LEÓN OPALIN

Circulo Social

Trabajar y al mismo tiempo asistir a la escuela, era pesado. Las clases empezaban de 7:00 a.m. y terminaban a las 9:00 a.m.; salía corriendo hacia mi empresa a trabajar, que como indiqué previamente, estaba al lado de la Torre Latinoamericana en el Centro de la Ciudad. Antes de iniciar las labores desayunaba en el tradicional Sanborns de los Azulejos, en la calle de Madero.

En los sesentas la comida en ese establecimiento era de buena calidad y muy sabrosa, el ambiente era muy peculiar; concurrían políticos, escritores, periodistas y otros personajes. El entorno era bullicioso, empero, agradable.

Mi jornada de trabajo se prolongaba hasta las 5 p.m. para regresar a la escuela en la que tenía clases hasta las 10:00 p.m.; terminaba exhausto, no obstante, satisfecho de mis actividades. Desde que había iniciado la fábrica tuve un encargado de producción, supervisado por mi padre: el Sr. Soto, era una persona meticulosa y hacía bien su trabajo, hasta que abusó de mi confianza. Esta práctica es hasta la fecha un importante obstáculo para el crecimiento de muchos negocios, en virtud de que resulta difícil delegar en personas que al final te defraudan.

Después del Sr. Soto, dos personas del sexo femenino, se encargaron en diferentes periodos de la supervisión de la producción. Sin embargo, cuando reinicié mis estudios, mi estancia en la fábrica fue más corta; de aquí que mi hermana mayor, Julieta, empezó a colaborar conmigo. Era seis años mayor que yo, fue una mujer guapa, inteligente y con dotes empresariales; la quería mucho, ella cariñosamente se refería a mi como su hermanito. Cuando niño, mi hermana Julieta era quien realmente imponía la disciplina en la casa; mi hermana menor y yo le teníamos respeto, y, hasta cierto punto, miedo. Julieta fue un gran apoyo para mí en la empresa.

Mi vida de recién casado se empezaba a conformar en un nuevo hogar. Los fines de semana, mi esposa y yo convivíamos con otras parejas, básicamente judíos, especialmente familiares políticos de ella. De alguna forma, por tradición, no estábamos muy abiertos a relacionarnos con no judíos. En aquél entonces, regresó de Israel mi amigo Abraham con su esposa israelí e iniciamos una relación de parejas que trascendió después de la muerte de Sari, hace 40 años, con mi actual esposa.

Casi todos los fines de semana íbamos con otras parejas al cine a la función de las 10 de la noche; los hombres vestíamos de traje y corbata ya que terminando la función, íbamos a cenar a la Zona Rosa, que empezaba a estar de moda y se habían abierto muchos restaurantes de postín en la misma. En el Restaurante Kineret, en la calle de Hamburgo, servían “delicatesen”; este establecimiento fue uno de los primeros que pusieron mesas en la acera.

Recuerdo que gente humilde al ver a los comensales que se sentaban en las mesas de la calle, se detenían a observar asombrados, quizá con resentimiento, los platillos que se servían. También existía en la Zona Rosa un centro nocturno de “relumbrón”, se llamaba “Can Can”, que presentaba, a toda pompa, un espectáculo con ese baile; la estrella central era una francesa, que con gracia y alegría cantaba y bailaba.

En los “puentes´´, aprovechábamos para salir de paseo fuera de la Ciudad de México, generalmente a Acapulco, que era un sitio de playa bien cuidado, el agua del mar no estaba contaminada. En el paisaje no se veía el hacinamiento de construcciones que hoy día predomina a lo largo de las playas y montañas de Acapulco, que le ha quitado el entorno tropical que tenía medio siglo atrás; asimismo, era un lugar seguro y los precios de los hoteles y de otros servicios turísticos, no eran tan elevados como en el presente.

En el ámbito de los viajes, viene a mi memoria uno que realizamos a Disney Land, después de una celebración de año nuevo con unos primos de Sari en el Restaurante Giratorio de lo que hoy es el World Trade Center. El paseo a Disney Land tuvo un gran impacto entre nosotros, ya que pensábamos que era un centro de recreación para niños. Nos divertimos mucho; realmente su creador tuvo una gran visión. Por razones de trabajo, frecuenté la frontera norte del país, y, en múltiples ocasiones, llevé a mis hijos a mis visitas a esa región, para finalizar en Disney Land. La convivencia con mi familia en ese parque fue una vivencia única.

En este contexto, también viene a mi mente la celebración del año nuevo con los padres de Sari y su hermana, en el restaurante Gitanerías, en la Colonia Roma; presentaban un autentico espectáculo flamenco y servían unas riquísimas viandas españolas; fue una noche inolvidable. Igualmente, un fin de año, celebramos Sari, mi madre y yo en el restaurante “Yardas de Zona Rosa”; en ese establecimiento servían una opípara comida y la velada era amenizada con violinistas. Al lado de nosotros estaban sentados unos diplomáticos de países de Centro América que tomaban bebidas alcohólicas con singular alegría. Cuando estuvieron ebrios, se disgustaron entre sí, y, uno de ellos, sacó una pistola amenazando a los comensales; espantados salimos corriendo del restaurante; una vez que se restableció el orden, regresamos a disfrutar de la celebración.

Los domingos, con frecuencia comíamos fuera de la casa, casi siempre invitábamos a mi madre. Cuando nacieron mis hijos mayores, en muchas ocasiones nos acompañó mi padre a comer. Solíamos asistir a funciones de teatro de “vanguardia” que versaban sobre temas existenciales y problemáticas sociales. Un actor de esa época, que tenía muy buen desempeño, asiste hoy día al club deportivo del cual soy miembro.

En el presente, este personaje ronda los 75 años. Tenía la intención de acercarme a él y comentarle que fui un “fan” de sus presentaciones; sin embargo, me abstuve de hacerlo porque un día, escuché en el área de casilleros del club, que hacía comentarios antisemitas a otro socio; estos se referían a que el ejército de Israel reprimía a los palestinos, además de otros juicios con un contenido antisemita. Quien los escuchaba estaba de acuerdo con lo que el viejo actor decía y añadía otras frases negativas contra los judíos; estuve a punto de enfrentarlos, no obstante, no lo hice en virtud de que percibí que no valía la pena discutir con personas mayores que difícilmente aceptan puntos de vista de terceros. Sus argumentos expresaban ignorancia y estaban basados en la repetida e imparcial difusión de mensajes de los medios de comunicación nacional sobre la realidad de Israel y el Medio Oriente.

Considero que en México está cobrando fuerza el antisemitismo ante la envidia que surge por la actuación destacada de diferentes miembros de la comunidad judía en el Sector Público, de profesionistas y empresarios con liderazgo a nivel nacional, hechos que han propiciado el resurgimiento de sentimientos antijudíos que la Iglesia Católica alimentó entre sus fieles durante décadas.