MAURICIO MESCHOULAM/TRIBUNA

Acosador sexual, pedófilo y ladrón. Estas son algunas características de Mahoma, a decir de un promocional de cine aparentemente producido en Estados Unidos.

Con sólo conocer un poco acerca del pasado de este tipo de manifestaciones antiislámicas y las reacciones que éstas desataron en las últimas décadas, podríamos decir que la ola de protestas detonadas en el mundo musulmán eran de esperarse una vez que el video recibiera difusión. Sin embargo, hay quien supone que determinados actores estarían aprovechando estos sucesos como pretexto para avanzar ciertas agendas. La realidad es que nos encontramos ante un complejo de circunstancias que un evento específico hoy expone y cataliza.

De acuerdo con estudios, existe en buena parte del mundo islámico un arraigado sentimiento antiestadounidense y antioccidental, que precede con mucho a los sucesos actuales, pero que se combina con otros factores como lo es el contexto de la primavera árabe del 2011. Este movimiento significó, en algunas partes, un apropiamiento de la plaza pública que en otros tiempos se pensaba imposible. Estos dos factores juntos, el antioccidentalismo, y la posibilidad de llevar a las calles la frustración social, van a favorecer un entorno en el que los gobiernos locales no se sienten incentivados, capaces o dispuestos a detener la dinámica de masas que se desata tras un video que ataca al Islam.

Además, tenemos que agregar la erosionada posición estratégica de Estados Unidos tras esta primavera árabe. Ante estos movimientos sociales, Obama se enfrentó a un serio dilema. Por un lado, el presidente del Yes we can se veía obligado a apoyar el discurso de los derechos humanos y las libertades políticas, no a las dictaduras. La cuestión, sin embargo, es que si ciertas dictaduras eran derrocadas sus intereses geopolíticos se iban a ver perjudicados.

Washington confiaba, antes del 2011, en un esquema conocido y predecible de aliados y adversarios. El problema de enfrentar situaciones como las de hoy en Egipto, es que la Casa Blanca no cuenta con herramientas para predecir la reacción de un mandatario islamista a quien no conoce. El coronel Gaddafi no era un aliado de Washington, pero al menos tenía su territorio bajo control. Una situación como el ataque de esta semana a su consulado era un evento poco probable bajo el esquema anterior. Actualmente, en cambio, lo que hay en un País como Libia es un Gobierno débil e ineficaz. Esto resulta en un vacío de poder y, por tanto, en la posibilidad de ascenso de diversos grupos que ahora pueden operar con facilidad.

Encontramos un marcado incremento en la actividad de grupos islámicos radicales. Esta serie de elementos en conjunto puede ocasionar que muchas de las protestas espontáneas sean empleadas por actores diversos entre los que se ubican algunos gobiernos, a quienes beneficia continuar erosionando la posición de Washington en la región, o bien, por actores subestatales como el grupo islamista, que según se indica en Washington, habría atacado su consulado en Libia.

Todo lo anterior acontece en medio de la contienda electoral en EU. El envío de buques de guerra y el despliegue de marines en las sedes diplomáticas no implica que Obama esté pensando invadir esos países, sino una señal reactiva y tardía dirigida hacia dentro y hacia fuera de sus fronteras, de que Washington está presente.

Obama intentará no mostrarse como un Presidente débil ante el asedio a sus embajadas, pero la verdad es que tampoco tiene demasiado qué hacer a estas alturas. Podrá lanzar una que otra operación de carácter limitado y quirúrgico en contra de determinados grupos. Pero la realidad del Medio Oriente y el norte de África hoy ya es otra, una que le recuerda a la gran potencia que el planeta comienza a escaparse de sus manos.