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LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO

La naturaleza cobra cuentas por daños

Enlace Judío México | Para la festividad de Sucot (cabañas) mi hija menor y su esposo construyeron una cabaña pequeña en la azotea del edificio donde viven. Existen diferentes interpretaciones del propósito principal de la Sucá, la más generalizada es que recuerda la salida de los judíos de Egipto a la tierra prometida de Canaán y en su errar por el desierto las construyeron para alojarse temporalmente en ellas. Quienes construyen una Sucá conviven con familiares y amigos durante siete días, allí comen y en diversos casos, incluso duermen.

En este ámbito, mi esposa, mi hijo menor y yo, fuimos convidados a comer a la Sucá de mi hija y su esposo. Estuvimos un poco apretados pero la pasamos muy bien. Frecuentemente tengo sentimientos encontrados en cuanto a los ritos judíos; empero, en esta ocasión tuve alegría y orgullo de la tradición que circunda a Sucot. Percibí a la Sucá aislada en la azotea, como un signo de arraigo de los judíos a su fe para que esta no se extinga. Es evidente que en el mundo judío se registra un creciente debilitamiento de sus tradiciones y creencias.

Por otra parte, quiero manifestar la profunda pena que experimento ante el severo impacto de los huracanes que se registraron en septiembre pasado en el territorio nacional. Si bien, en esta época son comunes estos fenómenos de la naturaleza, su fuerza destructiva se ha multiplicado como consecuencia del cambio climático, provocado por la acción del hombre en el medio ambiente. En las últimas dos décadas los científicos han advertido de la presentación de terremotos, inundaciones y otras situaciones adversas al entorno. Sin embargo, sus predicciones parecían muy lejanas, augurios de ciencia ficción. El caos sobre la tierra ha sobrepasado a la imaginación del hombre; basta recordar el huracán Katrina del 2005 que ha sido evaluado como “uno de los cinco más mortíferos de EUA, y el sexto más intenso de todos los huracanes registrados en el Atlántico.
Katrina causó cerca de 2,000 muertes y daños económicos del orden de 150,000 millones de dólares. Asimismo, el terremoto del Océano Indico de diciembre del 2004, con epicentro en la Costa Oeste de Sumatra, Indonesia, ocasionó una serie de tsunamis devastadores a lo largo de las costas de la mayoría de los países que bordean el Océano Indico, matando a su paso a 230,000 personas e inundando un gran número de comunidades costeras a través de todo el Sur y Sureste de Asia. Más de medio millón de personas desaparecieron y entre 1.5 y 2.0 millones fueron desplazados de sus lugares de origen.

Nuestro planeta, en su devenir, ha tenido transformaciones extraordinarias: desaparición de especies y de grandes extensiones de tierras que fueron inundadas; surgimiento de islas, modificaciones sustanciales de la temperatura, entre otras; sin embargo, en los drásticos cambios que se registraron a través de millones de años no intervino la mano del hombre como sucede en el presente.

En México, mientras la Secretaría de Gobernación acusa a diferentes gobiernos estatales de haber hecho caso omiso de las advertencias que les hiciera previo a la convergencia de los huracanes “Ingrid” en el Atlántico y “Manuel” en el Pacífico, sobre la magnitud de su fuerza devastadora, decenas de miles de personas sufren de hambre y sed y sin tener un techo que los cobije frente a las inclemencias del tiempo; los huracanes incidieron en dos terceras partes de México.

Las autoridades se ufanan de que han movilizado miles de toneladas de despensas para ayudar a los damnificados; no obstante, los medios de comunicación dan cuenta de otra realidad, entorno a la cual, como en desastres similares, ronda un manto de corrupción de funcionarios y particulares que se apoderan de la ayuda que debería llegar a los afectados. Resulta inaudito cómo se lucra con la tragedia humana.

En este marco, resulta evidente que en México autoridades, empresas y personas, no tienen una estrategia ni los recursos para enfrentar una emergencia como la que se vive en el país. Así, resulta inevitable prepararnos para atenuar los daños que nos esperan frente a los embates de la naturaleza; las consecuencias son ineludibles.