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ALFONSO M. BECKER PARA ENLACE JUDÍO

Enlace Judío México / Y es que Hashem “habló todas estas palabras” mucho antes y se las entregó a Marcel como un decálogo a modo de leyes sobre el arte de escribir y la capacidad de los elegidos para reflexionar sobre la historia del mundo en la talmúdica belleza de la literatura.

Marcel Reich-Ranicki se encontró, en su fatigosa subida a la montaña del saber, con el más grande orador que, adrede, bajaba para entregarle una maravillosa narrativa envuelta de misterio. Esto solo le podía ocurrir a un judío del getto de Varsovia que ya había vivido el ascenso de la humanidad hacia la máxima expresión de la barbarie. La Alemania que no podía parecer otra cosa que el dulce hogar de Ranicki, se adentró en el oscuro camino del acoso, la persecución y el exterminio; todos los demonios de un gobierno de asesinos conformaron su “solución final” para los llamados elegidos con la irónica idea criminal de “escogerlos” como pueblo, de nuevo; un gran pueblo elegido, pero esa vez con mofa y para recorrer los senderos de la muerte… El caso es que Ranicki entendió todo ese sinsentido como una tragedia permanente de su pueblo sin gran estupor ya que el antisemitismo, lo mismo que se presentaba y crecía, tendería seguramente a desaparecer en uno de los países más cultivados del planeta; la Alemania de Ranicki era lo más alejado de la barbarie, supuso Marcel…

Donde existe un monstruo siempre aparece un héroe que lo mata… Es por eso que Ranicki estaba seguro que Adolf Hitler moriría a manos de Thomas Man que acabaría con el dragón apagando con poesía todo el fuego que salía por su garganta. Como la mayoría de los judíos, Marcel Ranicki, había sido educado en la integración a la sociedad alemana dejando la cultura y las conversaciones con el Dios de Abraham y de Jacob para el terreno privado o incluso exclusivamente personal. Entendió por sus padres que los prefacios de supervivencia son el mejor legado para progresar en un mundo peligroso que históricamente había señalado a los judíos, en política de galería, como un “artilugio” doméstico tan imprescindible como la cabeza del turco o como el chivo expiatorio…

Marcel Ranicki ni siquiera advirtió que Elohim había quedado con él para entregarle las leyes de la crítica literaria a pesar de que lo hacía en el espectacular ambiente de los relámpagos de fuego, de los destructivos cañonazos, de las inmensas nubes de aviones que descargaban los truenos, las tempestades y, entre todos, sembraban el suelo de cadáveres judíos. Al pie de la montaña, un Marcel aterrorizado, solo escuchaba sonidos de shofar y lo asimilaba todo como un poema, como una historia maravillosa, un fantástico relato que le contaría a todos para evocar semejante evento de misterio; vivir para contarlo, leben zu erzählen, sobrevivir a todo aquello alistándose en lo que hiciera falta, convirtiéndose incluso en miembro del Partido Comunista polaco o en espía del KGB…

El espectáculo del infierno… pero Marcel no tuvo miedo porque Hashem estaba con él; el espectáculo del exterminio, el horror, acantonados como animales, la muerte por la miseria, por la inanición, por la tortura, por las balas; la pérdida de los amigos y de la propia familia… pero el Eterno amparó a su esposa y se la regaló para que le acompañara en su vejez. Entonces, Marcel Reich-Ranicki, comprendió y se hizo crítico literario como ya lo era de música y su espectacular cerebro ideó una nueva forma de opinar sobre las letras que engrandeció a la Alemania que lo había empequeñecido a él y a los suyos. Sin rencor, comenzó de nuevo como si no hubiera pasado nada, se es joven mientras se está vivo, aunque sus pupilas aparentaban cerca de 5.774 años…

Nadie pudo nunca hacerle seguir un guión establecido. Era imposible porque un judío tiene otro tiempo en la cabeza, conoce todos los arquetipos de la existencia humana y ha vivido toda la escenografía del mundo desde que se hizo la luz en un principio… tuvo la desgracia de contemplar el Apocalipsis aunque luego pensó que se trataba de un miserable prólogo ideado por un asesino de masas; un execrable relato del matadero industrial que se llevó a seis millones de los suyos… era perfectamente natural que le importara un carajo el guión, el libreto, los preámbulos y los diálogos… Cuando le traían un libro para que diera su opinión, lo tiraba en tu cara a la papelera diciendo que era insoportable porque lo había leído y casi se muere de aburrimiento. Creo que sus peleas con Günter Grass llegaron hasta el Cielo, o por lo menos al Parnaso, porque Grass hablaba de una Alemania que solo habían vivido los nazis, solo los nazis y no todos los alemanes y mucho menos los judíos… Con todas las cámaras por delante, hizo trizas ante millones de telespectadores un libro de Günter Grass dejando escapar que era una mierda; le importaba un bledo la inversión editorial, los millones de marcos en propaganda y la propia imagen de Günter… Marcel Reich-Ranicki hizo de la Alemania que encontró tras los bárbaros episodios, el epicentro mundial de la literatura y engrandeció de sobremanera la cultura alemana de la posguerra; odiado, temido, aplaudido, querido, admirado, vitoreado, genial, espectacular… ese era el paisaje semántico en sus intervenciones críticas.

Al escritor Martin Walser lo puso verde diciendo tras la lectura de algunos de sus libros, que eso no era literatura, que no podía encontrar una excusa en la experimentación y en nuevas formas de escritura porque todo estaba escrito y su estructura enrevesada era difícil, intrincada, oscura y que ningún lector la podría entender porque estaba construida para torturar y no para entretener y hacer disfrutar… Entonces, al muy cabrón de Walser, dolido hasta el corazón por su manifiesto desprecio hacia su novela no se le ocurrió otra feliz idea que escribir otra que tituló “La muerte de un crítico” donde era evidente que mataba a Marcel Reich-Ranicki pero además no mataba al crítico sino al judío que se dedicaba a la crítica literaria; un texto antisemita, una venganza, una puñalada en la barriga, una vergüenza de escrito que nadie esperaba de Walser… otros lo aplaudieron, pero Ranicki no hizo el menor comentario…

Marcel Reich-Ranicki ha sido llamado por el Eterno para que le cuente cómo le fue en los campos de concentración y qué pensaba de su pobre esposa en la misma situación. Aunque Hashem lo sabe todo, quiere escuchar ese relato para poder juzgarlo por sus faltas de ortografía; seguramente quiere pillarlo con un análisis sintáctico y morfológico en las oraciones pues aunque Él no juega a los dados sí le gusta divertirse con los genios y Marcel es uno de ellos. Habrá que verlos partidos de risa en el cielo hablando de Walser porque todo relato de odio a los judíos ni es arte, ni es literatura, ni puede formar parte de una estructura comunicativa entre humanos.

Tenía razón el viejo crítico Marcel: una nueva forma de peste resurge en una Europa que no ha sabido o no ha querido aplicar la única vacuna que existe para erradicar la más denigrante de las enfermedades que matará artísticamente, sin lugar a dudas, a todos los que expelen ese veneno. La vacuna de la educación, la vacuna del alma… pero hay tantos desalmados…

Y es que Hashem “habló todas estas palabras” mucho antes y se las entregó a Marcel como un decálogo a modo de leyes sobre el arte de escribir y la capacidad de los elegidos para reflexionar sobre la historia del mundo en la talmúdica belleza de la literatura. Marcel Reich-Ranicki nunca tuvo miedo ante el horror porque aún caminando por los senderos de la muerte sabía que YHVH estaba a su lado. Murió en cada uno de sus amigos, en cada uno de sus familiares, murió con los seis millones de judíos…

Por eso no le preocupó ni le estremeció que Walser lo “matara”… A Marcel Ranicki lo habían matado muchas veces…