siria

MAURICIO MESCHOULAM

Siria fue siempre una excepción. Sin Facebook ni Twitter. Sin primeras planas con fotografías de soldados marchando a lado del pueblo. Sin dictaduras derrocadas en 18 días, ni revoluciones de jazmín o terciopelo. Siria fue una excepción, aunque no siempre nos dimos cuenta. De los 18 países de la región en donde hubo protestas y manifestaciones en 2011, sólo en cuatro hubo cambio de dirigencia. En 13, la gran mayoría, las monarquías o presidencias mantuvieron el control y recuperaron la calma. Y luego está Siria, donde no ha habido ni cambio de régimen ni tensiones calmadas, sino una guerra civil abierta, prolongada e internacionalizada. A pesar de que en Siria había factores comunes a su región, podríamos decir que de manera particular tres tenacidades se conjuntaron para convertir a ese en un caso completamente diferente.

La primera tenacidad fue la del régimen, probablemente nutrida por la percepción del peligro que corría esa minoría alawita que gobierna un País mayoritariamente sunita. Tenacidad para reprimir con todos los medios a disposición, incluidos tanques y balas, a una población que marchaba, primero pacíficamente, exigiendo libertades políticas. Dicha represión fue respaldada por la mayor parte de las cúpulas castrenses, también en su mayoría alawitas.

La segunda tenacidad que hace a Siria diferente es la de la población. Días, semanas y meses pasaban y la gente seguía saliendo masivamente a las calles, aun sabiendo que enfrentaría las balas. Los medios se hartaron de contarlo, pero la población siria nunca se cansó de luchar. Sólo que cuando se dio cuenta que luchar pacíficamente contra la otra tenacidad, la de Assad y su régimen, era completamente inútil, tomó las armas y se le unieron a algunos militares que se opusieron a ejercer la represión y a otros militares quienes vieron una oportunidad para derrocar al régimen y encumbrarse en el poder.

La tercera tenacidad que distingue a Siria de los otros países de la “primavera” es la de las potencias regionales e internacionales para intervenir en un conflicto que consideran estratégico. A diferencia de Libia, en Siria se conformó no uno, sino dos bloques internacionales enfrentados, cada uno apoyando a los distintos actores locales en guerra.

Assad era el más importante aliado regional de Irán. El Ejército de Estados Unidos se estaba retirando de Irak, dejando a los ayatolas un fértil territorio de mayoría chiíta para proyectar su influencia desde Teherán hasta Líbano. De forma que Irán no podía perder su bastión sirio, y a la vez, para Washington y los adversarios regionales de Irán, era absolutamente estratégico que lo perdiera. Por si fuera poco, Rusia también considera a Siria crucial para sus intereses geopolíticos. En ese País Moscú tiene una base naval. Siria es la puerta de entrada de Rusia al Oriente Cercano y su puerta de salida al Mediterráneo. Por ello, desde tiempos de la Unión Soviética el Kremlin armó y respaldó al régimen de los Assad. Aceptar que Washington y sus aliados de la OTAN tomaran por asalto esa zona de influencia no era algo que Moscú iba a permitir.

Así se conformaron los bandos. Turquía y Arabia Saudita arman y apoyan a los rebeldes con la asistencia financiera de Qatar y el respaldo logístico de la CIA. Paradójicamente, a los rebeldes se ha unido también una serie de grupos militantes islámicos sunitas procedentes de diversos países. Del otro lado, Irán, su aliado libanés Hezbollah, y Rusia, con el respaldo diplomático de Beijing, sostienen a Assad.

De ese modo el conflicto perdura. Los medios se cansan de contar a los muertos, a los refugiados y a los desplazados. Y la tragedia humana, alimentada por la lucha de poder local, regional y global, es la principal consecuencia en Siria de una primavera que se ahoga en su propio relato fallido.

Fuente:eluniversalmas.com.mx