ESTHER SHABOT/EXCELSIOR

El anuncio del adelanto de las elecciones en Israel para el 22 de enero próximo fue seguido algunos días después por otra noticia que fue sorprendente: con vistas a los comicios que vienen, el partido Likud, al que pertenece el primer ministro Netanyahu, se fusiona con el partido Israel Beitenu, encabezado por el actual ministro de Relaciones Exteriores, Avigdor Lieberman, lo cual significa que ambas partes se presentarán en una sola lista partidaria cuyo nombre oficial expresará tal fusión: Likud-Beitenu. Es cierto que esas dos fuerzas políticas han estado coaligadas dentro del gobierno saliente, pero fundirse en una sola agrupación partidaria fue algo que verdaderamente sorprendió. Sobre todo porque en las encuestas Netanyahu aparecía como ganador casi seguro que conservaría el puesto a partir de la amplia ventaja que registraba ante sus posibles contrincantes. ¿Qué necesidad tenía Netanyahu de dar un paso como ése? Esa es una pregunta que hasta ahora no encuentra respuesta satisfactoria.

Porque es evidente que Netanyahu enfrenta con esa decisión varios riesgos. El primero de ellos, el descontento en sectores significativos del propio Likud que temen con razón su desplazamiento y pérdida de fuerza dentro del partido a partir del ingreso de la gente de Lieberman, más allá de la percepción entre ellos de que la ideología de centroderecha que ha sostenido el Likud tradicionalmente se está disolviendo para dar lugar a posiciones ultraderechistas con las que muchos antiguos miembros del partido o simples simpatizantes de él no coinciden. En segundo lugar, es posible que ante el escenario vislumbrado de un Likud-Beitenu al mando del país, la alarma entre el público israelí de posiciones moderadas lo haga buscar la formación de un frente de centroizquierda más sólido y menos fragmentado que el que ahora existe, con objeto de contrarrestar al dúo Netanyahu-Lieberman. Por último, está el indiscutible hecho de que Lieberman es una figura con dudosa reputación en diversos círculos, entre ellos los internacionales, debido a sus posiciones ultranacionalistas y de tintes francamente antidemocráticos.

En síntesis, si lo que Netanyahu intenta mediante la fusión es fortalecer a la corriente de derecha que él sustenta y amarrar así su triunfo, corre el riesgo de estar estirando demasiado la liga y propiciar así un movimiento político-social en sentido inverso. Porque a fin de cuentas el actual Primer Ministro se ha presentado siempre, aunque sea sólo de forma declarativa, como alguien que coincide con el proyecto de “dos Estados para dos pueblos” en referencia al tema palestino, mientras que Lieberman descree claramente de él, además de que segmentos significativos de la población israelí desconfían de la postura radical de Netanyahu y Lieberman respecto al tema iraní, al igual que dudan de su lealtad a ciertos principios básicos de la vida democrática general. En ese sentido, cabría esperar una oposición más estructurada de quienes rechazan un nuevo gobierno con Netanyahu y Lieberman unidos tan estrechamente. En otras palabras, la polarización política se ha acentuado al haber elegido Netanyahu a un socio como Lieberman.

Quedan aún poco más de dos meses y medio para la celebración de las elecciones y en ese lapso se irán mostrando las decisiones y movimientos de los partidos y líderes de la oposición. Qué harán figuras como Tzipi Livni, Ehud Olmert, Shelly Yajimovich y Yair Lapid, cómo se desenvolverán las cosas en los terrenos de los partidos religiosos y cuál será el rumbo que siga el electorado árabe-israelí, son cuestiones que sólo se mostrarán a lo largo de ese lapso. Y finalmente, está también el factor de la nueva presidencia en la Casa Blanca. Porque dependiendo de ello muchas piezas del tablero israelí se podrían reacomodar en las semanas previas a la elección.