RAQUEL SCHLOSSER STAVCHANSKY

Antecedentes personales y profesionales

Experiencia personal

Las reflexiones sobre cultura de paz han ocupado mi corazón desde hace mucho tiempo. Me crié entre distintos idiomas y culturas en mi país, México, donde nací. Las diferentes lenguas y costumbre convivían en mi hogar. Mi padre, polaco, refugiado en EUA después de haber sido sobreviviente de auschwitz (minúsculas intencionales.) Por muchos años le creí cuando decía que el número tatuado en su brazo era un teléfono. Muy temprano intuí que si lo marcaba, el silencio respondería del otro lado. Él habla yiddish, polaco y mal inglés, peor español, aprendió ruso en la calle. Me enteré que también alemán solo hace 10 años. Enterró la lengua junto con la desaparición de su madre y sus hermanas del ghetto de Lodz en una razia nazi. Mi madre y mi padre hablaban entre sí yiddish e inglés. Mi madre me hablaba español; con mis abuelos maternos yiddish, entre ellos a veces hablaban ruso. Con mi nana, español.

Lo mismo sucedía con la comida y las costumbres. Muchos mundos en un pequeño espacio de La Condesa donde pasé los primeros años. De Ucrania llegó la familia materna. Primero mi abuelo con dos pequeños varones. A la Bobe (abuela en yiddish) la pudieron traer dos años después con una niña de dos años, y un duelo abierto por la muerte de otra que nadie conoció, y de la que vagamente recuerdan que se mencionara. Llegó sin lengua común con los hijos que aquí ya vivían. Nunca más recibió una carta de su padre o madre. Mi madre fue la quinta hija, la primera nacida en México. Comían una comida corrida madre e hijas, mientras mi abuelo era vendedor ambulante.

El impulso de mi biografía fue el que me llevó en un momento de introspección y confesé: cuando nací no existía el presente. Yo representaba para mi padre la reconstrucción del pasado y para mi madre la construcción de sus sueños futuros. Esa frase era poesía, pero su sentido tardó en cristalizarse.

Pasaron veinte años. Los sueños de mi madre, una niña pobre, inteligente y luchadora, me hicieron una profesionista trabajadora e independiente. Cada noche, al acostarme me decía: mi herencia van a ser tus estudios, vas a vivir de lo que aprendas, yo no pude estudiar. Mis padres estuvieron juntos poco tiempo; el necesario para dejar en mí una buena semilla de lo que hubo entre ambos en mi nacimiento: Mi compromiso como mujer profesionista con mamá, y con cultura de paz, con papá y toda su familia no enterrada.

Experiencia Internacional

En mi trabajo está el agradecimiento a esta tierra. Por más de 30 años mi compromiso profesional ha estado dirigido a la población en pobreza extrema, alejados de los caminos y de la justicia social, en espacios geográficos donde la salud desprotege al cuerpo físico, emocional y familiar. Entre otros proyectos, el más grande fue la producción de “Atrasito de la raya”. Una serie radiofónica educativa-divertida de prevención para la salud sin costo. (Para la cual conseguí fondos internacionales), que contiene información de salud materna infantil y reproductiva que puede salvar vidas. La ONG (Organización No Gubernamental) que fundé, formó parte del movimiento por los derechos de salud sexual y reproductiva. Hoy, desde las instituciones que presido , se implementan tanto programas académicos aprobados por la SEP (Secretaría de Educación Pública) así como de Responsabilidad Social Transgeneracional, dirigidos a favor de la paz en la familia. Con INMUJERES (Instituto Nacional de las Mujeres) se atendieron por varios años en las dieciséis Delegaciones de la Ciudad de México gratuitamente a familias que viven violencia, con un modelo de intervención socio-psicológico que desarrollé.

Fui invitada a Washington en 1992 a la reunión internacional de AWID (Asociación pro Derechos de la Mujer y Desarrollo). La mesa en la que iba a exponer una mujer paquistaní, hindú, una palestina y una israelí, vació los demás paneles simultáneos. El morbo se apodero de las cientos y cientos de mujeres de todo el mundo que esperaban que la guerra se manifestara en la presentación. Cuál sería su sorpresa cuando las dos mujeres, la israelí y la palestina, que no se conocían, llevaban escrita la misma propuesta. La palestina, unirse a mujeres israelíes; la israelí, unirse a mujeres palestinas. Tenían un objetivo común: que ninguna mujer pariera hijos para la guerra e intervenir políticamente en el proceso de paz. ¡Que lección de amor por la vida!

Mi participación con los grupos feministas con perspectiva de género, que buscaban ampliar los derechos reproductivos, me llevó a unirme al Foro Nacional de Mujeres y Políticas de Población, fui financiada por la Fundación McArthur. Tuve el honor de ser nombrada entre las cinco representantes mexicanas de las organizaciones civiles que asistimos a la ICPD Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo de la Organización de las Naciones Unidas ONU, en el Cairo Egipto en 1994. Se reunieron 184 países para decidir los acuerdos mundiales de la distribución de los fondos internacionales para los siguientes 20 años, en materia de derechos humanos y reproductivos entre otros.

Las ideologías políticas y los intereses económicos hacían muy difíciles los acuerdos. De estos dependía adaptar la legislación de cada país para recibir fondos. Los grupos conservadores y los liberales estaban polarizados por el aborto y la anticoncepción universal. Buscamos hacer cabildeo con los temas que nos unían humanamente más allá de las ideologías: VIH, muerte materna, derecho a la unión de las familias durante las migraciones forzadas. Reconocimos nuestras mutuas diferencias en otros temas en los que se votaría por separado. Nosotras como ONG teníamos derecho de cabildeo sin voto, reservado este último a las delegaciones oficiales. Después de noches de discusión sobre la redacción literal y simbólica de los acuerdos, la seguridad de la vida se impuso sobre las diferencias políticas. Fui espectadora del uso del poder político, utilizando como escudo la religión, para subyugar la voluntad de las mujeres musulmanas en los acuerdos, pero el mundo libre se impuso contra costumbre culturales como la cliteridectomía. Presencié también como un país sin mujeres, se oponía a los temas relacionados con reproducción.

En ese espacio tan emocionante, estando presente en el lugar donde algunos de los cambios en el mundo suceden, tenía un pesar. Rosh Hashaná (el año nuevo judío) se celebraba en esas dos semanas, fechas en las que siempre estamos en familia. Para mi sorpresa, públicamente anunciaron que el gobierno egipcio pondría en funcionamiento el viejo templo del Cairo, casi deshabilitado. Cuando llegamos en el transporte oficial, escoltados, después de pasar la valla militar de varias cuadras, me encontré en un templo en el que había más de cincuenta personas de mi fe; venían en los reducidos comités oficiales máximo diez personas de los 184 países. El gobierno israelí había enviado todo lo necesario para la celebración. Si restamos la presencia judía de los comités de países musulmanes, y el pequeño porcentaje de población judía, el promedio de participación era proporcionalmente muy alto. Cada uno de ellos venía al servicio de su país, para encontrar un lenguaje común por los derechos humanos y reproductivos.

De Cairo volé a Israel. Kippur en el Kotel y Yad Vashem (el museo del Holocausto de Israel) fueron visitados por mi alma.

Fuentes de inspiración

A Yad Vashem fui con Freda Aizenman ZL. Casi sin poder respirar, al salir me dijo: te voy a enseñar el significado de Vida. Estábamos enfermas, llenas de piojos, la piel deshecha, los pies hinchados, sangrábamos auschwitz, congeladas. Caminábamos en la nieve durante la marcha de la muerte. Los nazis silbaban cuando sobrevolaban los aviones aliados. Teníamos que tirarnos al suelo. A los que no se levantaban les daban el tiro de gracia. Acordamos las cinco amigas, en nuestro dolor y desesperación, no pararnos al siguiente silbido. Llegó el momento esperado. Volaron los aviones. Nos tomamos de la mano. Nos tiramos a la nieve. Sentí una paz profunda. Todo iba a terminar. Los nazis tocaron el silbato. Las cinco nos levantamos. Eso es la vida. Me dio tiempo de ser madre. Tuve una hija y crie a los huérfanos de mi esposo. Tuve 14 nietos y bisnietos. Fui por años la contadora general de la Universidad Hebrea de Jerusalén.

Se jubiló para viajar con su amado esposo ya enfermo. Cuando él murió, después de un año de profundo duelo se preguntó que podía hacer con su experiencia, sabiduría y tiempo libre. “Tengo mucho que dar” – me dijo. A los 80 años se entrenó como apoyo telefónico en casos de emergencia psicológica. Traía un bíper 24 horas por si alguien la necesitaba. Dos veces a la semana apoyaba en un refugio a mujeres que sufrían violencia intrafamiliar. Freda fue riego de luciérnagas en mi vida.

Conocí también a su tía de 92 años. Tenía 32 hijos. Me contó su historia. Su hijo de siete años se soltó de su fuerte mano en una persecución nazi. Nunca lo encontró. Rezaba para que una madre lo hallara y lo protegiera. Lo mismo se prometió hacer por los niños que ella encontrara. Se unió a la resistencia y gracias a su entrenamiento como alpinista, cruzaba las montañas para hacer llegar personas a los barcos que iban a Palestina. Cuando ella finalmente arribó, avisó en el muelle que le mandaran a cada niño huérfano. Les dio salud, abrigo, alimento y cariño. Buscó buenas familias para adopción definitiva. Su último acto de amor relacionado con su promesa fue a los 90 años. Vendió su departamento y se fue a vivir a un asilo para salvar una vida más. Unos vecinos no tenían recursos para viajar para hacer un trasplante de riñón a su pequeño. A través de un familiar, al que le hizo prometer que mantendría en secreto el origen del dinero, lo entregó a la familia y el niño se salvó.

Un carácter de hierro y azúcar. La internaron en el hospital por un problema circulatorio que ponía en riesgo una de sus piernas. Solo aceptó bajo la condición de estar en el piso de maternidad. Sus treinta y dos hijos se turnaron para alimentarla porque se negó a comer alimentos de enfermos. Yo la vi riéndose enseñándome las dos piernas sobre la mesa. “Salí caminando”, me dijo.