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SARA SEFCHOVICH

La semana pasada hablé en este espacio generoso de EL UNIVERSAL, sobre el hecho (para mí) deprimente de que la economía mexicana esté cada vez más orientada principalmente a servicios, pues de acuerdo a los datos del INEGI, este ramo crece mucho más que la producción industrial (casi el doble), que la agrícola y que la infraestructura.

 Ahora bien: la palabra servicios engloba un amplio espectro de posibilidades, de modo que si jalamos ese hilo, y nos preguntamos a qué tipo de servicios se refieren los datos cuando se habla de una economía así, la depresión es aún mayor.

 La respuesta apareció en días pasados, por un lugar completamente inesperado: la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.

 Según datos recientes de dicha organización, en México el mercado laboral favorece más a quienes han cursado menos estudios (primaria y secundaria) y por el contrario, los que tienen educación superior, sufren mayor desempleo.

 ¿Qué quiere decir esto?

El lector ya podrá adivinarlo: los empleos son para camareras de hotel pero no para gerentes, meseros pero no chefs, obreros no calificados pero no ingenieros, enfermeros pero no médicos.

 Por supuesto, como me dijo alguna vez don José Gutiérrez Vivó cuando discutimos sobre esto en alguna de sus míticas mesas de análisis en su programa matutino de Radio Monitor, son trabajos legales y decentes y no tienen nada de malo.

 Sin embargo, como sociedad, sí nos significa algo muy grave, en la medida en que se trata siempre en las categorías más bajas de empleo, sin posibilidad de superación, mal pagados, sin beneficios (salud, vivienda, crédito) y precarios.

 Si a lo anterior se le agregan las enormes cantidades de jóvenes que ni estudian ni trabajan ni quieren hacerlo, porque no les interesa, el panorama de nuestro futuro se pone realmente poco alentador.

Imaginemos una sociedad entera en estas condiciones. Definitivamente es pasto fácil para la improductividad, la informalidad y la delincuencia, y ni se diga para la dependencia.

 Eso por supuesto, no lo quieren ver quienes desde las metrópolis (para usar la vieja palabra de la Teoría de la dependencia) pretenden componer el asunto de manera muy fácil: echándole al gobierno la responsabilidad y diciendo que hay que revisar las leyes laborales y mejorar la educación.

 Evidentemente esto hay que hacerlo, pero no es lo que va a resolver el asunto. Las leyes laborales no mejoran el empleo, los cambios en la educación no redundan en mejorías hoy mismo y además, esto tiene que ver con algo más amplio, que es nuestra inserción en el sistema global, que una vez más, nos pone a ofrecer lo que necesitan ellos y no lo que nos conviene a nosotros, y sólo piensa en la inmediatez y no en el largo plazo.

 Porque digan lo que digan los defensores de la globalización, una sociedad que no produce en los sectores agrícola e industrial, que todo lo que se come y requiere para vivir lo tiene que importar, y que lo que sí produce es algo en lo que no tiene los altos puestos, ni las decisiones significativas, no tiene cómo asegurar su futuro.

 Ya nos sucedió, pero nuestra memoria es corta: ya fuimos exportadores de productos primarios e importadores de manufacturados, teniendo que soportar aumentos y disminuciones de oferta, demanda y precios.

 Lo peor es que ya habíamos logrado salir de eso en la segunda mitad del siglo pasado, pero ahora hemos destruido la industria y la agricultura. Y tampoco aprovechamos los esfuerzos en ciencia y tecnología a los que tanto se ha apostado en las universidades públicas.

 Hoy parece que lo que tenemos para ofrecer es mano de obra barata (esa misma por cierto, que quiere cruzar todos los días la frontera del Norte) para atender el sector en el que los gerentes y especialistas calificados sean los de ellos. Y la verdad, esta no es nada buena noticia.

[email protected]   www.sarasefchovich.com
Escritora e investigadora en la UNAM

Fuente:eluniversalmas.com.mx