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AMELIA ZAGA PARA ENLACE JUDÍO

Enlace Judío México | Desde pequeña, todas las noches que me iba a la cama imaginaba cosas sorprendentes antes de dormir. Mi madre pasaba sus labios en mi frente como símbolo de amor, ese amor que hasta en los sueños me acompaña. Hasta ese momento yo pensaba que era dueño de mis sueños, sueños que hasta hoy en día albergan esperanza en la humanidad. Mi padre siempre me enseñó que la fe es la esperanza de la bondad, pero no muy tarde aprendí que el mundo encierra maldad. Que esa maldad busca que uno no pueda imaginar cosas sorprendentes, que incluso en los sueños -la expresión más íntima del alma- intenta limitar la imaginación.

Como observa Orwell en su libro “1984”, un individuo que vive bajo un régimen totalitario, siente su libertad en estado de asfixia, hasta el punto que ni en sus sueños puede hablar en voz alta.

Viktor Frankl, que fue víctima del gobierno nazi, narra un episodio en donde nos enseña que en las barracas de Auschwitz el sueño era el refugio de la realidad del campo. Una noche, mientras Frankl veía a su compañero dormir, notó que tenía un mal sueño. Prefirió no despertarlo porque sabía que no había peor pesadilla que abrir los ojos a su terrible forma de vida.

Muchos sobrevivientes mencionan un tipo de sueño recurrente. En él, encuentran una forma de escapar al hambre mordaz del día a día. Primo Levy despertaba a la mitad de la noche por el ruido constante del abrir y cerrar de los dientes de sus compañeros para masticar el fantasma de los platillos, que eran producto de sus sueños.