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RABINO MARCELO RITTNER

 

Al releer el texto de la Torá de esta semana, encontré algo que me llamó la atención. Hasta que termina el diluvio y Noé sale del arca, el personaje central no habla ni siquiera una vez. Dios le dice: “Construye un arca”. Él construye un arca. Dios le dice: “Entra”. Él entra. Dios dice: “Lleva animales”. Él lleva los animales. Nunca habla. Ni con Dios, ni con la gente.

A diferencia de Abraham, Noé no discute con Dios tratando de salvar otras vidas. Tampoco trata de hablarle a la gente. Él sabe de la inminente catástrofe que caerá sobre el mundo si no se arrepienten. Pero Noé vive por y para sí mismo. Es un buen hombre, pero no tiene ni relación ni sentido de responsabilidad por otros seres humanos.

 Pero después del diluvio, en este nuevo mundo, Noé cambia. Planta un viñedo, bebe el vino, se emborracha y se duerme. Su hijo menor, vio la desnudez de su padre y  no lo cubrió. Y esto fue un acto incorrecto. Cuando Noé se despierta, por primera vez, habla. Se dirige a su hijo y le dice: “Detente hijo, lo que hiciste fue incorrecto. Fue una falta de respeto. Tú has hecho algo sin ética, algo que está prohibido y debes ser castigado.”

El viejo Noé, el de antes del diluvio, estaba tan concentrado en sí mismo, que probablemente ni se hubiera preocupado en corregir la conducta o las acciones de otra persona. Pero el nuevo Noé entiende que el mundo no puede ser como era; que el nuevo mundo no sobrevivirá a menos que la gente cambie, a menos que la gente hable. Y habiendo sido testigo de la destrucción de este mundo, Noé ya no está dispuesto a tolerarla. Y por eso rompe su extraño silencio, castigando y reprendiendo a su hijo. Reacciona y habla. Noé sobrevivió la destrucción del diluvio, y ha aprendido que ser un sobreviviente significa ser un testigo y ser un sobreviviente significa comprometerse con la sociedad.

Recuerdo las palabras del premio Nobel de la Paz Elie Wiesel en la ceremonia de la primera piedra para la construcción del Museo del Holocausto en Washington. En ese evento, Wiesel resumió el propósito del proyecto y de lo que significa ser un sobreviviente. Él declaró: “Aprendan lo que seres humanos pueden hacer a otros seres humanos. Aprendan los límites de la humanidad. Porque si aprenden, entonces la esperanza es posible. Y si olvidan, entonces la desesperación es inevitable”.

Esa es una frase muy corta y simple, pero pienso que contiene una verdad importante. La misma que aprendió Noé. Una verdad que hoy también resuena en los oídos de todos los mexicanos, esperando que sea aprendida.

Si toda esta violencia y destrucción busca tener algún sentido, entonces debemos aprender de ella. Si no lo hacemos, entonces no hay esperanza para el mundo. Pero si aprendemos una lección, aprendan que: mantenerse callados es ser cómplices; aprendan que cuando vean la maldad tienen que hablar; aprendan que la maldad florece cuando la gente buena es indiferente, no hace nada. Si logramos aprenderlo, si logramos ponerlo en práctica, entonces hay esperanza.

Noé aprendió tarde que una persona debe hablar cuando ve que se hace daño. Tristemente percibo que es una lección olvidada en nuestros días. Y me llena de desesperanza. Porque hoy, como ayer todos somos testigos. La muerte y la violencia presentes en muchos lugares del país exigen que como mexicanos individual y colectivamente hagamos escuchar nuestra voz. La inseguridad y la desesperanza que nos asfixian, la angustia de padres sobre el destino de la vida de sus hijos, la fragilidad de nuestro tejido social, todo lo que como mexicanos estamos viviendo, no nos permite limitar nuestra preocupación apenas a nosotros mismos, y a nuestra familia.

Esto nos atañe a todos.

Un conocido relato cuenta que dos personas paseaban en un bote a remos. Discuten como amigos, y enojados, se sientan cada uno en otro extremo del bote. Repentinamente, uno de ellos hace un boquete debajo de su asiento. El bote comienza a llenarse de agua, por lo que su compañero le reclama señalándole lo que su acción está causando. A lo que su compañero le responde: “yo lo estoy haciendo debajo de mi asiento”.

 Todos estamos en la misma embarcación y las acciones de pocos nos afectan a todos.

El momento que nos toca vivir, exige que como judíos recordemos y practiquemos todos los valores y enseñanzas que nos han guiado y dado fe en los momentos de oscuridad y desaliento. Trabajar por la justicia en justicia, no ser indiferentes, recordar el compromiso que tenemos con el huérfano, el hambriento, el descalzo. Y especialmente recordar la responsabilidad que tenemos, como socios de Dios, en construir una sociedad mejor no solamente para nosotros, también para las próximas generaciones. Como mexicanos, como judíos.

Por ello, este Shabat mis plegarias incluyen a estos jóvenes y a nuestro México. Y los invito a que cada uno se una con su voz. Rezo para que, como Noé, pronto podamos ver un arco iris, símbolo de la paz, en nuestro país y en nuestros hogares.

“Aprendan lo que seres humanos pueden hacer a otros seres humanos. Aprendan los límites de la humanidad. Porque si aprenden, entonces la esperanza es posible. Y si olvidan y callan, entonces la desesperación es inevitable”.