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NISSIM MANSUR T. PARA ENLACE JUDÍO

Eduardo y yo éramos unos adolescentes que asistíamos regularmente a la Sinagoga los sábados de cada semana, de ahí nuestra amistad…

Fue uno de esos sábados cuando Eduardo me dijo.

-¿Que haces los domingos?

-Me quedo en casa o voy al cine. –programa doble-

-Podrías ganarte una buena lana… Me mostró una petaquilla en la cual había medias de mujer, calcetines, corbatas, pañoletas y más.

-Yo me voy con esto a los pueblitos cercanos a la ciudad a vender estas mercancías. A veces más a veces menos pero siempre gano dinero.

Le pedí que me dejara probar a mí también…

-Te doy estos calcetines, prueba venderlos.

Eran siete pares de calcetines y al día siguiente era domingo.

Era la tarde de ese domingo cuando tomé un pequeño portafolio y metí en el los calcetines.

Mi idea era caminar por el Paseo de la Reforma desde la Diana rumbo al centro y ofrecer los calcetines a los transeúntes.

Ya en el Paseo de la Reforma pensé: ¿Cómo le voy a hacer?

Por primera vez empecé a notar a la gente caminando desinteresadamente.

Me empecé a paralizar, sentía pena, mi iniciativa inicial ya no estaba a mi lado, mi timidez empezaba a ganar terreno.

Con mucho esfuerzo y casi a ciegas abordé a una pareja.

-Señor estamos ofertando calcetines desea que se los muestre.
-A ver.
-A como son
-Siete pesos el par, están en oferta
-Me quedo con este.

Recibí los siete pesos y seguí mi camino.

Esa tarde de domingo mi caminar fue largo, muy largo…

Finalmente, entre altas y bajas con sentimientos de alegría y tristeza logré venderlos todos; mi utilidad siete pesos.

Sentí un cansancio físico como nunca lo había sentido. Y me sentía pobre.

En mi caminar de regreso a mi casa, sobre Reforma, por primera vez en mi vida me fijaba yo en los grandes edificios y pensaba: “¿Cómo es posible reunir tanto dinero para hacer estos edificios, si yo, después de este trabajo, solo he ganado siete pesos?

Me sentía pobre, pequeño, muy pequeño, triste…

Llegué a casa, serían las siete de la noche; los domingos la cena –sabrosa- siempre- eran quesadillas, sopes, y ricos pasteles que mis padres nos compraban para ese día.

Me senté en la mesa junto con mis hermanos a cenar.

Pensaba: “con estos siete pesos apenas me alcanzaría para pagar las quesadillas”.

Esa noche cené solo dos quesadillas.

Al poco rato llegaron mis papás y se me ocurrió contarle a mi padre:
-Fíjate Papá que salí a vender calcetines pero solo gané siete pesos.

La respuesta de mi padre para mi, fue totalmente inesperada.
-¡Nissim salió a vender calcetines y se ganó siete pesos! Le comentaba eufórico a mi madre.

Estaba muy contento, como si le hubieran dado un premio; yo en esos momentos ignoraba el porqué de esa alegría.