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LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO

El reto de nuevas funciones en el trabajo

En las Crónicas antepasadas, LII, escribía sobre cómo la reestructuración del Banco donde trabajaba, a raíz de su reprivatización, me había dejado “volando en el aire”; tenía que encontrar donde ubicarme en la Institución. Era inaudito que diferentes colegas, que se sentían seguros en los puestos donde tradicionalmente habían trabajado o en los nuevos a los que fueron asignados, tuvieran una actitud arrogante hacia los que luchábamos por permanecer en el Banco; recuerdo que un día en los comedores de la Dirección del Banco, me encontré a Pedro, colega de la División Internacional, a quien saludé y le pregunté cómo estaba; su contestación fue grosera: me va bien, dijo, sólo a los tontos les va mal. Pienso que la gente tiene que tener un mínimo de prudencia en lo que habla, y más, ante situaciones adversas como las que vivíamos el personal del Banco. Más tarde a esta escena que describo, Pedro fue prejubilado del Banco con una pesada carga financiera derivada de un préstamo hipotecario que hizo para apoyar a su hijo, arquitecto, para la construcción de su casa, cuya dimensión estaba fuera de proporción en relación a su capacidad de pago. Desde hace aproximadamente 5 años Pedro padece de Alzheimer y vive en una situación precaria de salud.

Después de dos o tres meses de entrevistas infructuosas con diferentes funcionarios del Banco a fin de reubicarme laboralmente; me encontré en el pasillo contiguo a mi nueva oficina, a Gilberto, compañero del Instituto Mexicano de Ejecutivos de Finanzas (IMEF) a quien habían nombrado Director General Adjunto del Área de Administración del Banco; su despacho estaba cercano al mío. Cuando se enteró de cuál era mi situación; indignado dijo ¿Cómo es posible que a ti te hagan eso? Él sabía de lo que hablaba en virtud de que conocía de mi buen desempeño en el Banco y del reconocimiento profesional que tenía en el IMEF. De inmediato me dijo que me fuera a trabajar con él. Le respondí que yo no tenía experiencia en el área de administración; la función era de gran responsabilidad y de conocimientos técnicos; la medición de resultados era inmediata y valuada en pesos y centavos. Ante mi resistencia a integrarme a su equipo, me indicó que el trabajo a desempeñar lo tomara como una maestría. Su argumento fue convincente y me fui a laborar con él.

Gilberto, de formación académica contador, tenía una gran experiencia en el área administrativa, había trabajado en varias empresas privadas y del Grupo Financiero en el nos que nos desempeñábamos, en el ramo industrial, de seguros y de personal, principalmente. Es nueve años mayor que yo. Es una persona con gran sensibilidad hacia sus semejantes. Es sencillo y cordial. Le estoy agradecido de por vida; su actitud para que colaborara con él fue desinteresada. Recibí un trato humano extraordinario. No obstante que ambos nos prejubilamos en el Banco, seguimos manteniendo una amistad y periódicamente nos vemos. El año pasado cumplió 80 años en febrero; Luis Armando, otro ex compañero del Banco y yo, los invitamos a desayunar para celebrar su onomástico.

Mi función con Gilberto fue de asesor; empero, en la práctica fui una especie de secretario particular. En este contexto, me reubicaron en un espacioso despacho en la planta baja de la Oficina Matriz del Banco, donde empezó a operar la Institución hace más de cien años. No podía creer que en esa parte habían estado las primeras cajas que atendían al público. La entrada a mi oficina era de gran altura, las puertas eran de maderas finas, fueron talladas con figuras religiosas por manos de artesanos de broma comentaba que esas puertas y los dos cuadros que colgaban en las paredes del despacho eran parte de mi salario. El mobiliario en este último también era de maderas finas. Trabajaba en un entorno lleno de historia y arte.

Entre otras funciones, tenía que coordinar diferentes actividades de los directores que le “reportaban” a Gilberto. La tarea era difícil, porque estos, por su posición jerárquica se sentían “vacas sagradas”; no obstante, tuve el apoyo y el consejo de Gilberto para “manejarlos” con delicadeza y casi todos, a excepción de uno, colaboraron conmigo. Mis actividades no tenían un carácter técnico, se relacionaban con grandes sumas de dinero, detrás de las cuales había intereses en juego. En este ámbito, recuerdo una junta que coordiné en la que el tema a tratar era los faltantes de efectivo que se habían registrado en un cajero automático. Estaban presentes directivos del área de seguridad, de la jurídica, de operaciones y tres empleadas presuntamente asociadas al robo de dinero. Me preguntaba ¿qué hacía yo allí? ¿apoyaría la decisión que se estaba tomando, no sólo de correrlas, sino de enviarlas a prisión? Lo cierto, es que no tenía que ser un experto en criminología para advertir que las empleadas, mujeres jóvenes y con hijos, no eran culpables de la substracción del efectivo, entonces pedí apoyo a Gilberto, y con evidencias que le presenté para que no las consignaran, él accedió y se les despidió conforme a la Ley, porque de alguna forma, “la institución” había perdido la confianza en ellas.

Conforme me compenetré en mi nuevo trabajo, me di cuenta de la existencia de múltiples situaciones irregulares, que no eran fácil de comprobar y de que existían intereses de personas de por medio. En las grandes instituciones, generalmente como en el gobierno y en las entidades públicas hay irregularidades que nunca se pueden erradicar; ello no es sólo válido para México, sino para cualquier país del mundo.