RABINO MARCELO RITTNER

Esta semana la Torá detalla uno de los relatos favoritos de niños y adultos. El arca de Noé. Comienza describiendo el carácter de Noé y la sociedad en que vivía. Dios le ordena que construya un arca ya que por la maldad prevalesciente destruirá el mundo. Salva a Noé con su familia, junto con los animales. Cuando termina el diluvio y la inundación, Dios establece un nuevo pacto simbolizado por el arco iris, y comienza entonces una nueva etapa de la humanidad.

Siempre que llega Shabat Noaj recuerdo a Bill Cosby, un gran observador de la vida, algo que hacía con muy buen sentido del humor. Cosby tenía una rutina cómica acerca de Noé y el diluvio. Contaba que dos hipopótamos estaban siendo empujados con mucha dificultad a través de las puertas del Arca hasta que logran instalarlos, cuando de repente oye a Di-s: “Noaj, espera un minuto, los dos son machos”. Noah se fastidió. Se quejó de lo difícil que es poder girar a un hipopótamo en un espacio tan pequeño, lo mucho más difícil que es sacarlo, y peor aún, salir a buscar otro y repetir la tarea. Pero Dios insiste: “No me importa. Consigue otro hipopótamo!”. Noaj, dominado por la desesperación protesta: “Si eres Dios, ¿por qué no cambias a uno de ellos?”. Y luego de un pequeño silencio Dios le responde: “Noáj, ¿cuánto tiempo crees que puedes pedalear en el agua?” Y Noaj comenzó su tarea.

No son pocas las veces que tenemos que aprender a pedalear en el agua. En nuestro viaje por la vida, a veces las tormentas son tan fuertes y aterradoras, que para tratar de mantenernos a flote, debemos permanecer donde estamos y esperar que pase la tormenta, a querer enfrentarla y correr el riesgo de ser arrastrados a la deriva.

Yo creo que probablemente eso es lo que era el Arca. Un lugar seguro para refugiarse y esperar. De hecho, un comentario del rabino Baruj Melman señala que si lees el texto detenidamente, notarás que Noaj no era el capitán, porque realmente no había un barco. La Torá utiliza la palabra teivá para describir lo que Noaj había construido para flotar. Pero leyendo las instrucciones de la Torá, honestamente parecía más una tina gigante que un barco.

Un espacio construido para el refugio y la salvación de las personas y animales elegidos. El uso de la palabra teivá, indica que el deseo más profundo de Di-s era que la humanidad se arrepintiera. El hecho que su diseño era más para permanecer sobre la tierra que para navegar, señala la esperanza divina en el arrepentimiento del hombre y evitar el castigo. No existía un timón, ni controles de navegación, ni fuente de alimentación que no fuera el sistema de guía divina.

O sea, Noaj construyó la teivá, pero Dios la dirigió.

¡Qué similar a la vida! Hay ocasiones en que la mayoría simbólicamente nos refugiamos en una teivá para protegernos y escapar de las violentas tormentas que nos rodean. Algo que nos sucede, precisamente, cuando sentimos que perdimos el control, que no somos los capitanes de nuestro barco. Desesperanzados, impotentes, nos encerramos en un arca de nuestra propia creación y esperamos el momento de salir a salvo.

Y lo que nos sucede como individuos, también nos pasa como pueblo. Por milenios el pueblo judío ha resistido las tormentas de la persecución y la opresión. Y a diferencia de otros pueblos en vez de abandonar nuestras tradiciones, nos refugiamos en el Arca de la Torá.

El Shabat anterior, Dios lleno de emoción crea el mundo, y separa las aguas. Una semana más tarde, su decepción en el Adam que creó, las vuelve a unir y destruye su propia obra.

Hay dos ideas más que quiero compartir este Shabat. Alguien alguna vez escribió que: “la fe puede ver más allá del destino”. Creo, que es esa la razón por la que Dios indica a Noé, “tzohar taasé la teivá”, harás en el arca una claraboya, una pequeña ventana. Era la forma de estar conectado con la realidad exterior, la forma de saber cuándo era el momento adecuado para volver a salir a la vida.

Cuando estés en tu arca personal, debes crear esa pequeña ventana para no dejar de seguir conectado con tu mundo exterior. Puede ser la fe en Dios, en la familia, en un amigo, o simplemente la necesidad de mirar fuera de uno mismo de vez en cuando.

La segunda idea, es recordar que casi al final del relato, Dios le ordena a Noaj: “Tze min hateiva”, debes salir de tu teivá. Recuerda que es un refugio temporal, que no puedes permanecer allí para siempre.

Debes salir y enfrentar tu vida, tu mundo. Y así la historia de Noé nos deja una enseñanza de esperanza. Hay tormentas y hay diluvios, pero pasan, tienes una historia que te guía, y un arca para protegerte. Pero en tu arca, debes construir una pequeña ventana para mantenerte conectado con tu fe, con tu vida. Y cuando llegue el momento, “tzé min hateivá”, sal de ella, porque es un refugio transitorio.

Sal y vive tu vida, tu nuevo bereshit, tu nuevo comienzo y busca el arco iris para que te guié en el viaje de tu vida.

Shabat shalom