Normalmente —supongo que por economía de palabras o conceptos— decimos que Palestina, hasta antes de la creación del estado de Israel, fue provincia de algún imperio, desde el romano hasta el británico. Eso no es del todo exacto. Hay que hacer una precisión importante al respecto.

Fue el emperador Adriano el que decidió cambiar el nombre de toda una región, y llamarla Palestina. Por cuestiones administrativas, la dividió en tres. Palestina I abarcó lo que era, en sus rasgos generales, la antigua Judea; Palestina II, la zona del norte que abarcaba Samaria, Galilea, y una parte de Decápolis; y Palestina III, la zona del sur que se extendía por casi todo lo que es el Neguev, y sus fronteras indefinidas se diluían en el Sinai y en la entrada al desierto de Arabia.

Las cosas no cambiaron mucho cuando el Imperio Romano se dividió, ni tampoco cuando el Imperio Romano de Oriente pasó a ser el Imperio Bizantino.

Luego vino la primera etapa de dominio islámico entre los años 632 y 1099, cuando la región cayó conquistada por la invasión cristiana europea, y se fundaron los Reinos Cruzados. Durante un poco más de un siglo, el Reino Cruzado de Jerusalén volvió a ser una copia casi idéntica de lo que había sido la Palestina romana, o incluso el moderno Israel. Los musulmanes volvieron a tomar el control de la zona desde el siglo XIII, y esta vez lo mantuvieron hasta 1917, cuando el Imperio Otomano fue derrotado en la Primera Guerra Mundial, y sus provincias en Medio Oriente pasaron a convertirse en colonias francesas o inglesas. En el caso de Palestina, esta se transformó en el Mandato Británico de Palestina, y su extensión abarcó justo lo que hoy son Israel y Jordania.

Tenemos una constante evidente: durante la era romana, la era cruzada, y la era inglesa, Palestina fue un territorio con fronteras definidas en términos muy similares. Es decir, la Palestina romana, la Palestina cruzada (o, más bien, el Reino Cruzado de Jerusalén) y la Palestina británica son muy parecidas a lo que hoy es Israel (más Jordania, en el caso de la británica).

¿Qué pasa con las dos etapas de dominio islámico?

Sucede que todo cambia. Por sorprendente que parezca, los musulmanes nunca consideraron a Palestina una provincia específica, ni le delimitaron fronteras precisas. “Palestina” sólo fue, para ellos, un nombre genérico que designaba un territorio fácilmente identificable en un mapa, pero indefinido a efectos políticos.

El territorio de lo que luego vino a ser el Mandato Británico de Palestina siempre estuvo dividido en diferentes zonas administrativas, algunas de las cuales se gobernaban desde Beirut, otras desde Damasco. La única zona que se mantuvo relativamente constante en sus límites fue la que va desde Jerusalén y su alrededores, en línea recta hacia el Mar Mediterráneo. En su última etapa, fue a lo que se llamó el mustafarrato de Jerusalén, que era gobernado directamente desde Estambul.

Dicho en pocas palabras, el concepto de “Palestina” nunca existió en la cultura islámica. Era un nombre heredado de los romanos, pero innecesario en los conceptos religiosos y políticos de los árabes.

Y es muy lógico: cristianos y judíos tenemos una noción histórica muy similar de lo que es Palestina, como consecuencia de lo que encontramos en nuestros respectivos textos sagrados.

El paradigma geográfico judío lo determina eso que la Biblia define como el reino de David, luego heredado a Salomón. Ahí es donde se define la imagen mental que tenemos de Eretz Israel (lo de menos es que los romanos luego le llamaran Palestina; es “la Aretz”, como decimos entre paisanos).

La imagen mental de los cristianos es prácticamente la misma, porque los evangelios siempre nos presentan a Jesús de Nazaret moviéndose justo en la misma zona. Lo de menos es que se mencione de manera explícita que para esas épocas el territorio habia sido artificialmente dividido en Galila, Samaria y Judea. Es la Aretz, en resumidas cuentas.

Con el islam no sucede así. En su narrativa religiosa, la única referencia es a Jerusalén. Punto.

De hecho, incluso se discute si la célebre Mezquita de Al-Aqsa (la más lejana) es realmente Jerusalén o no. Los mejores especialistas lo descartan, porque para cuando Mahoma murió, Jerusalén todavía no había sido conquistada y, por lo tanto, todavía no tenía ninguna mezquita. Entonces, la mezquita con la que soñó Mahoma no podía ser esa.

Pero dejemos ese debate exquisito para los especialistas, y supongamos por un momento que Al-Quds (Jerusalén) y Al-Aqsa son lo mismo. Aun en ese caso, el Corán sólo pone énfasis especial en esa ciudad. Por eso, durante los muchos siglos de dominación musulmana a Jerusalén se le dio una relevancia notable (tanto como para designarle un mustafarrato otomano, por ejemplo). Pero el resto del territorio sólo era el resto del territorio. Si los árabes se acostumbraron a llamarlo Filastin, fue sólo porque los romanos le habían puesto ese nombre (bueno, Palestina en latín).

Apenas fueron los otomanos quienes, en la recta final del siglo XIX, se acostumbraron a usar con más frecuencia el nombre, debido a los constantes intercambios políticos, comerciales y militares que tuvieron con los ingleses (que les habían ayudado a recuperar el control de toda esa zona, después de una breve etapa en la que los egipcios se apoderaron del lugar).

¿Te das cuenta lo que esto implica? Si la cultura islámica nunca tuvo en mente la existencia precisa de un lugar específico llamado Palestina, tampoco tuvo la noción de que existiese un “pueblo” identificable como “palestino”. Los palestinos eran, como siempre lo fueron, los judíos y los árabes (o cualquier otro parroquiano) que viviera en ese lugar.

Sólo hasta que los ingleses conquistaron la zona en el marco de la Primera Guerra Mundial, y recibieron la autorización de la Sociedad de las Naciones en 1922 para fundar el Mandato Británico de Palestina, fue que la región volvió a tener las fronteras que tuvo durante la era romana.

En otras palabras, Palestina es un constructo cultural que sólo existe, en términos históricos, en el cristianismo y en el judaísmo.

Ahí te dejo el dato, para que saques tus conclusiones sobre el actual conflicto y todo lo que se dice a nivel propagandístico. Así, cuando alguien te diga “Palestina existe desde antes de Israel”, podrás contestarle sin temor a equivocarte “sí, pero sólo desde 1917”.


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