ESTHER SHABOT/EXCELSIOR

Los cambios en el estatus de las mujeres en Arabia Saudita se van dando a cuentagotas. La monarquía detentada por la familia Al Saud y encabezada actualmente por el rey Abdullah se ha visto forzada a navegar entre presiones contrapuestas en relación con los derechos y deberes de la población femenina del reino. Por un lado, es un hecho que la corriente wahabista del Islam, que es la que oficialmente prevalece en el país, es una de las más estrictas y obsesivas en cuanto a la segregación de las mujeres.

En el discurso oficial sustentado por el clero saudita y por el Estado, la pureza que corresponde al territorio donde el Islam nació obliga a esta separación por la cual las mujeres no sólo deben ocultarse totalmente bajo el atuendo del niqab en los espacios públicos y no entrar en contacto con ningún hombre que no sea su pariente inmediato, sino que están obligadas a vivir bajo la protección, permiso y vigilancia permanentes de guardianes varones. No pueden viajar, trabajar, estudiar en el extranjero, casarse, divorciarse o ingresar a un hospital público si no es con el permiso de un hombre de su familia. Arabia Saudita es el único país del mundo donde a las mujeres no se les permite conducir automóviles y existe legislación por la que se puede castigar a parejas que sean sorprendidas en un carro a solas y no estén casadas o no tengan una relación de parentesco comprobable.

Pero por el otro lado, existen condiciones que presionan crecientemente a la monarquía hacia cambios en sentido contrario. La globalización, el imparable flujo de información que alcanza al reino, lo mismo que los ejemplos múltiples de logros de igualitarismo de las mujeres en multiplicidad de lugares, complican en extremo que el sometimiento femenino en Arabia Saudita se siga manteniendo inmutable. Por ejemplo, en 2009 el rey Abdullah inauguró la primera universidad donde alumnos de los dos sexos participan, al tiempo que anunció que las mujeres podrían postularse para las elecciones municipales del 2015 —por cierto, las únicas elecciones abiertas que se celebran en el país—.

Y no cabe duda de que la atmósfera creada por la llamada Primavera Árabe también está actuando para obligar a las autoridades sauditas a abrir un poco más los espacios públicos a las mujeres. Al parecer, a la sombra del temor de que las revueltas populares de la región se extiendan a su territorio, la monarquía se ha dado cuenta de que preventivamente necesita implantar válvulas de escape al descontento social —en este caso al que podría generarse por el tema de la exclusión femenina— y ha empezado a ofrecer modestos, pero significativos cambios que rompen con el esquema tradicional.

Lo más llamativo en este contexto han sido los decretos emitidos por el rey Abdullah hace un par de días, por los cuales se garantiza a las mujeres 20% de los asientos en el Concejo de la Shura, constituido por 150 bancas. Dicho Concejo tiene la función de revisar y asesorar cuestiones legales, aunque no de legislar, y sus miembros no son electos por el pueblo, sino que son nombrados por el propio monarca. Aun así, esta obligatoria cuota femenina constituye una novedad que ha sido comentada en la prensa de la mayoría de los países árabes como una medida importante que revela que la casa reinante está teniendo que flexibilizarse aun con el riesgo de antagonizar con la poderosa estructura del clero islámico wahabita del país. A ojos occidentales este avance podrá parecer minúsculo y tal vez irrelevante, pero seguramente para la población femenina del reino tiene un significado importante, pues rompe con una larga tradición de exclusión obligada de las mujeres, de la totalidad de la vida pública saudita.