (“ilbeltza”, teclea a máquina) de 1961 “Azpiazu partirá vía Roma al proceso de Eichmann”, según consta en escritos originales conservados por la Fundación Sabino Arana. El propio Leizaola intercedió días más tarde para que los artículos del guipuzcoano sobre las instancias del proceso se remitieran a la OPE (Oficina de Prensa de Euzkadi), Euzko Deya o Alderdi, también en países americanos.

El 5 de abril, Azpiazu informa a Rezola de que a su llegada fue recibido por un gudari pasionista apellidado Uriarte. En la misma misiva, comunica las pautas que le dieron a seguir el primer día del juicio. Entrarían a las siete de la mañana y serían “minuciosamente registrados”. Todo lo que fueran a publicar debía ser escrito en la sala y enviado desde allí. “Lo que escriba sobre Eichmann no sufrirá censura alguna, pero sí todo lo demás que no sea sobre ello”, matiza. El lugar “es como un cine para 750 personas”. En ese momento, Azpiazu reconoce cómo se sentía tras ver la celda de vidrio imperforable donde estaría quien fuera, entre otras cosas, el responsable del transporte de deportados a los campos de concentración alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Se pregunta: “¿Entrará humillado, avergonzado, altanero y cínico?”. Y escribe desde su prisma religioso: “Me inspirará pena, por lo que le espera y por la horrenda carga de su conciencia. Por otra parte, pienso en los millones de judíos que fueron expoliados, deportados, asesinados, aniquilados en las cámaras de gas y en los hornos crematorios. Tanto crimen no puede quedar sin castigo ejemplar. Para que en el futuro no sufran las generaciones los horrores que ha padecido la nuestra”.

AHORCADO En cartas posteriores, en las que se suceden tachones y correcciones, califica a Eichmann de “delincuente de escritorio”. Agrega que “difícilmente encontrarán los psicólogos un tipo tan complejo en la historia de la criminalidad de todos los tiempos”. Durante esas jornadas, sin embargo, los psiquiatras requeridos para el proceso concluyeron que “no tiene rasgos físicos de psicópata, sino de un funcionario con cara anodina”.

Azpiazu da cuenta de una sorprendente intervención del nazi: “Aunque mis manos estén limpias, aunque no han derramado sangre, se me condenará por complicidad en el asesinato. Yo estoy dispuesto a expiar todos estos horribles delitos. Yo sé que merezco la pena de muerte. No pediré piedad porque no la merezco. Estoy dispuesto a que me cuelguen en público, para que todos los antisemitas del mundo me vean”. Sus palabras se cumplieron y fue ahorcado en Ramala el 31 de mayo de 1962, una noche, según recogió Azpiazu, “de horror y de crimen, el pueblo judío vio brillar luces de solidaridad. Hacia ellas dirige su mirada agradecida, ahora que vive en el amanecer de su libertad. Una vez más en Israel ha brotado la luz”, concluyó hace ya medio siglo.