LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO

Un trabajo fructífero

Mi estancia en la División Internacional del banco por ocho años abrió nuevos horizontes en mi carrera profesional; mi labor en la planeación estratégica, en la promoción de negocios internacionales y en el análisis de la economía y las finanzas globales permitió convertirme en un especialista en esas áreas.

Frecuentemente viajaba al extranjero para dar conferencias en asociaciones empresariales, bancos y universidades. Asimismo, realicé viajes promocionales con inversionistas y en ferias internacionales, tuve la oportunidad de ser representante del banco en el Instituto de Finanzas Internacionales, una asociación privada que aglutina a los 200 bancos más importantes del mundo; dos veces al año asistía a las reuniones de economistas de los bancos, una en Washington y otra en diferentes países de Europa. Las reuniones en el Instituto significaron para mí una especie de curso de maestría en Economía y Finanzas. Asimismo, me especialicé en el Comercio Internacional, y cuando asistía a las reuniones del Instituto en Europa, tenía la oportunidad de entrevistarme con los especialistas del Comercio Internacional del Gatt (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio) que desde 1948 y hasta 1994 estableció las reglas aplicables a una gran parte del comercio mundial; en 1995 se convirtió en la Organización Mundial del Comercio. En este ámbito, durante varios años fui el editor de una revista bilingüe (español-inglés) del banco denominada Comercio Internacional, para la que escribieron destacados especialistas en la materia, entre otros, el entonces director general del Gatt. La revista tuvo un amplio prestigio y fue difundida en México y en varias naciones de Europa, en EUA, en Canadá y diferentes países de Latinoamérica; los colaboradores de la revista no recibieron honorarios por sus escritos, como es habitual; igualmente, edité una revista bilingüe sobre inversión, un solo número, que se distribuyó en la primera Reunión de Presidentes Iberoamericanos realizado en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, en la que el Banco fue uno de los principales patrocinadores.
En este contexto, participé en un diplomado en Holanda sobre comercio internacional que el gobierno de ese país organiza anualmente para países en desarrollo. El curso intensivo de mes y medio se efectuó en un Convento ubicado en un bosque cercano a la población de Ein Hoven. La mayoría de los asistentes provenían de África y Asia y en menor proporción de Latinoamérica; de México participamos dos personas.

La mayoría de los asistentes eran funcionarios públicos vinculados a organizaciones de promoción del comercio internacional y directivos de cámaras y asociaciones vinculadas al comercio exterior. El curso se orientó básicamente a crear habilidades entre los participantes para establecer organismos promotores del comercio y para manejar su operación; incluía materias relacionadas con aspectos de managment, finanzas, economía, investigación de mercados y de promoción, principalmente; la mayoría de los instructores eran empresarios de los países de la Unión Europea.

Fueron interesantes los puntos de vista de los participantes provenientes de África, que expresaban ideas sobre la estructura de sus economías en las que predominaban esquemas colonialistas; también destacó que en el trabajo final se formaron equipos entre los participantes y en el que yo integraba había personas de Egipto, Colombia y Brasil, entre otros países; los egipcios rechazaron que mujeres colaboraran en el trabajo. Como cabeza del equipo en el que trabajé, llevé a cabo una queja con los directivos del curso por esta discriminación y pusieron en orden a los musulmanes misóginos.

Durante el curso se me ocurrió organizar una excursión a la ciudad de Brujas, en Bélgica. Pero desistí de este propósito, ya que a pesar de que había mucho entusiasmo para realizarla, los estudiantes africanos, acostumbrados a una cultural paternalista a través de la cual el Estado o diferentes empresas les otorgan “dávidas” o ayudas, pensaron que como representante de un Banco, yo les pagaría todos los viáticos del paseo. Por mi parte, a tres estudiantes de China, de los que percibí no tenían recursos para la excursión, les ofrecí costearla de mi pecunio; sin embargo, con dignidad y respeto rechazaron mi oferta.
El curso fue difícil, no sólo por el contenido del mismo, sino porque se realizó en pleno invierno, y prácticamente estábamos encerrados en las instalaciones del Convento todo el tiempo. Las habitaciones individuales, eran sumamente estrechas y los espacios comunes tampoco eran muy amplios. Conviví el mayor tiempo con los estudiantes latinoamericanos en virtud de nuestra común idiosincrasia; no obstante, hice una buena amistad con un simpático y afectivo joven de Marruecos con el que me mantuve en contacto durante varios años. También tuve una buena relación con el director del Instituto que patrocinó el curso; ello constituyó un logro personal importante, dado lo reservado y rígidos que son los holandeses. Parte del curso consistió en visitas a Bancos e instituciones públicas vinculadas con el Comercio Internacional; también realizamos una visita de un día a una exposición comercial en Hanover, Alemania, relacionada con máquinas para fabricar chocolates y dulces. Recorrer las instalaciones de la Feria nos llevó más de 6 horas; fue una experiencia muy formativa, por algo Holanda ocupa un sitio destacado en la comercialización mundial.

Al término del Diplomado mi esposa con mi pequeña hija Tali, de nueve meses, me alcanzó en Ámsterdam, para iniciar unas vacaciones por Europa, que fue el preámbulo de otros viajes familiares con mi esposa y mi “bebé” por el viejo continente, en ese entonces me había convertido en un padre maduro, tenía 47 años.