Arnoldo-Kraus

ARNOLDO KRAUS

Enlace Judío México | Pensar con la mirada es un fenómeno inconsciente y frecuente. Todos pensamos con la mirada. Aun cuando no sea la “mirada viva”, la del día, la que nos lleva por las calles y la casa, al recordar, gracias a la vista, se reviven imágenes: algunos ven y después recuerdan, otros recuerdan y después miran. Poco importa el orden, ambos fenómenos son cotidianos. Esas imágenes evocan, desde la perspectiva del tiempo, recuerdos y vivencias. Escrutar el pasado es parte de la vida. Ignoro cuánto tiempo ocupa cada persona cuando observa inconscientemente aunque intuyo que es mucho. Enfermos y viejos son expertos: funden mirada y pensamiento.

Los enfermos y los viejos, mientras mueren, días o semanas antes del final, regresan, conversan y miran hacia atrás. Piensan con la mirada como todos lo hacemos cada día aunque lo hagan desde otro ángulo. Ven dolor, viven su final. Atienden lo que dice su mirada. La enfermedad y la vejez sensibilizan: comparten temor, soledad, desesperanza. Dan significado a lo que antes no significaba. Escrutan y habitan el mundo de otra forma, en otro lugar, con otras herramientas.

Las miradas narran y ofrecen testimonios; a partir de lo que se observa se regresa al pasado, se piensa y se construye el presente. Retomo mis palabras, “algunos miran y recuerdan, otros recuerdan y miran”; no es trascendental el orden, importa regresar, pensar con la mirada.

Veo a un amigo de primaria en mi consultorio y retorno al patio de la escuela, a los juegos interminables, a los regaños, casi nunca felicitaciones, de mis maestros de primaria y secundaria; recuerdo las interminables visitas de mis padres a las oficinas de los directores del Colegio Hebreo Tarbut y de la Escuela y Preparatoria de la Ciudad de México, y a los cubículos de los psicólogos que se turnaban, desesperados, mi caso. Abro uno de mis queridos cuadernos atiborrados de notas y papelitos y rememoro, al leer en la tapa interior, quién me lo obsequió, desde cuándo me acompaña y cuáles han sido sus usos. Observo en mi estante los lomos rojos del Manifiesto del Partido Comunista y recuerdo: ese libro lo compré cuando vivía en casa de mis padres. Busco una caja de cerillos, también roja: Restaurant Balthazar. Bar: evoco sus mesas, el ruido, su piso de azulejos blancos y negros, las garrafas viejas y bellas de agua, los meseros y meseras, muchos multilingües. Cojo mi lápiz predilecto, amarillo como todos los lápices viejos, My First Ticonderoga. HB 2: ¿lo adquirí en alguna papelería en Estados Unidos o lo encargué a un amigo?; miro su goma, agotada, y mientras me distraigo, precisamente por pensar con la mirada, abro una caja de puros donde guardo lápices similares, Ticonderogitas, pequeños, sin goma, imposibles de asir, inservibles por su tamaño y cómplices por su compañía: son más cercanos aquellos cuyas gomas se acabaron.

Escribo de nuevo “Pensar con la mirada”; agrego: pensar con la mirada es un fenómeno inconsciente que se torna consciente conforme nos relacionamos con nosotros mismos y con el entorno. Gracias a esa mirada lo viejo no desaparece y los recuerdos fortalecen el presente mientras la memoria siembra. Releo a W. H. Auden: “Siempre existe otra historia, siempre hay algo más de lo que el ojo puede capturar”. Cuando al mirar se piensa, los ojos leen otras historias.

Aprender a ver exige sentarse en otro lugar: emoción, curiosidad y sorpresa amalgaman mirar y pensar. Ignoro la trascendencia de pensar con la mirada. Cuando escucho a los enfermos acostumbrados a reflexionar a partir de la mirada, a los amigos urgidos de regresar a su pasado, comprendo el significado de esa dualidad: pensar permite volver, mirar implica tocar: a uno mismo, a otros, a sus otros, a la vida.

*Médico

Fuente:eluniversalmas.com.mx