*DR. ADOLFO GARCÍA DE LA SIENRA/INSTITUTO DE FILOSOFÍA UNIVERSIDAD VERACRUZANA

Terminé mi entrega de la semana pasada dejando abierta la pregunta: ¿qué tanto se inscribe México en la rama liberal-judeocristiana de Occidente? Samuel Huntington (1993; 2005) clasificó a México como un torn country, un país desgarrado; un país hispanoindio que no terminaba por definirse como occidental, como parte de Norteamérica al modo en que lo son Canadá y Estados Unidos, a pesar de que “la abrumadora mayoría de las élites política, económica e intelectual favorecen ese rumbo” (ibídem, p. 201). ¿Qué es lo que impide que México se integre a Norteamérica como un país capitalista moderno y democrático? Huntington afirmaba que “México tenía una cultura claramente no occidental” (ibídem, p. 199) y citaba a Octavio Paz diciendo que en el mismo siglo XX “el núcleo de México es indio. Es no europeo”:

Primero, y quizá lo más importante, el núcleo de México es indígena. No es europeo. Cuando los españoles llegaron, ya estaba aquí una civilización que no debía nada al Viejo Mundo. La segunda es que el país que conquistó y colonizó México —España— no sólo era un país católico, sino un país que había experimentado las cruzadas y la guerra contra el Islam hasta el siglo XVI. En los siglos XVI y XVII, España se convirtió en la defensora de la Fe durante la Contrarreforma. Esta idea religiosa fue central en la cultura y la política españolas del tiempo de la colonización, y fue así que se convirtió en la herencia de México. México, por lo tanto, es un reflejo de la Europa anti moderna. Nació de la negación de la modernidad. (Paz 1987)

Esto significaría que las dificultades fundamentales de México para construir un sistema político y económico democrático que funcione (que supere pobreza, corrupción y desigualdad) se ubicarían en el carácter (ethos) típico de un importante número de mexicanos. Según Paz, en la medida que este ethos no es indio es europeo pero no moderno, lo cual seguramente tiene algo de verdad (por virtud de la norma de continuidad cultural), pero pasa por alto siglo y medio de educación liberal, así como el impacto de las culturas estadounidense y europea en México (sobre todo la primera). Además sugiere que los esfuerzos educativos que iniciaron los liberales mexicanos no parecen haber rendido todavía el fruto esperado (por los mismos liberales).

Es un hecho, sin embargo, que por lo menos el México urbano ha avanzado dramáticamente, durante los últimos 25 años hacia una forma de vida más democrática y libre. La libertad religiosa (no la mera tolerancia) ha avanzado en el México urbano (aunque hay lugares, particularmente en comunidades indígenas rurales, en los que tal libertad está lejos todavía). Pero debemos seguir insistiendo en la importancia de la libertad religiosa para la democracia, y aprender a respetar la diversidad de manera plena. Esto significa entender las creencias y cosmovisiones de las comunidades con las que convivimos, para poder entrar en diálogos fructíferos con ellas.

En conclusión, creo que los espacios de libertad y pluralidad se han ampliado en México, pero debemos seguir trabajando políticamente en la dirección de seguirlos ensanchando, buscando la convivencia armónica entre todas las comunidades como uno de los pilares de la democracia. No es la europeización de México lo que buscamos, sino más bien un país plenamente plural y democrático, pero con fuerte influencia judía y cristiana.

*Presidente de la Sociedad Iberoamericana de Metodología Económica
Director del Instituto de Filosofía Universidad Veracruzana, México

Referencias
Huntington, S., 2005, El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Paidós, Barcelona.
_______, 1993, “The Clash of Civilizations?”, Foreign Affairs, vol. 72, no. 3, pp. 22-49.
Paz, O. (1987). The Border of Time. New Perspectives Quarterly, vol. 4, no. 1. En
https://www.digitalnpq.org/archive/1987_winter/border.html