VERÓNICA MAZA BUSTAMANTE/MILENIO

Etgar Keret es el escritor más popular entre la juventud israelí. Sus historias breves, contenidas en cuatro volúmenes publicados en México (Extrañando a Kissinger, Pizzería kamikaze y otros relatos, Un hombre sin cabeza y De repente un toquido en la puerta), más otros dos para niños, incluyen a personajes entrañables, situaciones desconcertantes que lo mismo generan risa que complicidad y hasta una profunda reflexión sobre lo que hay detrás de sus curiosas anécdotas.

En la pasada Feria Internacional del Libro de Guadalajara, donde tuvo un encuentro con mil jóvenes, pude platicar con él de manera informal y relajada. Dejamos la política encerrada en su habitación y entramos al lobby de esa dimensión desconocida que es su mente.

Etgar, dices que escribes para reconciliarte con la vida. ¿En qué momento te peleaste con ella?

Nunca me he sentido a gusto cuando tengo que formar parte de un grupo homogéneo. Siempre he sido parte de la minoría. No me gusta el sistema que impone cosas y toda mi vida he tenido restricciones sobre la manera en que debo ser, lo que debo hacer. Así que trataba de ir en contra de ello, sobreviviendo gracias a la escritura, pero cuando me convertí en padre decidí detener mi pelea contra la vida para poder enseñarle a mi hijo una mejor manera de vivir, para educarlo con compasión, flexibilidad, amor.

¿Crees que tu hijo dirá un día, como tú lo hiciste a su edad, que quiere ser una prostituta borracha?

No, él me dijo que tiene un dilema porque no ha decidido si quiere ser astronauta o conductor de taxi. Le pregunté: “¿Por qué quieres ser astronauta?”. “Porque quiero viajar a los planetas”. “¿Y por qué quieres ser taxista?”. “¡Porque quiero tener mucho dinero!”. Le dije que había otras maneras de hacer dinero, como en mi caso: me gusta escribir y me pagan por ello. Me respondió que no tanto como a los taxistas, quienes eran los más ricos del mundo. Luego entendí que lo decía porque en Israel todo se paga con tarjeta de crédito menos el servicio de taxis. Entonces, ¡los únicos que siempre tienen billetes y monedas son los taxistas! Le dije que yo de niño quería ser una prostituta borracha y ahora él un conductor de taxi, y no podía decidir cuál oficio era mejor.

Cuéntame sobre tu padre. Tengo la idea de que le gusta crear historias semejantes a las tuyas.

Mi padre murió hace ocho meses, pero tengo una historia suya qué contarte: durante la guerra él permaneció con su familia en un hoyo en el piso durante 600 días, sin poder salir. Siempre decía que quería tener un departamento donde pudiera contar con la privacidad que dan varias habitaciones. Años después se compró un departamento. Los niños estábamos muy contentos cuando fuimos a verlo, pero mi madre se veía molesta. Cuándo le preguntó por qué estaba enojada, respondió: “¿Dónde está el piso?”, porque el lugar tenía tuberías y arena, pero no piso de concreto. Mi papá dijo: “Gasté todo mi dinero en la casa; no me quedó nada para los detalles”. Prometió que lo arreglaría.

“Cuando nos mudamos, cada habitación tenía un piso diferente. No nos explicábamos cómo fue pero estábamos felices. Semanas después, me estaba bañando y entraron personas desconocidas a la casa, a todas las habitaciones, incluso al baño donde estaba yo desnudo. Era un hombre de traje con una pareja joven. Supimos que había llegado a un acuerdo con los de la compañía de losetas: si ellos le daban el piso gratis, nuestra casa sería su modelo, así que cada vez que alguien quisiera comprarles podía ir a nuestro departamento a ver cuál le gustaba más. ¡Era muy ingenioso!

Y lo heredaste. ¿De dónde más viene tu ingenio?

Cuando conozco a una nueva persona siempre hago una historia sobre ella: de dónde viene, a dónde va. Es una manera de analizar la esencia de las cosas. Desde niño me cuento historias a mí mismo, pero no escribo desde entonces. Hice estudios en la preparatoria de física y matemáticas porque quería estudiar ingeniería, aunque toda mi vida sentí que contar historias me relajaba. Le daba sentido a las cosas. Por ejemplo, si veía a dos hombres peleando en la calle, no sabía qué hacer pero de manera automática creaba una historia: son dos hermanos que fueron separados de niños… etcétera. De esta manera nada es arbitrario, sino que todo tiene sentido a través de la invención de historias.

Uno de mis cuentos favoritos es “El gordito”, donde una hermosa mujer le dice a su novio que su más terrible secreto es que de noche se transforma en un gordito panzón y peludo…

Siempre hago historias sobre mi familia, mis amigos y la gente que conozco. Un día mi esposa me preguntó por qué escribía cuentos sobre todos menos de ella, así que le escribí “El gordito”. Le gustó mucho. La gente preguntaba cómo era posible, sería tremendo si pasara eso en realidad, pero para mí, cuando conoces a alguien, inventas cosas o situaciones, eres impecable. Si deciden convertirse en pareja, entonces aparece la verdad, que no a todos les gusta, aunque a mí me parece que esos detalles desconocidos son los que te hacen amar a la otra persona.

Has dicho que la escritura es el único lugar donde puedes ser irresponsable. ¿Lo sigue siendo?

Claro, porque no tiene consecuencias ser así. Si en este momento te digo a ti, mientras me entrevistas, que eres una mujer hermosa y que me gustaría hacer el amor contigo, te avergonzaría, me darías una cachetada, me arrepentiría… pero si lo escribo puedo experimentar todo lo que quiero, porque mis personajes no serán reales. Hay algo liberador en eso. Mi esposa me preguntó: “¿Por qué en tu libro más reciente tienes tantas historias sobre maridos que le son infieles a sus mujeres?”. Le dije: “¿Te gustaría que escribiera cuentos sobre esposos fieles pero que yo te engañara?”. La manera en que puedo hacer todo lo que quiero es escribiendo, porque me adentro en un lugar seguro, donde nadie se sentirá herido u ofendido.

“Soy de la segunda generación de familias que sobrevivieron al Holocausto. Todo el tiempo hemos sido muy considerados. Así que es liberador escribir una anécdota donde no tengas que preocuparte por las formas. Por ejemplo, cuando voy al parque con mi hijo y otro niño le pega, a mí me dan ganas de golpearle la cabeza y decirle que lo haré cada vez que toque a mi niño. No lo hago, por supuesto, porque no es correcto, pero escribo una historia sobre ello.

¿Y el acto de escribir te resulta parecido al de fumar mariguana?

Sí. Escribir, fumar mota y tener relaciones sexuales son para mí las mejores y más libres maneras de vivir el presente. Porque en actividades cotidianas, haciendo promoción, durmiendo en hoteles, no soy libre. Cuando escribo no siento ni el pasado ni el futuro, solo el presente. Lo mismo me pasa con la mariguana y el sexo. Soy una persona que se estresa con facilidad. Me la paso pensando en las cosas que no hice o las que debería hacer, pero en esos tres momentos dejo de hacerlo.

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