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CICEKTEN YESILKAYA

Este fin de semana, la Plaza Taksim de Estambul fue testigo de la mayor protesta en la historia del país protagonizada por miles de turcos que mostraron su oposición al primer ministro Tayyip Erdogan. La multitud había estado esperando un mensaje unitario y positivo del líder del Gobierno desde los disturbios del Parque Gezi y las posteriores protestas después de que se agravaran los choques con la Policía en otras ciudades como Adana y Ankara. Desafortunadamente, lo que ha escuchado son acusaciones de cooperar con enemigos internos y externos y mensajes provocadores que han alienado todavía más a los manifestantes.

Mientras el Parque Gezi y la Plaza Taksim retumbaron con miles de personas que gritaron su exigencia de ser escuchadas sin la intervención de la Policía, los manifestantes de Ankara fueron violentamente reprimidos por las fuerzas de seguridad durante el fin de semana. Los agentes llegaron a golpear a personas ajenas a la protesta, empleando gases y sus porras. Varias personas han resultado seriamente afectadas por el uso excesivo de gas lacrimógeno.

El aspecto más importante de la respuesta de Erdogan es su insistencia en definir a los manifestantes como un producto de “la manipulación de fuerzas externas” y de los partidos de oposición, ignorando deliberadamente el hecho de que las protestas están libres de toda carga ideológica. El primer ministro se refiere a lo que él denomina “una minoría que intenta controlar a la mayoría”; según las últimas elecciones, un 50% de los votantes turcos no se decantaron por Erdogan.

Este grupo al que se refiere el líder de Turquía conforma un arcoíris bien representado entre los manifestantes: laicos, ecologistas, ateos, homosexuales, armenios, turcos, alevís, comunistas (con una gran diversidad, en la que se incluyen desde grupos marxistas hasta “musulmanes no capitalistas”). Hay personas procedentes de diversas clases socio-económicas, diferentes etnias, visión política e incluso hinchas de equipos de fútbol rivales. Este fin de semana, aficionados del Besiktas, del Galatasaray o el Fenerbahçe llegaron juntos a la Plaza Taksim, como un único grupo, pero ataviados con los colores de sus clubes, para gritar codo con codo con el resto de manifestantes.

“Esto no se trata de un parque, se trata de democracia”

También padres de familia se presentaron en la Plaza Taksim para apoyar a sus hijos, en lugar de prohibirles acudir a las protestas. Todas estas personas demandaban respeto para sus diversas formas de vida, unidas contra las ideas autocráticas y conservadoras que Erdogan quiere imponer al país. Un panfleto distribuido entre los manifestantes resumía sus exigencias en una línea: “Esto no se trata de un parque, se trata de democracia”.

El otro aspecto importante es que la mayoría de los participantes en las protestas pertenecen a la generación Y, jóvenes por debajo de los 30 años. Son más sensibles a cuestiones medioambientales, están mejor educados, tienen mayores expectativas de vida y también se interesan por los problemas de las urbes. Una reciente encuesta indica que el primer motivo de rechazo al primer ministro es que no soportan “su estilo (al manejar los asuntos)”. El hecho de que Erdogan haya definido a los medios de comunicación como “una amenaza” ha estrechado aún más las vías de comunicación con sus opositores.

Hasta hace dos semanas, como todos los jóvenes alrededor del mundo, los turcos eran criticados por su carácter apolítico; ahora son los que se enfrentan cuerpo a cuerpo con los agentes antidisturbios, que les arrojan botes de gas. Han creado su propio lenguaje y su humor sobre la protesta; han erigido su particular Mundo Utópico en el Parque Gezi, donde permanecen acampados desde la noche en que todo estalló. Comida y suministros médicos se reparten de forma gratuita. A pesar de la falta de seguridad, no se ha informado de intentos de robo. Grupos formados por enemigos ideológicos permanecen unos al lado de los otros, respetando su espacio.

Recuperar la “esperanza” perdida

Desde el punto de vista de los jóvenes manifestantes, la protesta se trata de recuperar la “esperanza” que, aseguran, han perdido en sus vidas. Las tendencias globales y las dinámicas en el mundo musulmán han provocado, ciertamente, este sentimiento, pero un factor más importante es la manera en que Turquía es gobernada; Erdogan actúa como un padre tradicional que impone a sus hijos cómo pensar, cómo comportarse o dónde vivir. Muchos jóvenes dan voz a este problema.

“Antes podía considerarme apolítico, pero gracias al movimiento Gezi me he dado cuenta de que todo se trata de tener miedo y perder la esperanza. Algo pasó en (la Plaza) Taksim que me cambió. Ahora tengo esperanza. He comenzado a escuchar a los políticos y a aprender la historia reciente de mi país. Lo que era importante para mí ha cambiado. Ahora trato de preocuparme menos por las cosas que me preocupaban en el pasado. Me he convertido en una persona diferente”, dice uno de ellos.

En uno de sus discursos de la semana pasada, Erdogan amenazó con lanzar a “un millón de los míos” contra los simpatizantes del partido opositor CHP (a pesar de que los seguidores del CHP constituyen un fragmento muy pequeño de la protesta); este fin de semana, el partido en el Gobierno, el AKP, anunció que organizará dos manifestaciones masivas para sus votantes en Estambul y Ankara el 15 y 16 de junio. ¿Qué sentido tienen estos mensajes cuando el primer ministro debe ser el líder de Turquía y no sólo de sus votantes?

La última decisión sobre el Parque Gezi fue anunciada este fin de semana por el alcalde de Estambul. Aseguró que, “con el consentimiento del primer ministro”, no se construirá un centro comercial y residencial, sino que el parque será demolido de todas formas para erigir una réplica de las Barracas Militares Otomanas (que existieron entre 1780 y 1940) que incorporarán un museo de la ciudad. Este anuncio está muy lejos de lo que los manifestantes querían escuchar. Si el primer ministro continúa ignorando el cambio que busca gran parte de su país, Turquía se enfrentará a una mayor tensión e inestabilidad en los próximos días.

*Cicekten Yesilkaya es una consultora de negocios que reside a caballo entre Estambul y Madrid desde 2011.