Manifestación

ROBERTO SONABEND PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Había algo asociado al agua, en especial cuando ésta se desplazaba por los canales, entre las calles empedradas y los edificios antiguos a ambos lados. La experiencia me produjo una agradable sensación de tranquilidad.

El reflejo de las edificaciones de cuatro pisos y los árboles sobre la superficie del agua era claro en algunas partes, en otras en donde había un ligero oleaje, era difuso y desaparecía. El agua no era transparente, aunque corría por los canales, lo hacía tan lentamente que no parecía fluir. En ocasiones encontramos ramas y hojas secas flotando, otras veces veíamos a los patos que aparentemente desfilaban para ir de una orilla a la otra, pero en realidad lo hacían para acentuar el paisaje. A los lados, trepándose sobre las paredes, crecían plantas que la corriente perdonó. Eran manchas verdes que contrastaban con los viejos ladrillos cafés, anaranjados, ocres y amarillos.

Quedamos en encontrarnos para tomar el bote en el cruce de dos calles y el canal, en el centro de Amsterdam. Llegamos caminando a un lado del agua, entre los árboles y los autos estacionados, pudiendo haber cruzado la calle para caminar por la banqueta, pero no queríamos perdernos el paisaje.

Nos subimos al bote, y sin haberlo planeado me senté a un lado del timón de madera en la popa, esperé a que todos se sentaran y empecé a navegar. Esa placentera sensación de caminar por las calles con canales y detenerme a mirarlos para memorizar los cuadros formados por tan deliciosas escenas, se incrementó al deslizarnos. Escuchábamos el golpeteo del agua en el bote, nuestras voces y las de la gente en otras lanchas. Nos desconectamos del mundo exterior.

De pronto nos encontramos con varias banderas palestinas, era una manifestación. Nos detuvimos unos minutos a observarlos. Había aproximadamente veinte personas en la calle, a un lado del canal, con pancartas que sugerían un boicot a Israel. La gente gritaba sin demasiado ánimo. Repetía frases en inglés y en holandés, pero era claro que no iba a suceder nada más. En cierta forma los manifestantes daban lástima. Eran pocos, y nadie los miraba.

Surgieron las preguntas en mi cabeza… ¿Los manifestantes se identificaban con el pueblo palestino por las vidas civiles que se perdieron en la Guerra de Gaza? ¿Eran musulmanes que vivían en Amsterdam? ¿Entendían? Después de unos minutos decidimos continuar el paseo. Como la mayoría de la población, fuimos insensibles a ese llamado a mirar lo que está mal en el mundo, no íbamos a permitir que nos echaran a perder esa dosis de paz que encontramos en los canales.

Varias veces nos topamos con embarcaciones largas y llenas de turistas, que miraban hacia fuera a través de un vidrio. Nosotros nos sentíamos diferentes, también observábamos, pero éramos parte de la escena. Llegó la hora de disfrutar la deliciosa comida tailandesa que llevamos para cenar. Cada momento fue mejor que el anterior, nada nos correteaba, la ruta de navegación obedecía a nuestras inquietudes momentáneas. Nos integramos al paisaje como si fuéramos ciudadanos de Amsterdam, reímos mientras admirábamos los edificios antiguos con sus fachadas inclinadas. Pretendimos olvidarnos que existía un mundo allá afuera.

Pero las preguntas regresaron: ¿Cómo era posible que hacía unas semanas toda la nación de Israel estuvo en guerra y ahora era como si no hubiese sucedido nada? Parecía como si todos, exceptuando a las víctimas de la guerra en ambos lados, nos habíamos olvidado. Es cierto que en esos días la atención se enfocaba en noticias sobre las nuevas situaciones amenazantes en el Medio Oriente. Pero el mundo entero actuaba como si no hubiese existido la guerra. ¿Creían que no se iba a repetir?

Permitimos que el escenario determinara el trayecto de nuestro paseo; enfocábamos nuestra atención en lo que sucedía alrededor y trazábamos el rumbo en función a nuestros impulsos del momento. No teníamos necesidad de analizar a dónde íbamos, de tal manera que con frecuencia nos metíamos en canales con puentes tan bajitos que nos obligaban a retornar por el mismo camino, a regresar a lo mismo.

Navegábamos tan despacio que por unos momentos parecíamos estar dentro de una película en cámara lenta. Cuando movía el timón para girar el bote, éste no respondía de inmediato. El bote deliberaba unos segundos si hacerme caso, hasta que finalmente decidía desviarse en la dirección indicada.

Este verano hubo una guerra con pérdidas de vidas de ambos lados. ¿Nadie se preguntaba cuál fue el costo-beneficio de ésta? ¿Si valió la pena? ¿Qué se está haciendo para evitar la siguiente guerra? ¿Por qué el mundo no estaba alzando una mano para levantar el bloqueo a la Franja de Gaza, para asegurar la desmilitarización de la zona y resolver el conflicto?

Hamas es un movimiento fascista y religioso que, además de estar en contra de la existencia de Israel, oprime a las mujeres, a los cristianos y a los homosexuales. La Franja de Gaza es un territorio que no tiene asentamientos israelíes, no tiene un ejército que lo esté ocupando. Realmente no hubo ninguna justificación para que Hamas atacara a la población israelí.

Sin embargo, el conflicto no se puede comprender si solamente escuchamos este lado de la historia.

Tampoco existe una justificación para bombardear niños. Es sorprendente la indiferencia ante el enorme costo de vidas, con el argumento de protegerse de los misiles y los túneles. El derecho que tiene una nación a defenderse es legítimo, pero el uso excesivo de violencia contra civiles es inaceptable. ¿Por qué los sorprendió la guerra? ¿Qué esperaban los egipcios y los israelíes si mantenían el bloqueo? ¿Qué esperanza le dieron a la población palestina en Gaza?

No hay compasión de ninguna de las dos partes. Ni los palestinos ni los israelíes supieron aprovechar los años de paz para solucionar el conflicto. ¿Entendían los manifestantes que la agenda de los palestinos y de Hamas no era la misma? ¿Se daban cuenta de lo complejo de la situación?

Llegó la noche y nos invitó a ver paisajes totalmente distintos. La superficie del agua reflejaba las luces de los faroles, de otras barcazas y de algunas ventanas. La Luna se asomaba entre los perfiles de los edificios. La temperatura disminuyó, pero el frío no entorpeció la belleza del espectáculo a nuestro alrededor. Disfrutábamos del momento sin hacernos preguntas. Se trataba del aquí y ahora.

¿Les quedaba claro a los manifestantes que no se trataba de responsabilizar a un solo lado del conflicto? ¿Que si los líderes palestinos e israelíes moderados olvidan la última conflagración, y no se unen para actuar, estos dos pueblos van a regresar al mismo canal, los misiles desde la Franja de Gaza y los bombardeos desde Israel regresarán a los cielos y habrá otra guerra que tampoco va a lograr nada?

Navegamos varias horas disfrutando los canales y de la dosis de tranquilidad que estos producían. Nos sentíamos como parte del escenario, transformados en los actores de la obra de teatro. Había tanto que mirar, cada una de las escenas gritaba que la fotografiáramos o que la pintáramos.

Esa pequeña porción de paz, casi nos hace olvidar que en algunos lugares del mundo no existe.