RABINO MARCELO RITTNER

“Noaj era un ish tzadik, un hombre justo e íntegro en su generación…y Noaj caminaba con Dios”. D-os estaba enojado por ver una humanidad cada vez más alejada de los verdaderos valores e ideas con la que Él había creado este mundo. Con estas palabras la Torá nos presenta a Noaj. Yo imagino que debe haber sido alguien destacado para que D-os lo elija para construir un refugio y sobrevivir el diluvio junto con su familia y un puñado de animales.

Curiosamente o no, muchas veces el papel protagónico de Noaj es comparado con el de Abraham sobre quien comenzaremos a leer el próximo Shabat. De hecho, muchos comentaristas bíblicos han planteado la pregunta: ¿”Por qué decimos que los judíos son descendientes de Abraham y no de Noaj?”

Uno de ellos responde: Aunque efectivamente Noaj fuera honrado y perfecto en sus acciones, él no era el ideal del judío. ¿Porqué? “Noaj anduvo con Dios,” no con la gente, no con otros, él no estuvo interesado en la humanidad, en el mundo que habitaba. Su vida estaba enfocada apenas hacia sí mismo y los suyos. Y cuando supo de los planes de D-os, cuando supo que el mundo estaba cerca de desaparecer, él nunca dejo de enfocarse hacia adentro, nunca fue capaz de sentirse parte y responsable del mundo que lo rodeaba.

Él tuvo una elección personal. Seguir enfocado hacia dentro, preocupado con su miedo, su desesperación, pensando que “era el mejor”, o, mirar a su alrededor, y como lo harían más tarde los profetas, manifestar su preocupación por el destino de sus vecinos, de la familia con quien sus nietos jugaban, o la maestra, o sus amigos. El pudo expresar que se trataba de una injusticia, pudo ser de los que buscan cómo ayudar a quien lo necesita.

Pero Noaj decidió enfocarse en los suyo. Y así, se dedicó a construir el arca, sin decirle nada a nadie.

Y a pesar que tomó mucho tiempo, nunca cruzó por su mente que podría haber un modo de salvar el mundo de la destrucción. Él se concentró en martillar y martillar, en armar su arca sin levantar la vista. Silenciosamente. Nunca levanta su voz, nunca levanta sus ojos y pregunta, “¿cómo puedo ayudar a la gente y el mundo a mi alrededor?”

Por ello los rabinos enseñan que somos los hijos de Abraham. Y cuando leamos sobre Abraham, verán como él eligió ver el mundo a su alrededor, como habla en nombre de otros y como trabaja impacientemente para marcar el cambio.

Curiosamente el relato del diluvio termina de una manera aparentemente contradictoria. Nos cuenta que Noaj fue el primero en plantar un viñedo. Y que al probar el fruto de la tierra, se emborracha.

¿Y porqué se emborrachó? La primera respuesta es que él desconocía el efecto del vino. Algo que no me convence. Recuerdo que alguna vez escuché a Elie Wiesel sugerir que Noaj se volviera borracho porque no soportaba la angustia, la culpa de haber sido un sobreviviente. Él y su familia fueron los únicos que sobrevivieron la destrucción del mundo.

Según los rabinos él tardó mucho tiempo para construir el refugio en la esperanza que los otros le preguntarían ¿qué haces?, ¿para que es eso? Y así los rabinos lo justifican diciendo que el proyecto era una posibilidad para que la gente se arrepintiera. Pero nunca nadie se molestó en preguntar acerca de su trabajo. Y peor, nadie se molestó en ofrecer ayuda.

Noaj salió del arca y al ver el mundo desolado, él se vio como un fracaso. Y la culpa cada día lo ahogaba. Ya no estaban sus vecinos, ni sus amigos, solo su familia.

Noaj pudo al menos intentar modificar el veredicto. Pero no lo hizo. Por ello somos hijos de Abraham, quien ante el anuncio de D-os que iba a destruir a Sodoma y Gomorra, se enfrenta con el propio Kadosh Baruj Hú y lo cuestiona: ¿El Juez de toda la tierra no actuará con justicia?

Somos hijos de Abraham porque el judaísmo nos enseña a destruir ídolos, nos exige mirar hacia fuera y no apenas hacia adentro. Somos hijos de Abraham porque el mundo y todo lo que contiene es parte de nuestra responsabilidad. Porque cuando todos callan nosotros hacemos escuchar nuestra voz. Por ello debemos cuidarlo, proteger sus recursos para que una próxima generación no deba volver a empezar bajando de un arca.

Miremos hacia adentro, pero también hacia fuera. Porque en nuestro viaje no estamos solos. Somos los guardianes que D-os eligió para cuidar, reparar y completar Su obra.

Somos hijos de Abraham, porque somos sensibles a Su llamado y al compromiso de responder, como nuestro patriarca: Hineni. Aquí estoy. Cuenta conmigo.

Shabat Shalom.