CARLOS MARTÍNEZ ASSAD

La misma casa

Como lo han dejado ver los testimonios de judíos y libaneses, los encuentros fueron frecuentes en los barrios de La Merced y de La Candelaria, prácticamente todos sus negocios y aún sus domicilios se establecieron por ese rumbo. En 1918 los judíos compraron una casa en Donceles, que luego se convirtió en Justo Sierra y en el número 83 se estableció una sinagoga, que ya en 1923, se construyó en forma debida. En 1921 el presidente Álvaro Obregón concedió a los cristianos maronitas el templo de Nuestra Señora de Balvanera para su rito oriental en arameo, en la calle de Venustiano Carranza, que acababa de ser iluminada con apoyo de la colonia libanesa, que venía creando instituciones desde años atrás.

Por el barrio de La Merced las familias mexicanas se acostumbraron a convivir con personas de las más diferentes procedencias, hablantes de otras lenguas distintas al español. Aparecieron negocios de todo tipo, tiendas con nombres que evocaban el Oriente, restaurantes, hoteles y cafés que ya se anunciaban: “Yo tomo café de Coatepec estilo árabe en Jesús María número 129”. Al Colegio Niños Héroes de Chapultepec, situado en Mesones y Cruces, y al República del Perú asistieron los hijos de los inmigrantes sin distingos. El primero se llama hoy se llama República de Líbano en homenaje a ese pasado. También eran responsables de la nueva urbanización, por ejemplo Negib Simón tiró el claustro de un antiguo convento donde de realizó el pasaje Pedro Slim, moderno centro comercial que agrupaba varias tiendas entre una calle y otra.

El hecho de que fuera una población de origen extranjero provocó la vigilancia de los agentes del gobierno, por ello pueden saberse muchos de los problemas que debían sortear. En el número 24 de la calle de Jesús María se estableció la carnicería denominada El Monte Sión el 21 de septiembre de 1926. Sus dos socios eran judíos, uno turco y el otro ruso, que participaron por partes iguales cada uno con 1,500 pesos. La sociedad no duró mucho y al poco tiempo hubieron de llamar a un arbitraje, mismo que aceptó la disolución de la sociedad otorgando partes iguales a ambos socios al finiquito de la sociedad.

En Independencia 44 un judío prestaba dinero sobre prendas al 30 por ciento mensual en 1941. Un inspector que le seguía los pasos tuvo que viajar hasta el Puerto de Veracruz, donde la misma persona se hacía pasar por vendedor ambulante, pero en realidad se dedicaba a los catalogados como negocios ilícitos. En ocasiones se decía italiano, en otras sirio-libanés y llegó a mencionar Constantinopla como su lugar de nacimiento. Fue denunciado por varias estafas y sólo después de 9 años fue obligado a salir del país hacia Turquía en 1950.

Uno de esos sitios de encuentro fue El Casino Centro Libanés, ubicado en Correo Mayor número 52. Fue particularmente vigilado por las autoridades

En las dos visitas que hizo un agente, informaba que el propietario era un libanés obviamente, con licencia para venta de vinos, licores y cerveza, expedida el 7 de noviembre del año 1930 por el Departamento Central (suscrita por la Secretaría General y registrada con el número 323.94/110). Informaba que el centro de recreo contaba ya en esa fecha con ciento veinticinco socios,
[…]todos de origen y nacionalidad Siriolibanesa, los que tienen asignada una cuota de dos pesos mensuales; y que asiduamente concurren a los salones de este Centro, a jugar dominó, dados y paco, estando atendido este Centro por cuatro empleados, dos hombres y dos mujeres.

En los altos de este edificio es donde se encuentra establecido el mencionado Casino, que se compone de un salón formado por dos salas en forma de ángulo y que dan acceso a un patio cubierto por cristales, tanto su piso como su techo y todo el conjunto forma un solo salón amplio en donde se encuentran distribuidas como veinte pequeñas mesas que ocupan sus socios, para sus juegos de azar. En los fondos laterales está el salón con piso de madera donde periódicamente todos los meses se efectuan bailes de los socios y sus familias, al frente de la escalera se encuentra un pequeño gabinete donde está establecida una cantina y en uno de los pasillos que da acceso a la cosina y a un pequeño gabinete reservado para juego, se encuentra una vitrina con repostería y refrezcos; al fondo de este local la cocina y por el frente el W.C.”.

En las dos visitas que practicó el informante al establecimiento pude darse cuenta de que había algo así como cuarenta socios en sus salones, todos jugaban dominó, sin poder precisar si esto lo hacían con apuestas de dinero, pues a la vista no tenían ninguna cantidad que así lo manifestara. La cantina tiene un aspecto muy desolado y se ve en ella escasos vinos y pocos parroquianos, solamente se le sirve a los socios las bebidas que solicitan. Tomando a toda hora café como bebida favorita.

Exigió en su visita de inspección que le fueran presentados los recibos de pago por las distintas contribuciones y licencias que ocasiona este Casino; pero hasta la fecha el Departamento Central no les ha cotizado la cantidad que deben pagar por el concepto antes indicado aunque pudo ver dos oficios de solicitud que el interesado hace al mencionado Departamento por este motivo, exigiendo la cotización de sus impuestos.

En la planta baja de este Casino, existe funcionando un salón de billares que tiene cinco mesas de juego, tres de carambola y dos de pool, este salón funciona independientemente del Casino y su propietario es el señor José Kuri.

Todas las licencias que amparan al ya mencionado Casino, están debidamente expedidas y registradas en la Demarcación de Policía, a la vista en la Cantina, ignorando solamente las horas hábiles que puede estar abierto este Centro, porque la licencia expedida para el funcionamiento del Casino, no lo estipula”.

Fue así que los informantes dieron con la casa ubicada el el número 158 de la calle de Uruguay, en la ciudad de México, de acuerdo con un memorandum del 27 de marzo de 1941. Albergaba varias viviendas sobrepobladas, si se considera que en el conjunto residían alrededor de veinte personas. Lo que provocaba que además con los visitantes hubiese siempre gran movimiento de personas. La viuda de un libanés vivía con nueve hijos y la viuda de un judío con tres. Pero otros de los habitantes también pertenecían a ambas comunidades de acuerdo con los datos que arrojaba el informe atribuyendo a unos la “nacionalidad árabe” y a otros la “libanesa”. Describía el itinerario y si habían ingrasado por el Puerto de Veracruz o por el de Tampico, así como las fechas, números de sus tarjetas expedidas por la autoridad y las actas de nacimiento de los hijos.

Tanto adultos como menores de edad fueron citados a comparecer por ser extranjeros y resultar “excesivo el número de habitantes de la vecindad”. Aunque la autoridad fue alertada por los escándalos y pleitos entre ellos mismos, según los vecinos, la propietaria de la casa mencionada informó que los extranjeros eran cumplidos en el pago de sus rentas y que algunos tenían más de 10 años de habitar sus viviendas. Por lo que finalmente se determinó que, de acuerdo con la documentación migratoria de los referidos extranjeros, su presencia es legal.

Por lo tanto no es coincidencia que por el mismo tiempo, Rubén Salazar Mallén, se interrogaba ¿Qué inmigración necesitamos? En 1937, y en su respuesta volvía a interrogarse “…y por qué la hostilidad que “toma matices agresivos”. Para luego pasar a explicar “Los tipos raciales que el mexicano repudia, son los conocidos por “judíos” y por “árabes”.

Estas dos expresiones no designan un tipo racial determinado ni una nacionalidad determinada, son algo genérico y confuso. Si se analizara la connotación de ellas, se vería que abarcan a muy diversos tipos humanos: judíos propiamente dichos, polacos, rusos, turcos, árabes, sirios, libaneses y otros”.

¿Merecen todos ellos la desconfianza y las repulsas de que son objeto? Indudablemente que no. Cierto que pueden descubrirse en esa masa elementos nocivos o, simplemente, incapaces de adaptarse a México y, en consecuencia, incapaces de llenar los fines de la inmigración. Pero, en cambio, hay otros que se asimilan perfectamente al medio, que impulsan el desarrollo nacional y que contribuyen en distintos aspectos a la mejoría del país. Si todos por igual son rechazados, se debe sobre todo a ignorancia, a desconocimiento de ciertos hechos.

La presencia judía se había incrementado y ya para 1921 se mencionan doce mil personas. Con ese crecimiento se dio la dispersión por la ciudad de México que se urbanizaba aceleradamente. Judíos y libaneses se trasladaron a la colonia Roma inicialmente y luego a la Hipódromo Condesa. Una prueba es la construcción de la sinagoga Rodfe Sedek establecida en la calle de Córdoba número 238, agrupándose en esa demarcación los judíos de Aleppo así como los de Damasco que erigieron la del Monte Sinaí. De allí Polanco, Las Lomas de Chapultepec, los nuevos desarrollos.

Hacia el presente

La formación del estado de Israel en 1948 y el liderazgo nacionalista árabe de Anuar Abdel Nasser, sin duda, había influido en los cambios que experimentaban la primera generación nacida en México; es decir, los descendientes de los inmigrantes libaneses y judíos, y al calor de los hechos ambos reforzaron sus identidades: los libaneses se hicieron más árabes y los judíos más sionistas. Luego de la guerra de seis días en 1967, la revista Al-Gurbal, fundada en 1922, por tanto la de mayor duración de la comunidad libanesa, reforzó con bríos el diferendum con Israel que de nuevo apareció con la intervención militar de ese país en Líbano en 1982. Aun así, previamente a la crítica, la publicación aceptaba:

Los árabes y los judíos son dos pueblos milenarios. Ambos proceden de un tronco racial común. Los dos se han expandido por el mundo, y a los dos les debe la civilización mucho de su esencial avance.

Los árabes y los judíos arribaron a México con su peculiar caudal de ideas, sistemas y costumbres. Cada pueblo, separadamente, llegó en su turno y a su hora. Independientemente han seguido rutas diferentes, que corresponden a su particular idiosincrasia, talento, dinamismo e iniciativa.

En el año 2000 participaba como asesor histórico en el filme La herencia libanesa en México, buscando un ambiente libanés me encontré con algo más excepcional en un restaurante del centro de la ciudad de México. Un grupo de comensales disfrutaba de la Mezze y no paraban de hablar. Era el intercambio de opiniones entre amigos árabes y judíos que se reunían allí periódicamente. Me endilgaron el chiste conocido de ¿quién pierde cuando un árabe y un judío hacen negocios? El fisco. Y así aparecieron en pantalla.

Esas voces se integraron con la de Jacobo Zabludowsky, quien en una transmisión radiofónica en 2010 evocó un artículo publicado en el lejano 1964 “La Merced, un puente hacia el amor”, recordando a los amigos queridos de cuando tenía 7 años y vivía en Correo Mayor, cerca de la panadería del Correo y del jardín de San Pablo. Entre otros aludió a su compañero Mauricio Ferez Yazbek, conocido con su nombre de actor como Mauricio Garcés, con quien compartió el salón de clases de la escuela República del Perú. Esa es igualmente la voz de la aceptación que se sobrepone a la intolerancia.

No sé si el grupo de amigos que se reunía en el restaurante a disfrutar de la comida libanesa lo siga haciendo después de 2006 cuando la armada israelí bombardeó la infraestructura de Líbano persiguiendo a Hezbolá hasta Beirut despertando de nuevo el encono de otros pasajes que han influido en esa historia de encuentros y desencuentros.

Finalizo con la respuesta que dio Gibran Kahlil Gibran cuando le preguntaron ¿Y qué es ser un buen ciudadano?

“Es reconocer los derechos de las demás personas antes que los propios”.

¡Felicidades por estos cien años y hago votos para celebrar también en 6773!