EL PAÍS

Es fácil entender por qué los libaneses juzgan una farsa la condena por el régimen sirio del atentado con coche bomba que ha costado la vida en el principal barrio cristiano de Beirut al general Wisan Hasan, jefe de la inteligencia policial, y a otras dos personas, y que ha dejado casi un centenar de heridos y un reguero de destrucción. El ataque, brutal evocación de los años de plomo de la guerra civil, ha puesto contra las cuerdas al Gobierno libanés, tensado al límite la situación en la capital, a la espera del funeral de hoy, y exacerbado los temores de que el agujero negro sirio acabe engullendo al pequeño país manipulado por Damasco durante décadas.

Es pronto para certificar inapelablemente la responsabilidad del atentado. También lo es para calibrar sus efectos a medio plazo en Líbano, un rompecabezas político-religioso en equilibrio permanentemente inestable, donde los suníes se oponen a una coalición gobernante de chiíes y cristianos prosirios que incluye al partido-milicia Hezbolá. Pero la percepción mayoritaria sobre la participación siria está firmemente sustentada en acontecimientos precedentes. El general asesinado, figura destacada de la minoría suní, era responsable de una rama del espionaje marcadamente antisiria, en línea con la oposición que encabeza Saad Hariri, hijo del primer ministro muerto en atentado en 2005. Wisan Hasan no solo dirigió la investigación, auspiciada por la ONU, que implicó a Damasco y a su decisivo aliado libanés Hezbolá en el asesinato de Rafik Hariri. En agosto pasado puso al descubierto una conspiración siria para sembrar el caos en Líbano, que desembocó en la acusación formal contra un general sirio y la detención y procesamiento de un prominente exministro libanés, Michel Samaha. El jefe del Gobierno libanés, Najib Mikati, vinculaba ayer el asesinato de Hasan con la magnitud de este desafío a Damasco.

El temor a una reedición de la devastadora lucha sectaria que asoló el país durante 15 años ha mantenido a Líbano relativamente a resguardo de la convulsión siria. Y ello pese al foso entre partidarios y adversarios del déspota Asad y a que la guerra civil vecina alcanza cada vez mayor presencia en la norteña Trípoli, donde facciones enfrentadas han librado este año sangrientos combates. El atentado de Beirut viene a acrecentar ahora la temida exportación del conflicto a un Líbano absolutamente vulnerable.