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Enlace Judío México | El nazismo dejó para la posteridad un rastro de crueldad, crimen y barbarie. Son muchas las páginas que se han escrito con las barbaridades cometidas por los miembros de las SS. Muchos testimonios que hablan acerca de las tropelías que ciertos ‘soldados de la muerte’ infligían a los pobladores de los campos de concentración. Personas que, creyéndose superiores a sus congéneres, jugaron a ser Dios y fueron los autores de las torturas y muertes más crueles cometidas en la Segunda Guerra Mundial.

Con el objetivo de que estos actos sanguinarios no queden en el olvido, el historiador y periodista Jesús Hernández recoge en Bestias nazis. Los verdugos de la SS la historia de cinco oficiales nazis que ejemplifican la maquinaria del terror del Tercer Reich.

Tal y como publica ABC, el libro recoge cinco historias de cinco asesinos (tres hombres y dos mujeres) que desencadenaron sus prácticas de muerte y tortura y que dieron rienda suelta a sus sueños macabros en la impunidad más absoluta. El relato de sus vidas es, también, el de una etapa en el que el género humano escribió las páginas de la historia con fuego y sangre.

Oskar Dirlewanger, un díscolo jefe de un batallón nazi formado por convictos y autores de gravos delitos, fue uno de esos hombres. Aficionado a la bebida y acusado de varias violaciones, ‘El verdugo de Varsovia’ y sus hombres firmaron una inenarrable lista de sangrientos crímenes contra los partisanos, antes de participar en el freno del levantamiento de la capital polaca, en 1944. Un año después, el destino le pagó con la misma moneda, y antes de ser ejecutado por las tropas polacas, fue víctima de torturas durante días.

El capitán que disparaba por placer

En La lista de Schindler, la excelsa película de Steven Spielberg, un capitán nazi se entretenía por las mañanas disparando al azar a las personas que trabajaban en el campo de concentración polaco de Plaszow. Su nombre era Amon Göth, y su representación en el filme fue fiel a la realidad. Encargado de destruir el barrio judío de Cracovia en 1943 (dejando tras de sí más de 2.000 muertos), dirigió Plaszow durante dos años en los que se ganó el sobrenombre de ‘El verdugo’ por su afición a asesinar a personas al azar y por sus tristemente conocidas prácticas de tiro con su rifle desde la terraza de su casa.

Entre los figurantes de esta nómina de asesinos también hay varias mujeres, como Irma Grese, la ‘Bella Bestia’. Su caso es el de una miembro de las SS que protagonizó un ascenso estelar en la jerarquía. Comenzando como enfermera, a los 20 años ya tenía bajo su dominio a 30.000 prisioneras, que fueron objeto de sus prácticas perversas. Golpeaba a las mujeres en los senos y ataba las piernas a las embarazadas hasta ver cómo se morían. Grese, además, añadía un tinte erótico a sus fantasías macabras, ya que convertía en amantes a varias de sus presas para luego mandarlas a las cámaras de gas. Sin embargo, su final también le llego junto al fin de nazismo, y tras ser capturada por los británicos, la horca acabó con su vida en 1945.

La ‘Zorra de Buchenwald’

Otra mujer que pasó a la posteridad por su crueldad fue Ilse Köhler, que desde su juventud quedó prendada de la parafernalia nazi. Se casó con un comandante del campo de Buchenwald, donde se instaló con su marido. Allí, no dudó en hacer gala de su atractivo físico con el objetivo de asesinar a todos aquellos que la miraban. Montada en su caballo, provocó la muerte de un gran número de reos. Pero la ‘Zorra de Buchenwald’ no se quedó ahí, y pasó a la historia por su sanguinaria costumbre de usar la piel de los muertos para fabricar lámparas o libretas.

Josef Mengele es el último de los hombres cuya trayectoria Hernández repasa en su libro. Reputado médico nazi, el ‘Ángel de la muerte’ cargó a sus espaldas con los experimentos más crueles con el objetivo de perfeccionar la raza aria en el campo de concentración de Auschwitz. Sus pruebas con gemelos (una de sus predilecciones) le catapultaron a los más altos escalafones de la barbarie nazi. El rastro de Mengele, (con el que se fantasea en la obra Los niños del brasil, de Ira Levin) se pierde tras la guerra, y como muchos de sus compañeros, no llegó a ser capturado por las tropas aliadas.

Fuente:eleconomista.es