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     Teníamos una maestra de literatura, Margarita Villaseñor, que nos obligaba a entregar los reportes de las lecturas con elementos audiovisuales. “Si estudian comunicación, decía, no pueden hacer un trabajo que no tenga que ver con los medios”.

Recuerdo uno de los primeros de Juan Carlos, sobre la Cueva de Platón: Close Up a una hoja de papel que de pronto se arrugaba, para anunciar con un cartel medio improvisado: ¡Películas Arrugadas presenta! Mientras el grupo entero reía, yo me maravillaba de esa inventiva técnica que jamás aprendí. Las cámaras me abrumaban, apretar el botón rojo para filmar me daba la impresión de estar apretando el gatillo y las fotografías me salían desenfocadas, cosa que sucede hasta ahora, cuando intento captar a mis nietas.

Treinta años después, y debo aceptar que no nos reconocimos inmediatamente, aparece Juan Carlos, gracias a los encuentros tardíos de mi generación que, durante reuniones divertidas, ha descubierto que nunca es tarde.

En los 70’s, mientras varios de nosotros hacíamos pininos normales como trabajar en agencias de publicidad, escribir guiones infantiles y en revistas, o hacer estudios de mercado, Colín estaba creando el archivo etnográfico del Instituto Nacional Indigenista, recibiendo un Ariel por Hach Winick al mejor documental ficción o trabajando como productor de una serie documental Aguila o Rock de la mano de Estrada, Lubezki y Montero, por mencionar a algunos.

LA IMAGEN TIENE RITMO

Interesante hacer un comentario de su trabajo filmando conciertos de los mejores artistas cubanos como Buenavista Social Club, Charanga Habanera y el Cuarteto Patria. Cómo me hubiera gustado ser su asistente en esa época y conocer a Compay Segundo, el alma de la música cubana que vive aún en cada una de sus composiciones. A nuestra generación le basta escuchar su nombre, para rodearse de magia.

EL DOCUMENTAL

Interesado siempre en la línea documental, la que posiblemente descubrió como resultado de esos primeros trabajos en la universidad, realizó durante tres años Espacio 22 y el Oficio de la imaginación, así como Perfiles de la Historia.  Obtuvo la mención al mejor documental en el Festival Pantalla de Cristal con Hernán Cortés y la Conquista y la vida de Pedro Lascurain. Realizó Laguna Verde, Villoro en Villoro y La mirada que toca, acerca de Manuel Álvarez Bravo.

Podría seguir mencionando cada uno de sus trabajos pero la lista es abrumadora, aunque es interesante notar que nunca perdió su preocupación por la vida indígena y jamás su sensibilidad por lo social, su primera pasión y la última, con la vida de la comunidad Lacandona, en Cincuenta años de sueños en Naha, o el documental que actualmente produce, Los Argonautas del Caribe. Esperemos que las Películas Arrugadas convertidas en Palmera Films continúen por muchos años más.

LA FOTOGRAFIA

      Hemos escuchado mil veces decir que una imagen dice más que mil palabras. Acabo de descubrir que esta sentencia está equivocada. Es el caso de Juan Carlos Colín, en las fotografías que expone actualmente en el restaurante El Estoril de Polanco, al verlas, se reconoce de inmediato lo absurdo de la frase. Sus fotografías, tan silenciosas como él, invitan, a través de una imagen de luz y sombra, apenas revelada, a imaginar una historia, a construir un instante. Es fotografía impresionista, generada del arte y la sensibilidad; no de la cámara. Son improntas de vida que permanecen en el inconsciente de todo aquél que las mira tratando de entender algo que  va más allá de la comprensión racional. En negro y blanco, con tonos a color apenas dibujados, Colín nos muestra el universo ignoto, el de las profundidades: luz y sombra, presencias y ausencias, vida y muerte. Movimiento que se estatiza, para girar con fuerza, danzar ante nuestros ojos e invitarnos a juntos, recrear una mirada.