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Banderas oficiales y retratos de Asad llenan la región, mientras Israel teme que la guerra llegue a su frontera. La ONU se despliega en la zona para mantener la calma

Una serpiente de hormigón separa las casas y los frutales de Majdal Shams de un campo rocoso, amarillo, seco. Un muro reforzado con púas y electricidad separa los dos lados del Golán, el ocupado por Israel y el sirio. Soldados de las IDF patrullan lentamente. A pocos metros, el valle desierto duerme la siesta, salpicado de advertencias de minas. Hoy no hay altavoces, no hay familias preguntando a su primo o hermano, al otro lado, por la salud, los niños o la cosecha. Tampoco se escuchan las bombas, los combates en ciudades como Kunetra, el choque entre las tropas del presidente sirio Bashar el Asad y los rebeldes del Ejército Libre de Siria. “Hoy es un día de paz, extraño”, reconoce el periodista local Hamad Awidat.

En este rincón, 1.200 kilómetros cuadrados de tierra en disputa desde 1967, a la misma distancia, 65 kilómetros, de Tiberias (la mayor ciudad de Galilea) que de Damasco (la capital siria), el conflicto sirio late intenso, vivo. Las cinco villas que lo componen albergan a unos 21.000 judíos y otros tantos drusos. Los primeros, trasplantados tras la Guerra de los Seis Días para reivindicar “su” tierra, contra el criterio de la ONU. Los segundos, deseosos de recuperar su soberanía siria. En el país vecino son un 3% de la población, grupo con el que mantienen un contacto estable y fuerte a base de matrimonios, viajes de salud o de estudios. Siempre fueron los protegidos de Asad, dicen, y por eso ahora lo defienden con entusiasmo.

Se aprecia en el santuario de Al Yafuiri. Los niños enarbolan banderas oficiales sirias, los padres colocan retratos de Asad en las esquinas, la carne se asa en las cocinas. La comunidad aguarda a Yusuf Shams, preso por cinco años, acusado de atentar contra Israel. Una corriente de hábitos negros y tocados blancos (los drusos más rigoristas) prepara la bienvenida. Entre los asistentes, Farham Safadi. Su hija Ada se casó en Damasco hace 15 años y sólo ha podido verla una vez. Apenas hay permisos de ida o vuelta. Su hermano Ali estudia ahora Medicina en la capital siria. ¿Qué le cuentan? “Todo está tranquilo. No hay problemas. A los drusos nos siguen cuidando. Lo de las matanzas son mentiras de los terroristas, de Al Qaeda, EE UU y el Mossad. La calle está con el presidente, y el Ejército. No crea las mentiras de los extranjeros”, dicen.

Una esperanza, Asad

Bushur el Makt, preso durante 24 de sus 47 años por conspirar contra Israel, se niega a pensar que Asad caiga. “Es nuestro rais. No podrán con él”, repite. “No existen opositores sino traidores. Hablan de derechos… El presidente es un reformista y estaba ya emprendiendo esos pasos, pero los matones lo impiden. ¿Qué otro país árabe vive tan bien? Siria sólo quiere paz”, insiste. Presenta a Ibtihal, la esposa de Shams, que matiza un poco el discurso: “No quiero muertos ni tristeza. Me da pena por mi tierra. Pero Asad no es el único culpable. Si él cae, ganará la venganza de los sunitas y mi pueblo no tendrá dónde ir”, teme.

Un sentimiento general: sólo Asad será capaz de devolver el Golán a Siria. Cuando se les pregunta qué ha hecho el líder del Baaz por ellos en este tiempo, las respuestas bajan de tono, se acortan. “Él está sufriendo por nosotros, está trabajando duro en Damasco para liberar el Golán”. Ni un ejemplo de su “lucha”.

Es inimaginable para ellos pensar siquiera en la división territorial, en una zona autónoma drusa, si Siria se descompone. “El Golán es todo o nada, a un lado y al otro. Nuestros hermanos de allá no lo consentirán”, abunda Salman Fahhr Aldeen, engullendo pan con za´atar.

Tímidamente, los opositores al régimen sirio también empiezan a salir de la sombra en el Golán. Son minoría, pero se hacen oír. Shufaa Abu Jabal, cristiana, es una de las líderes del movimiento. Moderna, activa, se niega a pensar que todos sus vecinos son pro-Asad. “Lo que hay es miedo a decir lo contrario –apunta–. Ya van aquí tres generaciones con miedo. Ya no más”. Cada viernes hacen manifestaciones en la zona.

Los asistentes son jóvenes bien formados. Quedan en cafés como el Beethoven, organizan los lemas –“Dejad de matar al pueblo sirio”, reza una pintada a la salida de Majdal Shams– y se conectan con activistas “fiables” del otro lado. “Las redes sociales son utilísimas”, reconoce.

Está “orgullosa” de su labor, dice mientras enumera las masacres del régimen (Homs, Hama, Deraa, Houla…), los resortes que la hicieron levantarse. Pero confiesa los riesgos. “Esta zona es tranquila, vivimos del turismo y la agricultura, con la calidad de vida que proporciona Israel, pero… Hace días atacaron mi casa con un palo, al grito de “traidores”. “Hay peleas hasta en el seno de una misma familia”, confiesa el periodista Awidat. Los ánimos se han caldeado con la detención de Iyad Jamil Asad Al Johari, supuesto espía al servicio del régimen sirio.

Preludio de la guerra

A 25 kilómetros al sur, a la altura de Kidman Tsuvi, por la carretera 91, las bases militares israelíes se multiplican. Los jeeps y los remolques con tanques pasan cada poco. Israel teme que se enramble el frente norte, tanto por el Golán como por Líbano: si Hezbolá se hace con las armas químicas de Asad, si los refugiados cruzan a su territorio, si los combates saltan la frontera…

Las IDF calculan que en las últimas semanas al menos 20 misiles Rockets han pasado la zona desmilitarizada con Siria, de hasta seis kilómetros de anchura, hasta pueblos como Bukata. Nunca desde 1974 había estado tan caliente este territorio. Israel ha denunciado ante la ONU, además, incursiones de soldados sirios (500, con 50 tanques, según el Haaretz) mientras perseguían a rebeldes. Naciones Unidas, precisamente, está desplegada en la zona de seguridad para mantener la calma. “Estamos preparados para todo”, insisten las IDF.

En agosto, junto a la Cruz Roja, han ayudado a cruzar desde Siria a un centenar de estudiantes drusos atrapados por el conflicto. Ninguno de ellos quiere hablar. Es reconocer que las cosas en el país de Asad están mal.

Rumian en casa lo ocurrido mientras los turistas locales acuden al Golán a escuchar los sordos disparos, a ver el despliegue de verde militar. A la espera de si el entretenimiento se torna en crisis también para Israel.