SARA SEFCHOVICH

SARA SEFCHOVICH

Estamos muy enojados con los estadounidenses porque no quieren recibir a los migrantes de México y Centroamérica que llegan a su puerta. Sobre todo ahora, que tantos de ellos son niños que viajan solos.

Nos molesta que los detengan, que los metan en albergues, que los trasladan de un lugar a otro, que los manden de regreso a sus países. Nos ofende que habitantes de las ciudades y pueblos salgan a las calles a manifestarse en contra de ellos y que no quieran los albergues en sus territorios.

Lo políticamente correcto hoy, es enojarnos con quienes no los quieren recibir y criticamos esa actitud que nos parece poco humanitaria.

Pero eso es sin duda más fácil que analizar y tratar de entender. Hay muchas preguntas posibles, por ejemplo, quién es responsable de que las personas abandonen sus países por pobreza y violencia, o por qué todos quieren ir a los países ricos para cumplir su sueño, o cómo entender que éstos no quieran recibir a todos los que pretenden ir a ellos.

Esto último es sin duda lo más complicado. Pues los seres humanos tenemos miedo del otro, del desconocido. Tememos que nos afecte nuestro modo de vida, que nos quite el empleo, que haga presión sobre los servicios o que pudiera ser delincuente.

Por eso vemos que en México sucede exactamente lo mismo que le criticamos a los norteamericanos:

Primero, nuestro país también tiene una política que no es de puertas abiertas a la inmigración. Hay épocas en que a algunos grupos se los ha recibido y épocas en que no. Hay grupos a los que específicamente se les ha prohibido entrar en territorio mexicano, acusándolos de una y mil aberraciones, y en los centros de detención migratoria hay coreanos, asiáticos, africanos.

Segundo, en nuestra frontera sur se repatria a los Centroamericanos. Para eso es la Estación Migratoria Siglo XXI en Chiapas.

Tercero, las policías en lugar de ayudarlos, los extorsionan y les roban.

Cuarto, no tienen ninguna seguridad, delincuentes los asaltan, violan, asesinan incluso. Esto ha llegado a situaciones de indecible crueldad como lo han ido a expresar varios de los afectados al Congreso de la Unión.

Quinto: las condiciones en las que viajan por el territorio nacional son terribles, sobre todo en ese tren llamado La bestia, en el que quién sabe como le hacen para comer, dormir, ir al baño, vivir en ese hacinamiento.

Y sexto: tampoco los habitantes de los lugares los quieren, también se oponen abiertamente a su presencia y a que existan albergues en sus zonas.

En Tapachula, los colonos de las colonias cercanas al albergue para migrantes “exigen a las autoridades la reubicación inmediata de este lugar, que únicamente ha traído problemas” y hablan de inseguridad y suciedad en las calles. En San Bartolo, le han pedido al gobernador la salida del albergue San José y del Centro de Atención a Migrantes, debido al incremento de la inseguridad: “De ser una comunidad tranquila ha pasado a ser una zona conflictiva e insegura”. En Tultitlán, la casa del migrante San Juan Diego, fue cerrada luego que los vecinos dijeron estar hartos y que “vamos a prohibir el paso a los migrantes a partir de esta semana”, según advirtió el presidente de la asociación de colonos de Lechería. Y otros casos similares. Tantos, que en una entrevista, un migrante dijo que además de aguantar el frío, el hambre, y las revisiones, tuvieron que “soportar los insultos y pedradas que los pobladores de los lugares por los que van pasando”.

Por supuesto, no todos los migrantes roban, molestan a los vecinos o ensucian las calles, pero con alguno que lo haga, los demás cargarán el estigma. Y eso es seguramente lo mismo que les sucede a los estadounidenses cuando ven llegar a miles de desconocidos que quieren vivir en su país.

Por eso digo que las cosas se tienen que entender de manera menos esquemática.

[email protected] www.sarasefchovich.com

*Escritora e investigadora en la UNAM

Fuente:eluniversalmas.com.mx