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LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO

Daño a la Dignidad del Personal

En la presente Crónica retomo el hilo de la secuencia histórica de mis relatos: comentaba que al inicio de los noventas, cuando se reprivatizó la Banca mexicana, contra las expectativas positivas que teníamos de este suceso la mayoría de los empleados y funcionarios, estas se frustraron. El proceso de reprivatización se tradujo en el tiempo en el despido injustificado de miles de personas y la anulación de un buen número de prestaciones a la que por ley tenían derecho. Las políticas establecidas por los nuevos propietarios en el caso del Banco donde prestaba mis servicios no favorecieron mi desarrollo profesional y el de muchos otros funcionarios y directivos, su actitud fue arrogante y amenazadora hacia el personal.

Durante cuatro años de trabajo en un entorno de incertidumbre; hice un gran esfuerzo para lograr el tiempo mínimo que establecieron los nuevos directivos para obtener una prejubilación. En realidad me faltaron varios meses para este propósito, lo que significó un “castigo” de 15.0% en el monto de mi pensión; al salir del Banco, en junio de 1995, mi pensión equivalía al 50.0% de mi ingreso; sin pago de aguinaldo, ni vacaciones y otros conceptos a los que tuve derecho como personal activo.

Con el paso del tiempo, estoy por cumplir 18 años de que me prejubilé del Banco, no de trabajar, el ingreso que actualmente obtengo por la pensión ha perdido poder adquisitivo, los aumentos anuales de la pensión son imperceptibles. Durante varios años compensé las limitaciones de mis percepciones derivadas de la pensión por que obtuve ingresos de mi trabajo como funcionario en otras empresas; a través de asesorías de negocios, de la docencia en posgrados en diferentes universidades privadas; elaboración de libros y otras publicaciones del dictado de conferencias, como columnista en revistas y periódicos, entre otras labores. Asimismo, he recibido, al igual que mi esposa, y en su momento también mis hijos menores, servicio médico particular, que cuando se entra a la tercera edad, es vital para resolver problemas de salud.

En los primeros meses de la reprivatización continué con mis funciones en la División Internacional, a la cabeza de la misma se mantenía el Director General Adjunto del cual yo dependí directamente. En septiembre de 1991, me autorizó asistir a un seminario de negocios internacionales en Oxford, Inglaterra. Tres días antes de mi partida, los nuevos dueños comunicaron que los cinco directores adjuntos que dirigían la operación y administración del grupo financiero tendrían en lo sucesivo solo funciones de asesoría a la Alta Dirección y se nombraron nuevos responsables de las diferentes áreas del Banco, lo que en la práctica equivalía a echarlos de la institución; este fue un error craso, porque en toda empresa de gran dimensión, y particularmente en los bancos, en los más altos mandos se requiere contar con personal especializado y con gran experiencia; considero que se debió de haber realizado una transición planeada, y no un cambio abrupto para colocar en los puestos de mayor jerarquía a la gente de confianza de los nuevos propietarios, quienes no tenían suficiente experiencia en la materia y el conocimiento de la realidad del Banco. Esta transformación del “managment”, echó por la borda la formación de cuadros altamente preparados que se gestaron durante muchos años; ello tuvo un costo económico y una gran desmotivación en el personal que “se quitó la camiseta del Banco”.

En este ámbito, le plantee a mi jefe si no sería conveniente que cancelara mi participación en el seminario de Oxford; él me indicó que asistiera y a mi regreso veríamos como enfrentar la nueva situación.

Mi estancia de varios días en Oxford fue angustiante, no sabía que es lo que me esperaba al regreso; temía que después de 21 años de trabajo en el Banco, lo perdiera súbitamente. No pude disfrutar de la belleza de las viejas instalaciones del Colegio en el que nos alojaron y en donde se realizó el seminario; aunque eran incomodas: los dormitorios para varias personas; eran muy fríos y los sanitarios y regaderas comunes estaban fuera de las habitaciones que nos habían dado. En otras circunstancias hubiera solicitado permiso al Banco para quedarme por mi cuenta por una semana en Europa. Así, después de cuatro días en el seminario, tomé apresuradamente el avión para México; me urgía saber cuál era el futuro que me esperaba. Después de cuatro lustros de tener un trabajo seguro, y en el que era reconocido, interna y externamente, no estaba preparado, como la mayoría de mis colegas, para un cambio tan brusco y radical. Veinte años atrás México se movía a otra velocidad y las empresas y la gente también. Hoy día la alocada dinámica de la realidad y la deshumanización de las empresas, reflejan un cambio estructural significativo, el cual no sabemos con certeza hacia donde apunta.

A mi regreso de Oxford, los directores generales adjuntos del Banco comenzaron a jubilarse o a renunciar; entre ellos, mi jefe, quien me indicó que en lo sucesivo le “reportaría” a otro director general adjunto, Manuel, con el que había mantenido una buena relación personal y de trabajo. Le preparé mi planteamiento de lo que podía ser mis funciones en su área, en este sentido, su respuesta me sorprendió; dijo que no requería de mis servicios y que buscara colocarme en otra área del Banco. Manuel, no tenía mucho tiempo trabajando en el Banco, quizá 10 años; la mayoría de los jefes habían trabajado durante décadas en el mismo, además había prestado sus servicios en puestos de alto nivel en el sector público, lo que explicaba su actitud hacia mí; hasta la fecha los altos funcionarios públicos no tienen compromiso con la gente que labora con ellos, disponen del personal a su conveniencia; no saben nada de lealtad y de compromiso, sólo velan por sus intereses personales.

En este contexto, fui a hablar con el nuevo director general del Banco, un excompañero de la División Internacional, quien de manera amable me indicó que no me preocupara, que me tomara el tiempo necesario para reubicarme en otra área de la institución. Por lo pronto me habían designado otra oficina más pequeña en otro de los edificios coloniales del Banco en el centro de la ciudad, hecho que en el fondo significó una especie de degradación de status. Colocarme en otra área era una tarea titánica de cara a la desaparición de Direcciones y Departamentos; un número considerable de funcionarios buscaban su reubicación, sin ninguna posibilidad real de lograrla.

La reestructuración del Banco era necesaria a la luz de la nueva realidad del país y al considerar que la institución había sido paternalista y ya no se justificaban tan canogias y estructuras pesadas. La transición pudo haber sido tersa con un menor costo para el Banco y sin tanto sufrimiento para los empleados liquidados y sus familias, no siempre conforme a lo que marcaba la Ley. Por lo demás, una gran parte del personal que permaneció en la institución estaba descontento por el nuevo trato deshumanizado que recibía; característica que hoy día prevalece en la mayoría de las empresas públicas y privadas del mundo.