ESTHER SHABOT/EXCELSIOR

Benjamín Netanyahu decidió poner fin a su cadencia gubernamental y convocar a elecciones anticipadas al considerar que su popularidad es hoy lo suficientemente grande como para tener asegurada la reelección. No quiso arriesgarse a perder esa ventaja en el curso de los próximos meses para los que se prevén complicaciones económicas y políticas que podrían afectarle. Así que bajo el argumento de que el déficit en las finanzas públicas impediría conseguir la aprobación del nuevo presupuesto para 2013, tal como lo establece la ley, procedió a disolver su gobierno y convocar a comicios adelantados.

Y, en efecto, todo parece indicar que Netanyahu no tiene por ahora ningún rival de peso como para hacerle sombra. Los sondeos de la opinión pública así lo indican, ya que él, a la cabeza de su partido, el Likud, duplica en estos momentos la cifra de intención de voto respecto a quienes podrían ser sus rivales más fuertes. Por diferentes motivos la oposición se encuentra en situación desventajosa, sin liderazgos atractivos capaces de arrebatarle al Primer Ministro la posibilidad de triunfo en enero próximo.

Por ejemplo, Kadima, el partido que constituyó el núcleo de la oposición en la cadencia que termina, está hoy desmembrado y disminuido luego del papel mediocre que cumplió como oposición. Por otra parte, el Partido Laborista, si bien se ha reconstituido tras su larga crisis debida en buena medida a los errores de su anterior dirigente, Ehud Barak, no parece tener la capacidad de disputarle al Likud el primer sitio. La actual cabeza del Laborismo, Shelly Yajimovich, es una mujer que ha conseguido aumentar significativamente el atractivo de su partido mediante una concentrada lucha por los derechos sociales, pero ello no le alcanza para perfilarse como máximo dirigente nacional, ya que peca de no haber podido o querido abordar con decisión y definiciones claras el resto de los temas y problemas que son cruciales para el país.

Por otra parte, resalta también que la coalición de gobierno que Netanyahu está en posibilidad de armar tras las próximas elecciones, será probablemente bastante parecida a la que lo acompañó en los últimos tres años y medio. Se trata de una coalición de partidos de derecha y ultraderecha, los cuales mantienen su fuerza más o menos estable, con lo que a fin de cuentas el nuevo gobierno sería una continuación del que ahora termina. De hecho, las encuestas indican que de las 120 bancas que se disputan, el bloque de centroderecha podría obtener dos más de las 66 que ahora tiene, con lo que conservaría holgadamente su ventaja frente a las 52 que obtendría el bloque de centroizquierda.

Sin embargo, no dejan de surgir especulaciones acerca de lo que podría alterar este pronóstico. Se habla, por ejemplo, de que si se gestara una alianza entre los diversos líderes opositores con vistas a formar un frente común que superara su fragmentación, sería más factible que la competencia fuera más pareja. Se dice incluso que un regreso a la política de Ehud Olmert, el primer ministro previo a Netanyahu y quien dejó el cargo por acusaciones de corrupción aún no totalmente aclaradas, podría revitalizar a las fuerzas del centro mediante su alianza con los otros líderes de esa orientación que optaran por unir fuerzas con él. Las probabilidades de un desarrollo tal son escasas por lo que dicha fórmula se percibe, por ahora, bastante inviable.

Por último, están también entre los factores por ahora imponderables que podrían incidir en los resultados, la volatilidad regional que prevalece en cuanto al tema iraní y, por otro lado, la efervescencia aún vigente generada por la primavera árabe. Lo que ocurra en los próximos tres meses en esos entornos tendrá repercusiones para Israel, como también lo tendrá quien quedara en la Casa Blanca a partir de las elecciones estadunidenses de noviembre. La relevancia que EU tiene en mucho de lo que acontece en Oriente Medio, incluido Israel, hace previsible escenarios distintos en función de quien sea su nuevo Presidente.