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JACOBO ZABLUDOVSKY

Hace 50 años, meses más, meses menos, un jovenzuelo audaz estremeció el inamovible tzompantli de la pintura mexicana para lanzar un desafío: “La llamada escuela mexicana de pintura está en decadencia. Diego Rivera es absurdo con sus inditas bonitas para venderles cuadros a los turistas. Siqueiros es detestable, horrible, sobre todo lo de los últimos años. Mucho más importante que Orozco es Tamayo, sin esa pintura de tipo anecdótico, sin ese falso mexicanismo”.

Hoy vive Cuevas las horas amargas de la ingratitud y quiero recordarlo como lo describí en un artículo de septiembre de 1965. El pelo sobre la frente, la chamarra chueca, la blusa abierta. El joven pintor ríe cuando habla.

“Pinto porque es lo único que sé hacer. Pinto desde los cuatro años, como escribiendo un diario íntimo. Mi obra existe porque existe el caos. Trato de reflejar las angustias, las incertidumbres del hombre contemporáneo con una serie de características que encontramos muchos en la poesía bíblica, en Ionesco. O sea, no tomamos partido, somos observadores un tanto absurdos. Esa cosa se encuentra también en el cine, pues es injusto por lo desorbitado. En las películas de James Bond, o en las comedias de Jerry Lewis. Una neofiguración en la que yo me muevo, humor negro para representar nuestra época. De aquí mi actitud poco nacionalista que ha molestado mucho en México. Es una actitud como la de los angry young men de Inglaterra, nada más que allá eso lo reciben con un poco más de sentido del humor y no llegan a posturas tan drásticas como en México, donde se pide hasta que me echen del país por apátrida o traidor a la patria, simplemente por ser un individuo con sentido de crítica.

—¿Influencias?
—No creo tener ninguna influencia de pintores contemporáneos. Formalmente mi obra se asocia mucho a lo precolombino, esa cosa un poco de terror. Las influencias que yo reconozco son, más que de pintores, de escritores: Becket, Ionesco, Kafka desde luego.

—¿Influye sobre otros?
—Sí, esa es la verdad. He ejercido bastante influencia y a veces hasta me molesta el hecho de ejercerla porque no hay cosa más desagradable que verse repetido, sobre todo, por artistas que no tienen mucho talento. En México, mis continuadores son absolutamente negados y francamente son muy malos. A veces me dan ganas de convertirme en detractor de José Luis Cuevas para que deje de ejercer tanta influencia en el resto de los jóvenes que están siguiéndome demasiado cerca.

—¿Por qué no pinta con aceite?
Cuando trato de pintar al óleo me enfermo, me da catarro, me da fiebre. Uso medios rápidos porque una obra que empiezo hoy no la puedo continuar mañana, tengo que acabarla hoy mismo. Además, el óleo es una de tantas técnicas y a mí me desagrada profundamente. Lo que importa es expresarse, decir algo, no importa la técnica con que se haga. Los artistas más de vanguardia han abandonado el óleo, usan en ensamble, pegan cosas, o como en el caso del argentino-italiano Fontana, sobre un lienzo blanco dan tajos con una navaja. No se puede decir que eso sea más pintura que lo que yo hago. Goya hubiera pasado a la posteridad en la misma forma, aunque sólo nos hubiera dejado su obra grabada: los Caprichos, los Desastres y la Tauromaquia.

“Muchos museos tienen mis obras. El Museo de Arte Moderno de México nunca ha adquirido nada mío, pero yo no me quejo porque me parece muy bien que oficialmente se me niegue. Los he atacado muchísimo, en forma tupida, constante. Y pienso seguir haciéndolo, no me importa que no me compren obras y que me cierren las puertas laterales del horrendo Palacio de Bellas Artes.

“El cine me interesa tanto que le voy a decir una cosa que no le había dicho a nadie: he estado trabajando en el script de una película que pienso que concurse, si hay próximo concurso de cine experimental el año que viene. El script casi lo tengo listo, el tema lo conozco mucho, es sobre mí mismo.

—Cuevas —le digo—, es usted un ególatra.
—Entre todos los ataques que me han lanzado éste es el que menos me molesta. Por lo menos hay algo de verdad. En todos los artistas existe mucho de egolatría. Lo que pasa es que en muy pocos es justificada.

—¿En su caso está justificada?
—En mi caso siento justificada la egolatría ¿no?
Recobro esta charla, fresca y válida hoy como entonces, para recordar que su presencia en la vida del México de la segunda mitad del Siglo XX no sólo hizo grietas en la cortina de nopal, como llamó a la ciudadela del muralismo. Llegó más allá: a ubicarse en esa generación de personajes notables en la creación artística y literaria, generación que extrañamos ante la deplorable ausencia de grandes figuras en el México de hoy.

Fuente:eluniversalmas.com.mx