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Fue el ojo de Hitler, una de las artistas oficiales del régimen nazi, la cineasta que creó la iconografía del nacionalsocialismo. Leni Riefenstahl paseaba por Sevilla, se hacía fotos bajo la Giralda y poco antes había recorrido las estancias de La Ahambra que recordaba de otros viajes españoles. Ahora Lumen ha reeditado sus memorias, el repaso al siglo XX de una mujer que vivió hasta los 101 años justificándose, negando y arrepintiéndose -a medias- de su colaboración con el régimen nazi.

Leni Riefenstahl es el ejemplo perfecto de una vieja polémica, la de la división o no de arte e ideología. La cinematografía documental le debe a esta mujer avances técnicos y, sobre todo, una mirada adelantada que se plasma en joyas como El triunfo de la voluntad, donde filmó las masas alienadas y fascinadas del congreso del partido nacionalsocialista en Nuremberg en 1934. Y Olympia, otra joya documental en la que la realizadora mostraba la belleza del deporte desde un objetivo nada inocente: la supuesta superioridad física de la raza aria. Riefenstahl revolucionó el lenguaje documental con ambas cintas incluyendo además hallazgos técnicos como la utilización de patines para desplazar la cámara, el ascensor especial para rodar las escenas de masas desde arriba o las tomas subacuáticas. Sin embargo, la directora alemana pagó durante toda su vida esta ‘ayuda’ propagandística al régimen nazi y sólo mucho más tarde se reconoció su maestría.

Recuerdo que en el homenaje que le dedicó el Festival de Cine de Sevilla en el año 2002 su presencia provocó la polémica. IU pidió que se retiraran las subvenciones al festival por haber invitado a una cineasta ligada al régimen nazi y varias asociaciones gitanas se manifestaron acusando a Leni Riefenstahl de un hecho inquietante de su biografía y que la relaciona de forma especial con España. La cineasta rodó un film que se puede considerar maldito: Tierra baja. Recorrió toda España buscando localizaciones en un pequeño Mercedes y en sus memorias reconocía su amor a este país y su sensación al viajar en el año 1943, con Europa devorándose en su guerra más atroz, por una España en la que a pesar de la miseria se respiraba la paz, al menos la paz que ella creía ver, una paz que escondía bajo la alfombra la represión, la violencia, la venganza y el rencor. Pero eso no lo vio Leni Riefenstahl que, naturalmente fue agasajada por las autoridades franquistas como artista del régimen amigo.

Tierra baja no pudo ser. La directora incluso recreó en Alemania una aldea típicamente española y contrató a gitanos como extras. El dato tenebroso e inquietante es que al término del rodaje todos esos gitanos fueron trasladados a campos de exterminio. Y ella no hizo nada por salvarlos o, al menos, para denunciarlo. Se limitó a mirar hacia otro lado como haría en tantas ocasiones en su vida. Tierra baja tuvo muchas dificultades económicas y está atravesada por el infierno que tras la caída y derrota del régimen nazi tuvo que sufrir la realizadora acusada de colaboracionismo. Finalmente se estrenó en 1954 pero resultaba ya anacrónica y marcada por alguien que se había implicado demasiado en las estrategias nazis, aunque ella lo negara una y otra vez. De hecho, Riefenstahl se llevó toda su vida estigmatizada por la larga sombra de la esvástica. Y en Tierra baja aquellos figurantes eran como espectros que la acusaban, personas desaparecidas en el horror de los lager, gente que ya no habitaba más que en aquellos fotogramas malditos.

Recuerdo el paseo de Leni Riefenstahl por Sevilla, su altivez y cierto desdén por las asociaciones gitanas que la acusaban. Argumentaba que cómo iba a retractarse a los cien años y manifestaba su desconcierto por que la hubieran invitado a Sevilla para ser recibida de esa forma. “No me ha ocurrido en ningún sitio”, confesaba. El mundo olvida demasiado pronto…

A mí me asombraron varias cosas de ella. Estaba confundida por la fascinación y el horror. A varios periodistas nos permitieron hacerle una entrevista aunque nos advirtieron que no preguntáramos por el asunto de los gitanos. Naturalmente lo hicimos, pero muy discretamente, con sutileza para que no se retirara antes de tiempo. Tuvo su efecto y ella contestó asegurando que no sabía nada. La misma respuesta que había dado desde los lejanos años de la posguerra cuando tuvo que enfrentarse a varios juicios tras ser apresada por las tropas estadounidenses. Y después cuando le confiscaron sus bienes y la despreciaban en los encuentros cinematográficos. Daba igual que Riefenstahl fuera la gran artista del documental, la realizadora de El triunfo de la voluntad. Ella era el ojo de Hitler, aunque se empeñara en argumentar de forma ingenua que no sabía nada del exterminio.

En aquella entrevista en Sevilla recuerdo que dijo: “Yo no era adivina. No sabía nada de lo que iba a hacer Hitler”. Y lo decía una anciana entrañable con cien años que, sin embargo, guardaba en sus ojos el asombro y el espanto del siglo XX. Una mujer que había mirado a Hitler y a mí eso me estremecía. Incluso durante toda su vida, Leni Riefenstahl tuvo que desmentir los rumores sobre su idilio con el fuhrer así como con otros dirigentes nazis.

Era una anciana bella, de piel delicada, vestida de blanco, cabello rubio impecable, modales pausados, voz dulce. ¿Era posible que esta mujer formara parte de la maquinaria nazi? Recuerdo sus tobillos perfectos, sin asomo de problemas circulatorios ¡con cien años! Aquel año de 2002 se celebraba el centenario de Luis Cernuda con especial emoción en Sevilla. Y de pronto pensé que ella era incluso mayor que el poeta. Leni Riefenstahl había nacido en Berlín el 22 de agosto de 1902 y Luis Cernuda en Sevilla el 21 de septiembre del mismo año. Sin embargo, el poeta había muerto en 1963 y la realizadora seguía viva, viviendo varias vidas dentro de la misma, reinventándose como si fuera una matriuska dentro de otra, una mujer que rehacía su vida y renacía en cada década como en un bucle melancólico.

La biografía de Leni Riefenstahl, más allá de su relación con el régimen nazi y su infierno posterior, es sorprendente. En su juventud había sido una excelente bailarina, pero una lesión la aparta de los escenarios. Luego se aficiona al montañismo y aparece en algunas de las películas de un género que hizo furor en la Alemania de la República de Weimar, el cine de alpinismo. Trabaja en estas populares películas de alta montaña con Arnold Fanck con los hermosos paisajes alemanes de fondo. Son los años en los que comparte estudio con Murnau, Josef von Stenberg o Marlene Dietrich, con la que se llevaba especialmente mal. Se puede decir que es aquí donde aprende el oficio porque ella no se limita a salir hermosa, ágil y deportiva en la pantalla con fondo de paisajes nevados.

El paso siguiente es dirigir ella misma sus películas como ocurrirá con La luz azul, la película con la que confesó en Sevilla que sería el film con el que ella quería que la recordasen. Y precisamente fue la cinta que Hitler ve en una de sus sesiones privadas y que le hechiza hasta el punto de decidir que quiere a esa realizadora para grabar los actos clave del partido. Nace así la gran realizadora del régimen.

Tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial llega el calvario de Riefenstahl que debe explicarse ante el mundo. Pero poco a poco su vida se irá normalizando hasta que queda fascinada por el mundo de la fotografía. Ya con más de sesenta años realiza sus excelentes reportajes dedicados a la tribu de los Nuba en África. Y aquí surge otro dato inquietante de la realizadora, porque confiesa su admiración por la belleza de los cuerpos nubios, hombres y mujeres altos y estilizados, con un color brillante, oscuro e intenso. En realidad, los nubios parecen los arios del continente africano. De alguna forma, Leni Riefenstahl parecía estar fotografiando a aquellos atletas perfectos alemanes de Olympia durante los Juegos Olímpicos de 1936, sólo que dándole la vuelta al negativo. Los nubios parecían arios contemplados en un negativo.

Finalmente, con más ochenta años, Riefenstahl se aficiona al submarinismo. Algo de por sí ya realmente sorprendente. Y entonces culmina otra nueva etapa de su vida con la filmación de paisajes subacuáticos. Precisamente en Sevilla presentó una de esas cintas.

Mirar a Leni Riefenstahl era contemplar el siglo XX con todos sus asombros, pero también con todas sus sombras y horrores. Una mujer que vivió intensamente el gran y terrible siglo europeo, aunque ella decidiera enterrar bajo la alfombra todo aquello que no le parecía hermoso para sus fotogramas.