MÓNICA UNIKEL FASJA

El knis (sinagoga) de Córdoba contiene varios espacios que son, cada uno, lugares llenos de historias. Está en primer lugar el midrash, que es el lugar que aun conserva vida pues un grupo de señores reza allí cada tarde de lunes a jueves, no permitiendo su abandono y estudiando en grupo, manteniendo una tradición milenaria. Ellos no viven cerca de allí, pero asisten por amor al lugar, como una mitzvá que se agradece. Justo en frente está el velatorio, donde se realiza la maravillosa labor de la jevrá kadishá acompañando a nuestros muertos en su etapa final, labor que realizan con amor y devoción. La sinagoga central, imitación de la gran sinagoga de Alepo en la colonia Roma, es una joya que nos quita el aliento, por su pintura en techos y cúpulas, por su piso de azulejos tan característico de los años cuarenta, por ser un espacio tan distinto que nos remite a Jalab, por lo que nos recuerda de dónde vinieron nuestros antepasados.

Abajo, la tebilá nos impacta por su sencillez y reducido tamaña, pero en su momento fue muy importante su creación ya que fue el primer baño ritual en México, después de que las novias acudían a los baños públicos del Centro a cumplir con este rito tan trascendente para nuestro pueblo, llevando allí el diefe y hasta instrumentos musicales que acompañaban los cantos al terminar la ceremonia.

El espacio en el que me quiero detener se encuentra arriba del midrash: unas escaleras de metal, como las que se usan para subir a las azoteas y que nos indican que fueron agregadas después, nos conducen a un cuarto que fue el midrash juvenil. Este fue organizado por un grupo de jóvenes, entre ellos el más activo era Moisés Shabot z’l quien lo propuso con la idea de que los jóvenes tuvieran una participación mucho más activa en los rezos, pues sentían que con los mayores esto era difícil de lograr, y organizaron su propio lugar de rezos, lo cual es interesante pues es único en esta comunidad, donde la religión siempre ha tenido un peso importante.

Muchos años funcionó el midrash juvenil hasta que los judíos se fueron de la Roma hacia Polanco dejando atrás una etapa en la vida comunitaria.
Por encontrarse allí el velatorio, constantemente llegan objetos con valor sagrado (o incierto) que deben enterrarse en la genizá, que es una sección en el panteón para enterrar libros y toda clase de objetos sagrados que la religión prohíbe tirar, romper o quemar.

El cuarto de arriba se hizo bodega y allí ha habido hasta ataúdes. Pero mi sorpresa fue enorme un día que entré allí y me encontré todas sus paredes tapizadas de objetos religiosos, regalos de bar mitzvot, invitaciones, imágenes de jajamim y bendiciones, además de cajas llenas de objetos sin uso que había que organizar, y que Pepe Jaski quien se ha abocado a la conservación de este knis y sus curiosidades le ha dedicado tanto tiempo a cuidar.

El señor Agustín, quien habita en un cuarto junto al templo y ha vivido tantas experiencias con los jalebis desde hace décadas (entre otras cosas se dedicaba a pintar las casas de los paisanos, muchos lo recordarán) me platicó que un día hace años llegaron cajas para la genizá, colgó algunos de los cuadritos que había y se fue siguiendo hasta que las paredes quedaron llenas, y aquello es una experiencia impresionante para quien lo visita. Es como un cuarto barroco que Agustín le llama “mi museo”. Así que les ruego, guarden el secreto.