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JEAN MEYER

Es catastrófica para los cristianos, como siempre, desde que existe “la Cuestión de Oriente”. Apareció la primera vez a principios del siglo XIX, cuando, en forma de eco a las independencias de América Latina, empezó la serie de independencias de las naciones cristianas del imperio otomano. La insurgencia serbia, luego la griega fueron acompañadas por terribles masacres (por ambos lados) y triunfaron gracias al apoyo de Europa, unida por una vez: Inglaterra, Francia y Rusia. Algo que uno desearía hoy. La “Cuestión de Oriente”, a saber ¿qué hacer del inmenso imperio otomano? duró hasta el final de la Primera Guerra Mundial que, si bien vio desaparecer al imperio, dejó una herencia fatal. La nueva “Cuestión de Oriente” no se da más en un imperio (difunto), pero sí, en su antiguo territorio: tuvimos las guerras balcánicas de la exYugoslavia, un asunto que aún no termina y tenemos ahora, además de los desastres de Libia y Siria, la violencia de un “Califato Islámico de Irak y Siria”.

El 7 de agosto los combatientes del Califato tomaron la más grande ciudad cristiana de Irak, Karakosh, entre Mosul y Erbil: sus cien mil habitantes huyeron, abandonando todo; en seguida las iglesias fueron ocupadas, desagradas, las cruces destruidas, mil 500 manuscritos quemados. Es “la guerra santa”, yihad. El autoproclamado califa Al Bagdadi había lanzado un ultimátum a los cristianos el 15 de julio: escojan entre la conversión al Islam, el estatuto de dhimmi, sujeto sin derechos que tiene que pagar tributo, o la muerte: “morirán por la espada”. En aquel entonces había todavía 35 mil cristianos en Mosul: se fueron. En 2003, a vísperas de la desastrosa “intervención” estadounidense contra Saddam Husain —digo “intervención” porque no se declaró la guerra—, había un millón 800 mil cristianos en Irak. Sus antepasados habían sido masacrados y deportados, entre 1915 y 1918, a la hora del genocidio perpetrado contra los armenios por el poder Joven Turco. Ellos, herederos de las más antiguas Iglesias cristianas, vivían en paz. Como los cristianos de Siria que forman 10% de la población, y prefieren el conocido Bashar el Assad a los demasiado conocidos yihadistas que lo combaten, después de derrotar a los insurgentes demócratas. Quedaban 400 mil cristianos en Irak antes de la ofensiva del Califato.

Por cierto, los cristianos no son sus únicas víctimas: el pequeño grupo religioso preislámico de los yazidies está amenazado de muerte y a los shiítas no les va mejor. Por eso el Consejo de Seguridad de la ONU condenó por unanimidad las persecuciones de las minorías religiosas por estos herederos de Bin Laden. Pero la ONU no tiene brazo armado. Es cuando uno sueña con una triple alianza Unión Europea, Rusia, Estados Unidos para resolver la nueva “Cuestión de Oriente”, en lugar de enfrentarse dramática y estérilmente en Ucrania. El tiempo pasa y nadie hace nada contra ese Califato que es capaz de derrotar a los kurdos, hasta en su casa, y de tomar Bagdad en cualquier momento. ¿Qué haría Irán en tal caso? Y de moverse Irán ¿qué haría Arabia Saudita?

La suerte de las más antiguas comunidades cristianas del mundo, amenazadas de muerte en la tormenta del Medio Oriente, debería despertar a los responsables de la paz mundial, incluso a China y Japón, grandes consumidores de hidrocarburos árabes. Por una vez realismo, razón y ética coinciden.

La suerte de los cristianos de Egipto (15% de la nación) no es tan grave, pero tampoco es envidiable. Por lo menos no hay en Egipto un movimiento armado terrorista comparable al siniestroBoko Haram que actúa, en nombre del Islam, en el noreste de Nigeria y los países vecinos. Frente a una persecución mortal ¿cuál es el peso de las palabras del presidente francés: “No hay nada peor que pensar que el Medio Oriente fuese una tierra en la cual los cristianos no podrían vivir en paz”?

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Investigador del CIDE

Fuente:eluniversalmas.com.mx