Barack Obama JOSÉ MARÍA MARCO

Llegó a la Casa Blanca con la promesa de abandonar todos los frentes en los que combatía su Ejército. EE UU se ha replegado sobre sí mismo mientras los conflictos que dejó abiertos se recrudecen.

Obama llegó a la Casa Blanca con la promesa de sacar las tropas norteamericanas de los frentes en los que estaban comprometidas y de evitarlas de ahí en adelante. Los recientes bombardeos de la aviación norteamericana y el envío de tropas de apoyo al norte de Irak han llevado a mucha gente a preguntarse si el presidente de Estados Unidos ha empezado a rectificar esta línea. Hay quien se lo pregunta con inquietud, porque piensa que Estados Unidos no debe volver a verse envuelto en conflictos exteriores como los de Irak y Afganistán. Y hay quien lo hace convencido de que esa posible rectificación traerá más beneficios que inconvenientes, porque la actitud de abstención de Estados Unidos no es buena para nadie y equivale a una nefasta ausencia de estrategia propia.

Estos últimos suelen apuntar que no siempre Obama ha cumplido su palabra. No ha cerrado Guantánamo, por ejemplo. Y no dejó de intervenir en Libia, aunque fuera en apoyo a los europeos. La intervención en Irak es distinta, por ser Irak el punto crucial en torno al cual se han articulado las grandes ideas de la política exterior norteamericana.

Evidentemente, siempre se puede entender a Obama en clave anti-Bush. Y aunque una parte importante de la posición de Obama haya consistido en hacer lo contrario de lo que hizo su predecesor, y en criticarlo explícitamente –de forma muchas veces sectaria y mezquina–, conviene recordar que detrás hay una posición más amplia. Obama fue de los pocos que se opusieron a la intervención en Irak desde el primer momento y su política no ha consistido sólo en la retirada de Estados Unidos de un escenario demasiado complicado.

Obama piensa que su país sigue manteniendo intacto su estatus de superpotencia. Más aún, piensa que bajo su mandato el poder de su país ha crecido. Estados Unidos se encuentra en mejor situación económica que en 2008, está a punto de convertirse en un país independiente en recursos energéticos, y sigue siendo la nación más dinámica del mundo. Para Obama, no hay decadencia norteamericana. Al revés, hoy es más atractivo que nunca. Resulta inevitable que Estados Unidos se vea solicitado desde todas partes, en particular en aquellas zonas en las que se producen cambios y, con más razón aún, enfrentamientos. Obama piensa que su país está respondiendo positivamente a estas demandas. Ha querido comprometerse en Asia, y los países asiáticos están alcanzando cotas de progreso inauditas hasta ahora. También lo ha hecho en África, a la que Obama concede una particular importancia, y que parece estar en trance de abrirse por fin a la globalización. Y ha insistido en adoptar, junto con la Unión Europea, una posición firme ante lo que percibe como la deriva nacionalista de Rusia.

Oriente Medio se encuentra, siempre según Obama, en un momento de transición. Ha desa- parecido el orden antiguo, el de las dictaduras previas a la Primavera Árabe de la que él mismo se consideró el padrino, con su célebre discurso de El Cairo. Sin embargo, no ha surgido todavía un orden nuevo capaz de remplazarlo. Hoy la zona vive en plena convulsión, con todas las líneas de ruptura abiertas y conflictos cada vez más numerosos y más enconados: chiíss y suníes están abiertamente enfrentados, proliferan los grupos terroristas, cada vez más fanáticos y más nihilistas (por emplear un adjetivo que a Obama le gusta), hay millones de desplazados, las economías están estancadas y en muchos casos los agentes más moderados parecen estar perdiendo pie.

En cuanto a Irak, Obama, a estas alturas, se permite cierta condescendencia con el legado de Bush. Como ha explicado en la entrevista que concedió recientemente a Thomas Friedman, la intervención norteamericana proporcionó a los iraquíes la ocasión de reconstruir su país. Y los iraquíes la han echado a perder. Una nueva intervención militar estaría en contradicción con la política mantenida hasta aquí. Sobre todo, no serviría de nada. No acabaría con los terroristas de la zona, probablemente atraería a otros muchos y no solventaría el enfrentamiento político al que ha llevado la arrogancia del chií Nuri al Maliki. No hay, como dijo en un discurso reciente, una solución militar norteamericana a este conflicto. (Ni a casi ningún otro, en realidad). Son los iraquíes los que tienen que encontrar la forma de solucionar sus propios problemas. Cuando lo hayan hecho, Estados Unidos podrá estar dispuesto a acudir, si se le llama. Los bombardeos en Irak tienen por tanto un carácter coyuntural, defensivo, también de apoyo a la misión humanitaria ante las atrocidades de los terroristas islámicos del Estado Islámico, y de respaldo a los kurdos, los únicos que están construyendo algo parecido a una región civilizada y tolerante.

Para los críticos de Obama, su inacción inicial en Siria jugó a favor de Bashar al Asad y de la radicalización de los rebeldes. Su empeño en negociar con los iraníes habría contribuido, por otra parte, al levantamiento de las milicias radicales suníes. Para Obama, no intervenir en Siria ha permitido la retirada del arsenal químico del gobierno, y la abstención en Irak –que las negociaciones con Teherán sobre la capacidad nuclear del régimen iraní hacían aún más difícil– ha servido para que los chiíes empiecen a tener en cuenta a las minorías en el nuevo Gobierno de Bagdad.

El ejemplo de Irak vale para toda la política exterior de Obama. El presidente no se arrepiente de haber intervenido en Libia, que sin eso estaría ahora en la misma situación que Siria. Piensa, sin embargo, que cada intervención debe llevar aparejada una previsión sobre lo que habrá de ocurrir «el día después». Algo que no ocurrió en el caso libio. En cuanto a Israel, Obama no va a dejar de apoyar a su aliado, pero la actitud del Gobierno israelí en las conversaciones de paz con la Autoridad Palestina y durante el conflicto de Gaza le va a llevar, probablemente, a una actitud más distante. La intervención en Irak no significa por tanto ninguna rectificación de fondo de la política exterior de Obama.

Obama es un hombre frío, analítico, poco dado a actuar en caliente y con una aversión insuperable al riesgo y a las simplificaciones. Le gusta verse a sí mismo como alguien capaz de entender y abrazar la complejidad de una situación. Y aunque esta conciencia de superioridad le haya echado más de una vez en brazos del sectarismo, en particular en la política interna, no se va a permitir un lujo semejante en política exterior. Obama piensa que ha empezado a sentar las bases de un nuevo orden mundial basado en el derecho y las instituciones, en la necesidad de tener en cuenta la diversidad de puntos de vista y también en la responsabilidad de cada uno, incluidos los países europeos, muy ricos, más vulnerables que su socio transatlántico y nada dispuestos a comprometerse. La intervención en Irak, una decisión difícil de tomar, indica que se siente seguro. Los europeos le dieron el Premio Nobel de la Paz para que siguiera la política que ellos hacen. En su segundo mandato, Obama, sin insistir demasiado, les está pidiendo cuentas de su actuación.

El presidente de vacaciones mientras arde el mundo

Hace cinco días, el diario «The Washington Post» publicaba un artículo en el que criticaba la actitud de indiferencia o desapego del presidente de Estados Unidos, quien había decidido iniciar su descanso estival en Martha’s Vineyard tan sólo 36 horas después de anunciar la acción militar en Irak. Mientras «el mundo arde», Obama descansa. Así se titulaba el artículo, en el que se analizaba la repercusión de la decisión del presidente de retirar las tropas de Irak en 2011. Probablemente, «no se habría llegado a esta situación si Obama hubiera dejado las tropas en territorio iraquí», rezaba el artículo. Sin embargo, «para un presidente que quiere reforzar su política exterior, descansar en la playa no es la mejor opción». Por tanto, las vacaciones en tiempo de guerra del presidente no han hecho más que perjudicar su política exterior, que desaprueba el 60 por ciento de los americanos. Asimismo, las declaraciones de Hillary Clinton no se han hecho esperar. En su opinión, la política exterior de Obama es «demasiado fría», mientras que la de su predecesor, George W. Bush, era «demasiado caliente», por lo que habría que conseguir un punto intermedio. Las críticas recibidas por parte de Hillary Clinton, la guerra contra el Estado Islámico, los problemas con Nuri Al Maliki.. .todo parece ir en contra de Obama, que descansa tranquilamente en una isla de Massachusetts.

Fuente:larazon.es