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ARNOLDO KRAUS

 

Agobiado, como la mayoría de la población, le he preguntado a muchas personas, ¿cómo se mata o se desaparece a 43 jóvenes veinteañeros, fuertes, veloces, y contestatarios? He invitado a mis interlocutores a compartir mi desasosiego, rabia e incredulidad: ¿los amarraron?, ¿los golpearon y después los subieron a camiones?, ¿los encerraron en una casa y los ametrallaron a mansalva?, ¿los quemaron vivos?, ¿cuántos policías/sicarios se requieren para acabar con la vida de decenas de jóvenes?

En espera del diagnóstico de los peritos forenses independientes y los expertos argentinos, cuyo trabajo determinará si el ADN de los cadáveres corresponde a los alumnos de Ayotzinapa, la indignación y el malestar societario frente al Estado y al gobierno de Guerrero se multiplica. Ningún argumento gubernamental es ni será creíble; ninguna renuncia o encarcelamiento resarcirá los sucesos. La pregunta precisa proviene de The Economist, afamada y milenaria revista británica: “¿Crímenes del narco o de Estado?

Otras preguntas se agolpan: ¿Qué haría yo si mi hijo fuese uno de los asesinados?; ¿qué deben hacer los padres y amigos, como grupo, de los jóvenes asesinados/desaparecidos? Me repito: Ninguna respuesta, y ninguna “acción ejemplar” por parte de las autoridades mexicanas en contra de los responsables será suficiente para satisfacer la desolación y el dolor de los deudos. Atrapados en un vacío legal, y en un marco donde la justicia no existe, los responsables se fabrican un día y se exoneran el día siguiente. Acostumbrados a los ires y venires de nuestras instancias políticas, imposibilitados para diferenciar entre autoridades gubernamentales y sicarios, la falta de confianza se multiplica. No creer en el gobierno es una enfermedad incurable. No creer, atestiguar y vivir asesinatos como el de Iguala genera deseos de venganza.

El encono, el odio y el dolor de los familiares y amigos tras la matanza de poco más de una veintena de muchachos en Tlatlaya, y los sucesos en Iguala, aunados a la brutal deshumanización de las masacres y a las inexistentes razones para explicar el acto, cuestionan la viabilidad del Estado. Si formaciones pertenecientes al Estado, o grupos protegidos o permitidos por el gobierno asesinan a los suyos, ¿qué sigue? Sumidos en la miseria, por la indiferencia y desdén gubernamental, atados a condiciones de vida impensables por la falta de recursos, lejos, muy lejos de los beneficios del progreso, no sabedores de que México es la undécima potencia económica en el mundo, ¿qué pueden y que deben hacer los padres de los muertos?, ¿qué pueden y que deben hacer los compañeros de los jóvenes asesinados y torturados?

Las palabras justicia y venganza tienen ocho letras y definiciones precisas. Las mismas palabras pronunciadas por los familiares de los muertos/desaparecidos tienen las mismas letras pero otros significados. Iguala y México han recorrido el mundo. Tras las matanzas de Tlatlaya e Iguala, México, al igual que con las reformas recién planteadas en materia de energía y de comunicaciones, se ha convertido nuevamente en noticia mundial. Lo es para los periodistas, para muchas naciones y para organizaciones como la OEA, la ONU y Human Rights Watch.

Las noticias y las llamadas de organizaciones internacionales sólo sirven si se atienden y eliminan conductas previas. En México nada ha cambiado. La incredulidad, no de los habitantes de Ayotzinapa, sino de cualquier “ciudadano promedio” crece y se reproduce. Un día Tlatlaya, después Ayotzinapa, siempre Michoacán, Tamaulipas, Veracruz…
Leo en el diccionario, Desollar: “Quitar la piel del cuerpo o de alguno de sus miembros”. A los jóvenes que desollaron, ¿los mataron primero o lo hicieron en vivo? La imposibilidad de la razón supera los elementos del raciocinio. El deterioro social es inmenso: los matones tienen orígenes similares a los muertos, no difieren ni en religión ni en historia y las víctimas son seguramente similares a sus vástagos.

El binomio deshumanización y falta de justicia, así como la ausencia de un Estado protector es ave de mal agüero. La descomposición social es inmensa. Reformulo la pregunta de The Economist: ¿Crimen de Estado, del narco, de ambos? y repito dos: 1) Si México asesina a sus estudiantes, ¿qué se puede esperar del país? 2) Si los linderos entre sicarios y policía no son evidentes, ¿cuál es el futuro de la nación? Y con las preguntas a cuestas recuerdo a mi querido Carlos Monsiváis, quien con frecuencia recordaba la obra Fuenteovejuna, de Lope de Vega. En ese pueblo —nuestro Ayotzinapa, nuestro Tlatlaya—, los habitantes, hartos de la tiranía, se levantan contra la injusticia y el abuso del poder.

 

 

*Médico.

 

 

Fuente:eluniversalmas.com.mx