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Hace algunos años, había una pequeña ciudad en el Medio Oriente que era mundialmente famosa por su deliciosa carne de venado. De varias partes del mundo gente iba ahí sólo para poder probar ese sabor tan delicioso y exquisito.

El pueblo de Israel, que al salir de Egipto estaba acampando en el desierto no muy lejos de ese lugar, también escuchó el rumor de la tan suculenta carne. Así que algunos judíos pensaron que sería una buena idea el desviarse un poco de la ruta para poder ir a ese lugar y disfrutar de la tan famosa carne de venado. Lo único que necesitaban era el O.K. de Moshé Rabenu, ya que nadie hacía nada sin su consentimiento.

Cuando alguien por fin se atrevió a pedirle a Moshé el ir a ese lugar, él se negó rotundamente; y por más que lo intentaron convencer, fue inútil.

Hasta que uno de ellos le dijo: “Pero por favor rabino, explíqueme ¿por qué no?” a lo que Moshé, con suma paciencia, le respondió: “Te voy a explicar lo que pasa: cada día en la mañana cae en nuestro campamento Mán, el pan del cielo, y aunque ya estemos acostumbrados, es un pan maravilloso que cae cada día milagrosamente. Bueno, pues el Mán que los judíos no recogen, con los rayos del Sol se derrite y forma un pequeño arroyo que va a parar al río.

Bueno, pues los venados de ese lugar que mencionas, beben agua de ese río y consecuentemente parte del Mán derretido entra dentro de sus cuerpos, por eso la gente disfruta tanto del sabor de su carne. Pero tú tienes aquí mismo el Mán fresco que cayó hoy en la mañana y ¿quieres ir hasta allá a buscar sólo residuos?

También nosotros muchas veces buscamos la felicidad, el mejor modo de vivir o el propósito de nuestras vidas en lugares muy muy lejanos, e incluso sacrificamos muchas cosas para ello. Si tan sólo nos diéramos cuenta que en nuestras propias raíces y en la propia casa de nuestros padres los podemos encontrar…

¡Pésaj Kasher Vesaméaj!