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Enlace Judío México | Por primera vez desde que se afiliara al partido nazi, Karl Rink tenía sus dudas, no creía ciegamente en el partido ni estaba convencido de que Hitler pudiera guiar al país por el buen camino. Estaba orgulloso de entregarse al partido en cuerpo y alma y no vacilaba en cumplir las órdenes de sus superiores de acabar con los comunistas y los miembros de otros grupos de la oposición, pero tenía sus reservas sobre los métodos de las SS, que encontraba demasiado radicales. No dejaba de buscar a Mira y de preguntarles a sus conocidos si sabían algo, cualquier cosa. En el fondo de su alma, sospechaba que las SS eran las responsables de la desaparición de su mujer, pero sus camaradas y el comandante seguían mintiendo cada vez que trataba de averiguar lo sucedido. Solicitó una revisión de las listas de detenidos y víctimas, para asegurarse de que no estaba el nombre de su mujer, pero los encargados de las listas tenían terminantemente prohibido enseñárselas a nadie.

Impotente, Karl Rink volvía cada noche a su casa vacía y se preguntaba qué hacer, sin hallar respuesta. Si dejaba las SS sería destinado inmediatamente al frente, donde se jugaría la vida. Si no lo dejaba, tendría que cumplir órdenes que iban en contra de sus principios. Lo mirara por donde lo mirara, parecía encontrarse en un callejón sin salida.

En sus largas noches insomnes echaba de menos a su mujer y lamentaba no haber prestado oído a Helga y marcharse del país con toda su familia cuando aún estaba a tiempo. Por la mañana volvía al cuartel general de las SS con el corazón encogido y cumplía a regañadientes las misiones que le encomendaban, intentando persuadirse de que la guerra terminaría muy pronto y, con ella, la pesadilla por la que estaba pasando.

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Una noche Karl Rink fue convocado a una reunión extraordinaria en casa de Reinhard Schreider, al este de Berlín.
El comandante vivía solo en un piso de lujo de la planta baja, en un barrio muy popular entre los altos cargos del partido. Karl Rink asistió a la reunión junto a un grupo de oficiales que estaban a punto de incorporarse a las fuerzas de ocupación en Polonia. Todos ellos sabían que las misiones que les habían asignado en Polonia eran un trampolín para su carrera. Si las llevaban a cabo con eficacia, no tardarían en ocupar algún puesto de responsabilidad en cualquiera de los países europeos anexionados por el Reich.

La reunión en casa de Schreider parecía más bien una fiesta de sociedad. Se sirvieron vinos caros y manjares exquisitos y los invitados charlaron animadamente hasta que llegó un hombre de unos cuarenta años, con una calvicie incipiente y el uniforme de oficial de las SS.
–Caballeros, es para mí un honor presentarles a Hans Frank –dijo Schreider.

Todos los asistentes conocían bien aquel nombre. Frank había combatido en la Primera Guerra Mundial, era uno de los fundadores del partido nazi, ejercía de ministro sin cartera del gobierno de Hitler y había ganado notoriedad por su feroz antisemitismo.

–Hoy –dijo Schreider– Hans Frank ha sido nombrado gobernador general de Polonia. Pronto estarán ustedes a sus órdenes.

En su breve discurso, Frank dijo que su objetivo era el de instaurar la ley y el orden en Polonia y, por encima de todo, ocuparse de los judíos.

Al oír sus palabras Karl Rink se preguntó, exasperado, por qué no se habría negado a incorporarse a las fuerzas de ocupación en Polonia cuando aún estaba a tiempo. Al ver a Hans Frank comprendió que aquel hombre apoyaría cualquier tipo de tortura a los judíos polacos y, como el resto de sus colegas, él tendría que cumplir sus ordenes. No le habría costado mucho encontrar alguna excusa para permanecer en Berlín y seguir dedicando sus ratos libre a buscar a su mujer y se preguntaba ahora por qué motivo había callado cuando se le comunicó su partida inminente hacia Polonia: ¿Tenía miedo de ser la excepción, como en la Noche de los Cristales Rotos? ¿Trataba acaso de demostrar a sus superiores su lealtad al cuerpo?

Frank agradeció a los invitados su atención, propuso un brindis y les deseó suerte. Seis años después, el tribunal de los juicios de Núremberg por crímenes contra la Humanidad condenaría a Frank a la horca, tras declararle culpable de enviar a decenas de miles de judíos a los campos de la muerte.

Al cabo de unos días, poco antes de su partida, Schreider se despidió de los oficiales destinados a Polonia. A Karl le estrechó la mano y le deseó suerte.

–¿Puedo hacerle una pregunta personal? –le preguntó Karl.
–Adelante, pero que sea breve –dijo Schreider–. Tengo mucho que hacer.
–Me gustaría saber la verdad sobre mi mujer.
–Escuche, Rink. Está perdiendo el tiempo, y su tiempo es muy valioso. Esa judía con la que estaba casado debió de abandonarle. Siempre digo que no hay que fiarse de los judíos. Debería dar gracias de que ya no esté a su lado.
–Yo la quería, señor –dijo Karl.
–Las SS son su único amor, el de todos nosotros –le reprendió Schreider, dando la conversación por terminada.

Al salir del despacho, Karl Rink se encontró con su amigo Kurt Baumer, el tercero del comandante, que le dio los billetes de tren y los papeles con los que debía presentarse en el cuartel general alemán.

–Me da la impresión de que se me ha ocultado la verdad sobre mi mujer –le confesó Karl, apesadumbrado.
Baumer le miró largamente.
–Deja que te dé un consejo –le dijo–. Olvídalo. No conseguirás nada tratando de averiguar dónde está.

Karl presintió que Baumer sabía mucho más de lo que estaba dispuesto a reconocer. Sin embargo, sabía que no podría sacarle ninguna información acerca de la suerte que había corrido Mira.

Se despidieron con un triste apretón de manos.

Título del libro: «La promesa de Gertruda».
Autor: Ram Oren.
Edita: Plataforma Editorial.
Sinopsis: Michael Stolowitzky, hijo de una familia judía polaca, tiene tres años cuando estalla la guerra y su familia lo pierde todo. Su padre se va a Francia para salvar la empresa, dejando a su hijo al cuidado de su madre y de Gertruda Babilinska, una niñera católica. Cuando la madre enferma, Gertruda le promete que llevará a Michael a Palestina. Entre ellos, se cruza la historia de Karl Rink, oficial de las SS, casado con una mujer judía que ha desaparecido.

Fuente:larazon.es