BECKY RUBINSTEIN F. PARA ENLACE JUDÍO

A los judíos de Tijuana: a José, a Jack y a todos los demás.

José no es arquitecto, aunque le hubiera gustado serlo. Tampoco es escultor, aunque a veces imaginaba que lo era. José es de los hombres que construyen castillos en el aire para que otros los construyan en la tierra. Es de los que imaginan torres que otros trabajarán con sus manos.

Don José, así lo llaman sus muchos amigos, jamás escribió un libro que se sepa, aunque siempre tiene uno a la mano. A lo mejor y con el tiempo alguien escribe sobre “José y sus sueños”, alguien que lo conozca de cerca y que lo quiera como a un hermano.

Don José ama como a nadie la ciudad donde nació: Tijuana, donde la tía Juana -eso se dice- vivía en tiempos de la Colonia en comunión con los indígenas. Todos trabajaban y comían del mismo pan y bebían de la misma agua; ahí gozaban del mismo sol y del mismo trinar de aves.

En Tijuana vivieron en verdadera comunidad hasta que unos extraños arribaron de la capital a fundar una misión. Pronto los indígenas, temerosos de ser humillados, se dispersaron.

Todo desapareció menos la leyenda de la Tía Juana.

Don José , habitante de Tijuana imaginó un día , al cerrar los ojos, que dos torres gemelas caían al suelo y que dos torres las sustituían.

La gente se burlaba de él, de sus sueños y de sus delirios de grandeza. Porque pensar en torres exige, decían, pensar en grande. ¿Y quién era él para atreverse a tamaña sinrazón?
-2-

Aquel sueño nació, se dice, cuando don José vio desplomarse dos torres, también gemelas, las de una isla no tan aislada del resto del mundo: Nueva York.

Don José, desde aquel día no tuvo paz. Su esposa le preparaba tisanas y le hablaba amorosamente al oído, alentándolo cuando lo veía cabizbajo, tenso, desanimado.

Cierta ocasión un doctor amigo le pidió que le contara sus sueños. Los aparentemente buenos y los aparentemente malos.

Quién sabe por qué, pero desde aquel día José dejó de soñar; de recordar sus sueños.

Se lo veía malhumorado, como si hubiera perdido las llaves de su casa y no pudiera entrar. O como si hubiera olvidado su sombrero y el sol le desbaratara los sesos.

Desde aquel día, no más tisanas ni doctores que esperan que los sueños salgan de los armarios o de las coladeras.

Don José buscó a un amigo suyo de la infancia. Con el tiempo se había convertido en un famoso arquitecto y escultor que igualmente manejaba grava que cemento; mármol que hierro y granito. Y como los grandes…

Y como los grandes jugaba a generar sueños. Los partía como naranjas y los desgajaba para compartir su dulzura.

Cuando don José y Jack se vieron compartieron sueños: coincidieron en levantar dos columnas sin temer su caída, sin miedo a que volaran en pedazos.

Altas y llamativas, compartirían ambos lados de la frontera entre México y su vecina, más allá del Bravo. Y hablaría de paz, de hermandad y armonía entre los hombres.

Al principio los amigos guardaron el secreto.

“¿Levantar torres? ¿Hay algo más tonto que levantar torres? ¿Hay cosa más tonta que soñar?-temían se les echará en cara.

Los sueños continuaron su curso: pronto surgió una maqueta que se elevó sobre una mesa de arquitecto. Dos eran las torres que crecerían para ser vistas al amanecer; también cuando oscurece y la gente, atemorizada, piensa que para siempre.

Los buscadores de sueños, siempre con los ojos en alto, no tomaron en cuenta que los sueños, para materializarse, necesitan de monedas. De una torre de monedas que llegue al cielo.

Se tocaron muchas puertas que no siempre se mantuvieron abiertas de par en par. Se habló a mucha gente que mostró poco o nulo interés.

Los amigos conocieron todos los bancos y todos los banqueros; llamaron a familiares y amigos. Su búsqueda no se detuvo.

Poco a poco fluyó el dinero: monedas pequeñas, medianas, grandes, cheques, giros postales. Quién sabe cuánto más necesitarían.

También recibieron cartas y telegramas de apoyo. Y muchas más de enojo por su audacia. No sabían, por experiencia, que las torres, como los hombres, caen más temprano que tarde? Alguien les recomendó ahorrar su energía para la vejez.

Mientras tanto, la obra empezó a despegar frente a los ojos de Jack, de don José y de cientos de trabajadores.

Ya casi está lista…

Pensándolo bien, a lo mejor y alguien escribe sobre don José, sobre Jack y sobre dos torres que nacieron de la unión, de la esperanza.

Será un libro de pocas hojas y escasa tinta. No parece que a don José le gusten los libros llenos de palabras que se repiten hasta el cansancio, vacías como un cielo sin estrellas.Rich Text Area

BECKY RUBINSTEIN F. PARA ENLACE JUDÍO

A los judíos de Tijuana: a José, a Jack y a todos los demás.

José no es arquitecto, aunque le hubiera gustado serlo. Tampoco es escultor, aunque a veces imaginaba que lo era. José es de los hombres que construyen castillos en el aire para que otros los construyan en la tierra. Es de los que imaginan torres que otros trabajarán con sus manos.

Don José, así lo llaman sus muchos amigos, jamás escribió un libro que se sepa, aunque siempre tiene uno a la mano. A lo mejor y con el tiempo alguien escribe sobre “José y sus sueños”, alguien que lo conozca de cerca y que lo quiera como a un hermano.

Don José ama como a nadie la ciudad donde nació: Tijuana, donde la tía Juana -eso se dice- vivía en tiempos de la Colonia en comunión con los indígenas. Todos trabajaban y comían del mismo pan y bebían de la misma agua; ahí gozaban del mismo sol y del mismo trinar de aves.

En Tijuana vivieron en verdadera comunidad hasta que unos extraños arribaron de la capital a fundar una misión. Pronto los indígenas, temerosos de ser humillados, se dispersaron.

Todo desapareció menos la leyenda de la Tía Juana.

Don José , habitante de Tijuana imaginó un día , al cerrar los ojos, que dos torres gemelas caían al suelo y que dos torres las sustituían.

La gente se burlaba de él, de sus sueños y de sus delirios de grandeza. Porque pensar en torres exige, decían, pensar en grande. ¿Y quién era él para atreverse a tamaña sinrazón?
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Aquel sueño nació, se dice, cuando don José vio desplomarse dos torres, también gemelas, las de una isla no tan aislada del resto del mundo: Nueva York.

Don José, desde aquel día no tuvo paz. Su esposa le preparaba tisanas y le hablaba amorosamente al oído, alentándolo cuando lo veía cabizbajo, tenso, desanimado.

Cierta ocasión un doctor amigo le pidió que le contara sus sueños. Los aparentemente buenos y los aparentemente malos.

Quién sabe por qué, pero desde aquel día José dejó de soñar; de recordar sus sueños.

Se lo veía malhumorado, como si hubiera perdido las llaves de su casa y no pudiera entrar. O como si hubiera olvidado su sombrero y el sol le desbaratara los sesos.

Desde aquel día, no más tisanas ni doctores que esperan que los sueños salgan de los armarios o de las coladeras.

Don José buscó a un amigo suyo de la infancia. Con el tiempo se había convertido en un famoso arquitecto y escultor que igualmente manejaba grava que cemento; mármol que hierro y granito. Y como los grandes…

Y como los grandes jugaba a generar sueños. Los partía como naranjas y los desgajaba para compartir su dulzura.

Cuando don José y Jack se vieron compartieron sueños: coincidieron en levantar dos columnas sin temer su caída, sin miedo a que volaran en pedazos.

Altas y llamativas, compartirían ambos lados de la frontera entre México y su vecina, más allá del Bravo. Y hablaría de paz, de hermandad y armonía entre los hombres.

Al principio los amigos guardaron el secreto.

“¿Levantar torres? ¿Hay algo más tonto que levantar torres? ¿Hay cosa más tonta que soñar?-temían se les echará en cara.

Los sueños continuaron su curso: pronto surgió una maqueta que se elevó sobre una mesa de arquitecto. Dos eran las torres que crecerían para ser vistas al amanecer; también cuando oscurece y la gente, atemorizada, piensa que para siempre.

Los buscadores de sueños, siempre con los ojos en alto, no tomaron en cuenta que los sueños, para materializarse, necesitan de monedas. De una torre de monedas que llegue al cielo.

Se tocaron muchas puertas que no siempre se mantuvieron abiertas de par en par. Se habló a mucha gente que mostró poco o nulo interés.

Los amigos conocieron todos los bancos y todos los banqueros; llamaron a familiares y amigos. Su búsqueda no se detuvo.

Poco a poco fluyó el dinero: monedas pequeñas, medianas, grandes, cheques, giros postales. Quién sabe cuánto más necesitarían.

También recibieron cartas y telegramas de apoyo. Y muchas más de enojo por su audacia. No sabían, por experiencia, que las torres, como los hombres, caen más temprano que tarde? Alguien les recomendó ahorrar su energía para la vejez.

Mientras tanto, la obra empezó a despegar frente a los ojos de Jack, de don José y de cientos de trabajadores.

Ya casi está lista…

Pensándolo bien, a lo mejor y alguien escribe sobre don José, sobre Jack y sobre dos torres que nacieron de la unión, de la esperanza.

Será un libro de pocas hojas y escasa tinta. No parece que a don José le gusten los libros llenos de palabras que se repiten hasta el cansancio, vacías como un cielo sin estrellas.

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