LEON OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO

Las Primeras Vivencias en el Banco

Cuando ingresé a trabajar como economista en la institución financiera más importante de México, mi esposa se desempeñaba como psicóloga en el área de Recursos Humanos de la cadena de ropa de sus tíos. Siempre pensé que su labor se centraba en la selección de personal, sin embargo, hace dos semanas, conversaba con un vecino de casillero del club al que pertenezco, quien me preguntó qué relación tenía yo con Sara Opalín, le respondí que fue mi esposa y que había fallecido hace 39 años. Fue entonces que comentó que recientemente había contratado en su empresa a una persona de alrededor de 65 años que había trabajado en la compañía de los tíos de Sari, mi esposa, al inicio de los setentas; y que él había sido muy agresivo y lo mandaron con Sari y cómo ella “le había salvado la vida” y le estaba muy agradecido. Después de casi 40 años me entero de esa acción de mi esposa y pienso que ello es una ironía de la vida, nunca me compenetré en sus tareas profesionales, y a lo mejor en su personalidad. Creo que los individuos deberíamos de establecer una relación más estrecha con nuestras familias y amigos, lo cual quizá podría mejorar la convivencia en la sociedad.

El ambiente en el Departamento de Estudios Económicos del Banco era muy agradable; éramos alrededor de 30 personas, considerando profesionistas y personal administrativo y secretarial. Estimo que la edad promedio de los integrantes del Departamento era de 25 años, en aquel entonces yo tenía 29 años; las personas mayores eran el gerente y uno de los subgerentes, que tenían 35 años, respectivamente. Me asignaron un cubículo y más adelante dos asistentes y una secretaria; me hicieron responsable del análisis de las economías de las regiones del país. El objetivo básico de los estudios que realizaba era conocer la significación de las diferentes actividades económicas que se desarrollaban en las regiones y el entorno sociopolítico prevaleciente a fin de proporcionar elementos de juicio a los funcionarios del Banco que tomaban decisiones de crédito, para la prestación de servicios bancarios diversos y el desarrollo de negocios, principalmente.

El horario de trabajo era de 9 a.m. a 6 p.m. de lunes a viernes y de 8 a.m. a 2 p.m. los sábados; yo acostumbraba llegar a las 8 a.m. diario para evitar el tránsito pesado de la mañana, que en comparación al existente hoy en día,
“era un paseo por el campo”. A media mañana teníamos un período de 15 a 20 minutos para tomar café y galletas, proporcionadas por la Institución. También existía servicio de comedor con un pago simbólico; la comida para el personal era elaborada bajo la supervisión de un chef de origen italiano; era muy sabrosa, variada y equilibrada nutricionalmente. Si algún empleado tenía problemas digestivos, a través de la presentación de una receta que proporcionaba el servicio médico del Banco, se les servía una comida de dieta especial. El estacionamiento para el automóvil era a nuestro cargo en lugares cercanos al Banco; en aquellos tiempos las tarifas y pensiones de los mismos eran accesibles para el personal. Más adelante, cuando fui nombrado asesor, me concedieron un lugar en los estacionamientos de la Institución.

A través de los estudios regionales conocí buena parte de la República y los diferentes mundos existentes en la misma. La primera región que visité la hice en compañía de otro economista especializado en economía agrícola; visitamos la zona Noroccidental, parte de la cual cubre la frontera de México con EUA, misma que posteriormente fue objeto de mi labor en el Banco, a través de la promoción de la industria maquiladora de exportación entre empresas y bancos extranjeros.

Desde el primer viaje fui advertido de cuidar siempre la imagen del Banco, entre otras cosas, tenía que alojarme en hoteles de primera categoría; vestir traje y corbata, tener los zapatos boleados y estar bien rasurado. Al final de cuentas la imagen personal buscaba reforzar el concepto de confianza que la Institución deseaba proyectar a sus clientes.

En el primer viaje que realicé, el Banco permitió que mi familia me acompañara, yo tenía que solventar sus gastos. El viaje para mi esposa y mis dos hijos representó una grata experiencia. Un recuerdo que tengo en mente de este viaje, fue el recorrido en taxi del aeropuerto de Tijuana, BC, al centro de esa ciudad, en virtud de que atravesamos la colonia que durante muchos años se denominó “ cartolandia ´´, extensa zona de casas edificadas de manera improvisada con cartones, y sin servicios públicos en la que se instalaban “ provisionalmente ´´ miles de inmigrantes que llegaban a Tijuana, en tanto esperaban cruzar para el otro lado de la frontera con la esperanza de vivir el “ sueño americano ´´ .

En esa época, inicio de los setentas, solo existían dos o tres hoteles de primera en la calle principal de Tijuana, que también estaba desbordada por abigarradas tiendas de artesanías baratas; locales que expendían tequila, Kaluga y otras bebidas alcohólicas y dulces de diferentes regiones de México a miles de visitantes estadounidenses provenientes de la zona de San Diego y Los Ángeles, principalmente. Las calles del centro de Tijuana recibían grandes corrientes de turistas los fines de semana; existían un gran número de restaurantes y antros. Al calor de las copas, eran frecuentes las riñas.

Asimismo, me llamó la atención la ciudad fronteriza de Mexicali, construida en pleno desierto. El calor era intenso, más de 40 grados centígrados. Mexicali tenía una importante población de origen chino, que originalmente se dedicaron a la agricultura, a principios del Siglo XX, eran remanentes de las corrientes migratorias chinas que ya no fueron admitidas en California, EUA. En los setentas, una buena parte de los descendientes chinos, se dedicaban al comercio; eran propietarios de números restaurantes en donde expedían una auténtica y variada comida china.

El interiorizarme en un mundo que yo solo conocía por lecturas, representó una gran experiencia profesional. Adicionalmente, me sentía muy contento de que después de mi trabajo, tenía la oportunidad de convivir con mi familia “insitu”.