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LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO

Vuelve la estabilidad

Mi incorporación en el Banco al equipo de Gilberto, Director General Adjunto del àrea de Administración, al final de 1991, propició un clima de paz en mi hogar; mis hijos pequeños sólo tenían 5 y 3 años respectivamente, el camino por recorrer para sacarlos adelante aún era muy largo. Afortunadamente mis hijos mayores recién se habían casado y su mantenimiento ya no pesaba sobre mis finanzas; creo que tuvieron las bases familiares para emprender una nueva vida sin sobresaltos, aunque en el presente quizá no lo reconozcan.

Por otra parte, pude mantener con trabajo al pequeño equipo que colaboraba directamente conmigo. Mi labor en el área administrativa era agobiante porque frecuentemente me tocaba ser conciliador entre intereses encontrados; asimismo; los nuevos dueños no tenían un “managment” institucional, se guiaban por prácticas de empresas familiares que no coincidían con la cultura centenaria del banco que habían adquirido. Su visión era sumamente utilitarista y afectaba negativamente el ambiente del trabajo y a la propia clientela, que reclamaba ser atendida “como antes”: con cordialidad y de manera preferente al haber operado con la institución por décadas.

Gilberto recibía presiones injustificadas de los en aquél entonces, inexpertos colaboradores de los nuevos dueños; finalmente, antes de cumplir dos años en su posición de Director General Adjunto, negoció su prejubilación.

En los casi dos años que trabajé con Gilberto y en los dos adicionales, que lo hice en otra área del Banco, no hubo oposición de la Dirección General de que siguiera publicando mis artículos en diarios nacionales y en otras revistas; este hecho fue muy positivo para que pudiera continuar en lo que más me ha apasionado en la vida: escribir. Pocas personas en el Banco tenían la posibilidad de escribir o comunicarse con el exterior; si lo hacían, era con la autorización de los “grandes jefes”. Me imagino que por “debajo del agua” vigilaban lo que expresaba en mis publicaciones.

En los últimos cuatro años que permanecí en el Banco, mis relaciones personales y las de mi familia eran con colegas del propio Banco y con amigos que había hecho fuera de la institución en el desempeño de mi trabajo. A la fecha conservo esos lazos de amistad; igualmente mantuve la relación con mis viejos amigos judíos, Bila y Abraham, que lo eran desde mi primer matrimonio. A Abraham lo conocí en la niñez, ambos estudiamos en el colegio Yavne y vivíamos en la colonia Narvarte. Después coincidimos en la Organización Juvenil Judía Ijud Hanoar Hajalutzi, en la que de por vida sellamos nuestra amistad junto con nuestras esposas.

Mi esposa Jose se preocupó de que nuestros pequeños hijos estuvieran en buenas escuelas bilingües del Sur de la Ciudad, por donde hemos vivido durante varias décadas, y al inicio de la primaria ingresaron al Colegio Americano (ASF) hasta terminar la preparatoria. La enseñanza en el ASF era de excelencia, así como las colegiaturas. He considerado que el pago por éstas fue una buena inversión. A mí me hubiera gustado haber estudiado en una escuela de ese nivel.

Como padres, convivimos con las familias de los compañeros de nuestros hijos, tuvimos una experiencia muy valiosa. El diálogo con maestros y directivos fue abierto y siempre apoyaron a nuestros hijos; les estoy muy agradecido. Mi hijo David hizo muy buenos amigos en el ASF que conserva hasta la fecha; con ellos ha viajado por la República y por Europa.

En esta etapa de mi vida, previo a la prejubilación de Gilberto del Banco, aproximadamente seis meses antes, me comunicó que Humberto, Ex director General Adjunto del que yo había dependido, le solicitó que colaborara con él en el manejo de los Consejos Consultivos del Banco. Humberto, que tenía alrededor de dos años de jubilado, fue invitado por los nuevos dueños a que coordinara, sin nombramiento alguno y sin pertenecer a la nómina, la relación de los 800 Consejeros del Banco, que eran los clientes más importantes de la Institución en toda la República. El hecho de que Humberto me haya seleccionado para apoyarlo en una tarea, que yo evaluaba de gran trascendencia, me causó una gran satisfacción, empero, a la vez temor de no poder relacionarme con las personas más poderosas del país, varios de ellos operaban como empresarios transnacionales.

Le expresé mis dudas a Gilberto sobre mi capacidad real para enfrentar una tarea de enorme responsabilidad; con su habitual confianza y madurez, me convenció de que colaborara con Humberto. A final de cuentas este último había sido invitado a participar en los Consejos por su vasta experiencia en el Banco, creo que más de 40 años, y la relación personal que mantenía con los Consejeros.