LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO

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Un recorrido que fue toda una aventura lo realicé con mi esposa Sari y mis hijos mayores, cuando eran pequeños, al inicio de los setentas, por el Sureste de México y Guatemala. Todo el trayecto lo hicimos en automóvil; en Chipas estuvimos en San Cristóbal de las Casas, un mágico destino indígena, fue como transportarse al pasado. Ahí estuvimos en la casa de la suiza Gertrudis Bloom, que aún vivía, y ayudó desinteresadamente a los indígenas de la región. En San Cristóbal de las Casas renté una pequeña avioneta en la cual volamos a Bonampak, un sitio arqueológico enclavado en plena selva lacandona y que en aquel entonces sólo era accesible por aire. Mientras mi esposa y yo observábamos los frescos de Bonampak, mis pequeños hijos se divertían persiguiendo mariposas.

Asimismo, visitamos la extensa e impresionante zona de Palenque y las multicolores lagunas de Monte Bello. Por sinuosas y estrechas carreteras llegamos a la Ciudad de Guatemala, en donde daba la impresión de que el tiempo se había detenido; en ese país disfrutamos de la belleza de Antigua, poblado próximo a la Ciudad de Guatemala, que había sido destruido parcialmente por un terremoto. Hoy día, todavía hay vestigios de la destrucción. También estuvimos en el Lago de Atitlán, en cuya rivera se asentaban varios pueblos indígenas; en cada uno de ellos resaltaba la colorida vestimenta de sus habitantes. Llegamos hasta Chichicastenango, un auténtico pueblo mágico; era la época de Navidad y presenciamos en las iglesias ritos católicos mezclados con ritos indígenas, una vivencia indescriptible.

La calidez de la población de Guatemala, particularmente la de los indígenas, quedó impregnada en nuestra piel de por vida. También un domingo estuvimos en el Lago de Amatitlán, sitio al que concurría la clase popular el fin de semana y que para los visitantes foráneos representaba la semblanza de los pobres de ese país. Recuerdo que el cumpleaños de mi hija, en vísperas del año nuevo, lo celebramos con pastel y chocolate en la cafetería del hotel en donde nos alojamos en la Ciudad de Guatemala; era una pastelería auténticamente europea.

El regreso a México fue poco venturoso, ya que en nuestra estancia en Chiapas tomamos leche fresca, bronca, que nos causó fiebre aftosa. Manejé a gran velocidad para llegar a México, dado que mi pequeña hija tenía una temperatura cercana a 40 grados centígrados. A los cuatro nos brotaron aftas en el interior de la boca y sólo podíamos tomar líquidos; el remedio para esta fiebre era la aplicación de violeta de genciana sobre las aftas, ya que los antibióticos estaban contraindicados, porque en lugar de curar, provocaban la reproducción de las aftas. Tuvimos que seguir una dieta rigurosa, yo en particular, bajé varios kilos. Por el intenso sol en el viaje, adquirí una tez tan obscura, que mis amigos en tono de burla me preguntaban si había ido de cacería a África.

Creo que el ser humano tiende a repetir conductas; 25 años después de mi visita a Chiapas volví a ese lugar con mi segunda esposa y con nuestros dos hijos, frutos de ese matrimonio. Esta vez, llegamos en avión a la capital del Estado y renté un automóvil para recorrerlo. Volví a contratar una avioneta en San Cristóbal de las Casas para visitar Bonampak, quizá fue la misma de la visita anterior, empero, más destartalada. Entre los nuevos sitios que visité estuvieron las Cascadas de Agua Azul, que antes eran inaccesibles por tierra.

Una anécdota interesante sucedió en el viaje entre San Cristóbal de las Casas y las Cascadas; en el exuberante paisaje de este trayecto, de repente apareció de la nada un reten de indígenas que nos demandaron un peaje para poder pasar, además, vieron que traíamos fruta y nos la pidieron. Creo que formaban parte de la estructura “militar” del llamado Subcomandante Marcos. Este recorrido lo hicimos en diciembre de 1993 y el hecho mencionado ocurrió pocos días antes de la insurgencia militar del Subcomandante.

La pobreza y la desesperación eran evidentes en quienes nos detuvieron en el reten, realmente pasamos momentos de angustia, la cual se desvaneció cuando llegamos a las Cascadas, ante las cuales quedamos anonadados por su extraordinaria belleza de aguas de diferentes tonos; disfrutamos de un refrescante chapuzón en las mismas.

Otro sitio de fantasía que visitamos en Chiapas, fue la zona arqueológica de Yaxchilán, ubicada en plena selva en los márgenes del río Usumacinta, colindante con la frontera de Guatemala. Llegamos en avioneta en virtud de que en esos tiempos sólo se podía accesar a la zona por aire, por balsa, en un peligros recorrido de dos días por el río o por camión de redilas por una dificultosa brecha. En el presente ya existe una carretera asfaltada a Yaxchilan. También en ese viaje estuvimos en Oaxaca, otro de mis destinos favoritos de paseo. Oaxaca es tan indígena como Chiapas, sin embargo, las casas de su ciudad capital, son muy bellas; sus sitios arqueológicos principales, Montealban y Mitla, son únicos. En visitas posteriores a Oaxaca he visto viejos conventos e iglesias restaurados, ni qué hablar del Templo de Santo Domingo en la Ciudad de Oaxaca, que en mi opinión, es el más bello del mundo por su exquisito estilo barroco dorado, también sobresale su original museo anexo que previamente fue usado como cárcel, bodega y para otros menesteres. La gastronomía de Oaxaca ocupa uno de los primeros lugares a nivel nacional, tanto por su originalidad, como por su variedad.

La primera vez que estuve en Oaxaca fue entre 1956 y 1957; la visita la hice con mis compañeros del Ijud, la organización juvenil judía de la cual era miembro. En esa época el director de la organización, enviado de Israel, era una persona culta e interesada en la arqueología, organizó nuestra estancia en Oaxaca alojándonos en una escuela pública, que también era internado y disponía de un gran salón con camas; la estancia también incluía el desayuno: frijoles negros, pan dulce y café con leche. Creo que el director, cuyo nombre era Shaul, fue quien despertó mi interés por los recorridos a centros arqueológicos; se lo agradezco de todo corazón. Me he pasado la vida disfrutando de la visita a múltiples zonas arqueológicas de México y de otros países.

Recuerdo que en el viaje con Shaul a Oaxaca, éramos más de 20 personas que nos entrelazamos al milenario árbol del Tule y no lo alcanzamos a cubrir. Después de la Ciudad de Oaxaca fuimos a las playas de Salina Cruz, en el Itsmo de Tehuantepec; hacía un calor insoportable. Con varios compañeros nadamos más de 500 metros para subir a un barco camaronero que estaba anclado en el mar; los pescadores nos convidaron camarones gigantes y comimos hasta hartarnos…