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ELY KARMON / Enlace Judío México
El plan para desactivar las armas químicas sirias no es nada realista, entre otras cosas, porque son las armas “apocalípticas” del régimen de Assad para mantener la supervivencia de su propia comunidad alauita.

Las armas químicas de Siria han sido siempre el elemento disuasivo de su estrategia para mantener el equilibrio entre la fuerza militar general de Israel y su amenaza nuclear no declarada. Sin embargo, desde el estallido de la guerra civil, esas armas químicas se han convertido en la mejor póliza de seguro de la comunidad alauita frente a la amenaza de su existencia física y para garantizar la supervivencia del régimen de Assad.

En marzo pasado, sugerí en El Imparcial (https://www.elimparci… que Estados Unidos y Rusia están de acuerdo en un “gran pacto” según el cual todas las armas no convencionales sirias (químicas, nucleares y biológicas) sean retiradas y destruidas bajo supervisión internacional (del mismo modo que fueron destruidas las armas químicas del régimen de Gadafi tras la caída de dicho régimen). Al mismo tiempo, si cayera el régimen de Assad, EE.UU. y Rusia deberían garantizar la seguridad y la protección de la minoría alauita dominante en el régimen de Siria, la cual bien podría decidir retirarse a un pequeño Estado alauita con el fin de preservar la supervivencia de su comunidad y salvarla de una venganza segura por parte de los rebeldes suníes.

De ahí mi escepticismo ante la idea de que una Siria aún gobernada por Bashar Assad y siempre atenta al frágil futuro de la comunidad alauita, esté preparada para renunciar a todo su arsenal químico, como propone el plan ruso-americano.

Por el momento, el calendario y las condiciones de ejecución del plan parecen completamente ilusorios. El “Marco para la Eliminación de las Armas Químicas Sirias” reconoce que los objetivos son, efectivamente, “ambiciosos” y estipula lo siguiente: “la retirada y destrucción [en la primera mitad de 2014] de… todas las… reservas de agentes de armas químicas, sus precursores, el equipo especializado y las municiones de las armas químicas… deben incluir las instalaciones para el desarrollo y la producción de esas armas”.

El arsenal sirio de armas químicas es enorme, se mire por donde se mire, posiblemente el tercero o cuarto más grande del mundo (véase en este periódico la descripción detallada de dicho arsenal).

Aun en las mejores condiciones, que incluirían un alto el fuego general y la retirada del frente de ambos bandos, para permitir que los inspectores internacionales hagan su trabajo, el proceso duraría (según mi evaluación) entre tres y cinco años.

Las armas químicas pueden ser destruidas por incineración o neutralizadas con otros agentes químicos. Los productos químicos que contienen las bombas o los proyectiles de artillería han de ser desmontados por robots. Esto requiere la construcción de unas instalaciones especiales junto a los lugares de almacenamiento o en alguna ubicación céntrica, instalaciones que no existen en Siria.

A finales de la primera Guerra del Golfo, el ejército iraquí estaba en posesión de enormes arsenales de armas de destrucción masiva. En abril de 1991, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas creó el UNSCOM, un comité especial encargado de buscar y desmantelar armas biológicas y químicas iraquíes y programas de misiles balísticos.

Durante los primeros años, los oficiales iraquíes no revelaron a los inspectores gran parte de sus programas de armas especiales. En 1995, el yerno de Saddam Hussein, Kamel Hussein, desertó y reveló que había un vasto arsenal de armas que no habían sido capaces de descubrir, incluidas armas biológicas. Esto fue un espaldarazo para los equipos de inspección, que continuaron con su trabajo hasta 1998, cuando fueron expulsados de Iraq.

El informe final de UNSCOM indicaba que “un número significativo” de armas químicas, de sus componentes y equipo correspondiente había sido destruido entre 1991 y 1997. Sin embargo, UNSCOM descubrió que la destrucción de 2.000 municiones no cargadas seguía siendo incierta, y que 550 municiones cargadas seguían sin aparecer.

El ejemplo reciente de Libia es más elocuente todavía. Una base militar secreta de almacenamiento de gas mostaza fue descubierta en Jufra tras la caída de Gadafi, hacia finales de 2011. El nuevo gobierno cooperó con la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPCW), cuyos inspectores visitaron el país y dieron a Libia el plazo de abril de 2012 para la destrucción de los productos químicos.

Dos años más tarde —y pese a la considerable ayuda técnica y financiera recibida de EE.UU., Alemania y Canadá-, el gas mostaza aún sigue allí. Ahora el gobierno alemán está incluso impartiendo cursos de entrenamiento a expertos libios sobre cómo desmantelar los agentes químicos, y esperemos que antes de que finalice este año pueda estar operativa en Libia una moderna cámara de demolición con un sistema de depuración de gases.

Parece que Rusia ha decidido salvar al régimen de Assad con un esquema que fue planeado junto con el primer ministro sirio Walid al-Moallem en coordinación con Irán, país representado en la reunión de Moscú del 9 de septiembre mediante la visita al viceprimer ministro iraní para asuntos árabes y africanos Hossein Amir-Abdollahian. Irán recalcó “la disposición de los aliados de Siria de apoyar a ésta en caso de un ataque militar”. Los iraníes tienen un largo historial en el liderazgo de estériles negociaciones a largo plazo con Occidente, y bien podría haber dado provechosas lecciones a los rusos y a los sirios.

Por de pronto, Moscú parece preparada para suministrar a Siria más armas defensivas convencionales, lo que significa que la letal guerra civil “convencional” podría continuar como hasta ahora y favorecer la supervivencia del régimen de Assad.

De todos modos, la erradicación definitiva del arsenal químico de Siria parece una posibilidad muy remota; no sólo los tecnicismos y las logísticas para destruir su arsenal apuntan a la dificultad de su aplicación, sino que además la diplomacia internacional que rodea al proceso significa que Damasco ha ganado mucho espacio y tiempo para maniobrar y sabotear su destrucción planificada.

Fuente: El Imparcial