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EZRA SHABOT

Partamos del principio indiscutible del derecho a la autodeterminación de los pueblos y a la solución pacífica de los conflictos. En este sentido no hay otra alternativa para resolver las demandas de palestinos e israelíes que la construcción de un Estado Palestino en Cisjordania y Gaza, que conviva con el Estado Judío en un reconocimiento mutuo de derechos y obligaciones cuyo objetivo sea romper con el círculo vicioso de la violencia que amenaza con permanecer indefinidamente. Por lo pronto los dos bandos han incurrido en excesos y abusos cuya consecuencia es el reforzamiento del odio y la imposibilidad de confiar en un acuerdo mutuo.

El gobierno de Netanyahu en Israel ha desperdiciado las últimas oportunidades de llegar a un acuerdo con la Autoridad Palestina de Abbas, de la misma manera que Arafat canceló la posibilidad de un acuerdo con Rabin y después con Barak, lo que derivó en otro baño de sangre durante la década de los 90. Esto trajo como resultado el fortalecimiento del fundamentalismo islámico que tomó el poder en Gaza a través del grupo Hamas, y con ello el retroceso brutal en el proceso de paz que tantas esperanzas había generado en la población de la zona.

Y es que el totalitarismo islámico de los fundamentalistas se ubica en una dimensión diferente al concepto de vida que conocemos. Los grupos Hamas, Hizbollah, Boko Aram, Estado Islámico de Irak y el Levante, Al Nusra y Al Qaeda mismo, son expresiones de modelos basados en el exterminio del enemigo, definido éste como todo aquel que no se somete a sus pensamientos y actos. Frente a estos grupos la opción de la negociación y la coexistencia pacífica es imposible. Para ellos, la civilización occidental es un fenómeno que por sí mismo debe ser destruido, tanto por su negativa a incorporarse a las normas del islam, como por haber dañado a esta creencia durante siglos desde las Cruzadas hasta el periodo colonialista.

En este contexto y como consecuencia de la guerra civil en Siria y la llegada al poder de Al Sisi en Egipto, Hamas se fue quedando solo y sin apoyo en el mundo árabe. Sus antiguos aliados se convirtieron en enemigos y la organización islámica quedó atada al poderío económico del emir de Qatar, principal patrocinador de la Hermanad Musulmana en Egipto y de los fundamentalistas en Gaza. Los dueños de Al Jazeera, la emisora de propaganda islámica cuya prohibición para emitir cualquier cuestionamiento al despotismo del emir le restan credibilidad, mantienen vivo el terrorismo de Hamas, y cancelan con eso cualquier ofensiva diplomática para forzar al gobierno israelí a reanudar las negociaciones que culminen con la creación de un Estado Palestino.

La soledad de Hamas y la errónea decisión de Netanyahu de reaprehender a los palestinos miembros de este grupo previamente liberados a cambio del soldado Gilad Shalit después del asesinato de tres jóvenes israelíes, desataron la guerra que hoy se vive. El argumento de que se trata de una guerra asimétrica entre el poderoso Israel y el débil Hamas debe trasladarse al concepto de la asimetría cultural entre las partes, en donde una se rige por un Estado democrático de derecho con una sociedad participante y crítica, y la otra se encuentra atrapada en medio del oscurantismo religioso islámico cuyo culto a la muerte recuerda a los totalitarismos occidentales ya desaparecidos.

La guerra de Gaza debe servir para reducir al mínimo la influencia de los fundamentalistas y que de esta manera Abbas recupere eventualmente el control sobre este territorio, y con ello se obligue a Israel a una negociación seria en donde las concesiones territoriales sean parte fundamental del acuerdo. No llegar a este punto implicará una derrota para israelíes y palestinos, y el triunfo de la muerte sobre la vida.

@ezshabot
Analista político

Fuente:eluniversalmas.com.mx